Cenicienta II
Ana María Shua
Desde la buena fortuna de aquella Cenicienta, después de cada fiesta la servidumbre se agota en las escalinatas barriendo una atroz cantidad de calzado femenino, y ni siquiera dos del mismo par para poder aprovecharlos.
(Casa de geishas. Barcelona: Thule: 2007)
Todos los cuentos
Juan Romagnoli
La niña juega en el bosque, persiguiendo al unicornio. Cuando éste se deja tocar, la niña se pincha un dedo con la punta del cuerno y se queda dormida durante cien años, hasta que la despierta el príncipe que se convertirá en sapo. A ella le ha crecido mucho su cabellera y le sirve para atarla y descolgarse de la torre en la que estuvo encerrada y preguntando a su espejito quién es la más bella. Se pone su caperuza roja y cruza el bosque. Con Hansel logran regresar, siguiendo las miguitas de pan. Se pregunta dónde estará ese príncipe ahora que lo necesita de verdad, para que la libere de este dragón pirómano. Finalmente, la niña, o la joven, o la adulta, o la anciana, o incluso su fantasma, juega en el bosque, persiguiendo al unicornio.
(Narrar es humano)
Ariadna
Triunfo Arciniegas
Mientras Teseo, victorioso, enrolla el hilo que le permitió salir del laberinto, Ariadna llora la suerte del minotauro, que ya nunca la encontrará.
Caperuza
Mauricio Naranjo
Y entonces caperucita roja (apodo que se ganó por su sed de sangre) clavó su daga en el corazón del lobo. Luego, realizó un aquelarre solitario gritando palabras en un lenguaje atávico y delirante.
(Signo cero)
Blancanieves y los siete enanitos
Sergio Laignelet
Blancanieves y los siete enanitos van camino al hospital. En maternidad, la princesa alumbra.
En tanto, burlado, el príncipe envenena gaseosas de manzana.
(Malas lenguas)
Asincronía
Luis Felipe Hernández
La besó y, al tiempo que ella despertaba, él quedó fulminado por la halitosis acumulada en cien años.
Lobo con Caperucita
Diego Muñoz Valenzuela
Primero la follaré y después la devoraré, anunció Lobo, y una profusa salivación emanó de sus fauces. Golpeó el vaso contra la barra para impresionar a sus compañeros de parranda. Ya se las verá conmigo la tal Caperucita Roja.
Los sobrecogió, pues recientemente había derribado, en días sucesivos, las casas de tres cerditos hermanos para engullirlos vivos ante el horror de los paralogizados vecinos.
Salió de allí con un paso decidido rumbo al bosque.
Algunas semanas después lo vieron comprando menestras en el almacén del pueblo. Tenía la piel teñida de blanco, el pelo de la cabeza ensortijado y bien recortados los colmillos y las garras. De su brazo colgaba una dichosa Caperucita vestida de gala. Pagaron con la tarjeta de Lobo, que la extendió sumiso al tendero. Cargó las mercancías en el carruaje y miró el bar con nostalgia. Sus amigos lo contemplaban. Con la cola entre las piernas, dio media vuelta para ayudar a su esposa a encaramarse.
(Las nuevas hadas)