Nicolás Suescún Peña fue escritor, traductor, profesor, periodista y diseñador gráfico.
Estudió en Estados Unidos y en Francia. Dirigió la revista Eco, una publicación fundamental para la cultura colombiana. Ilustraba su obra con collages de contenido social. Algunos fueron exhibidos en exposiciones (por ejemplo en Berlín, en 1976). Tradujo al español libros de Ambrose Bierce, Anne Marie Garat, Arthur Rimbaud, Christopher Isherwood, Gustave Flaubert, Honore de Balzac, Jaime Manrique, Robert Louis Stevenson, Stephen Crane, Wade Davis, William Blake, William Butler Yeats, William Shakespeare y William Somerset Maugham. También tradujo al inglés poemas de Mario Rivero y Raúl Gómez Jattin.
Libros de cuento: El retorno a casa (1971), El último escalón (1974), El extraño y otros cuentos (1980), Oniromanía (1996). Libros de poesía: La vida es (1986) Trés a.m. (1986), La voz de nadie (2000), Bag bag (2003), Este realmente no es el momento (2007), Empezar en cero (2007), Jamás tantos muertos y otros poemas (2008). Novela: Los cuadernos de N (1994), Opiana (2015).
En 2012, el Distrito Capital de Bogotá le otorgó el Premio Vida y obra, que destaca el aporte ininterrumpido —al menos durante 20 años— de un artista a la ciudad. En aquella ocasión e-Kuóreo le dedicó las entregas # 50 y # 51.
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El abdicante
Durante sus siete primeros años, como estaba destinado al poder, vivió sin ver la luz del sol, encerrado en un lugar sagrado, en el que los chamanes lo instruían en los secretos del universo y la naturaleza de los hombres.
Día tras día, aunque él no tenía un concepto claro del día y la noche, hicieron incubar en su cerebro una visión en clave del mundo y todas sus cosas, las plantas, las piedras, los animales y las estrellas.
A los siete años vio por primera vez la luz del sol, una flor viva, un perro, y el armonioso cuerpo de una bella mujer.
Pero como ese mundo era muy distinto al de los chamanes, empezó a forjar un plan. Y al llegar al poder en su mayoría de edad, abdicó y anunció a su sucesor, rompiendo una tradición milenaria, y le dijo a su pueblo que lo habían educado no para gobernarlo a él, sino tal vez a los hijos de los hijos de sus hijos, cuando se escondiera el sol y reinara una penumbra maloliente.
(Oniromanía)
Entrañable amigo de otros tiempos
N se encuentra con P, a quien no ha visto en mucho tiempo. Lo mira con cuidado, lo estudia, satisfecho de recordar unos rasgos que no había olvidado del todo y que ahora puede grabar con precisión. Cree recordar miles de ratos agradables, de conversaciones inolvidables.
El diálogo presente, sin embargo, lo irrita. Preguntas vulgares, vagas respuestas, lugares comunes, trivialidades. Se impacienta. Ante todo quiere conservar sus recuerdos; teme perderlos. Mira a P, por última vez, espera, y anota para sí las arrugas, las placas violetas y las erosiones que el tiempo ha marcado en la cara de su amigo. Apresuradamente, pidiéndole que se vean pronto, se despide, se despide sin haberle dado su dirección y sin haberle pedido la suya.
(Los cuadernos de N.)
(Sin título)
Las extremidades de este extraño ser se pierden en la oscuridad del pasado.
(Los cuadernos de N.)
Hijos legítimos
N se encuentra en la calle con un desconocido a quien cree no obstante reconocer. Por su lado, el otro sospecha que N es un amigo que no ha visto desde hace mucho tiempo. Entablan un animado diálogo, como si cada uno estuviera realmente al corriente de la vida del otro. N termina preguntándole al otro por su esposa. “Está un poco enferma”. —El hígado, ¿por supuesto? “Sí, como siempre. ¿Y la suya?”. N responde que también un poco mal, pero de los riñones. Acaba por creer que de verdad está casado y que tiene cuatro hijos.
N y su supuesto amigo, ambos solteros empedernidos, se cuentan con lujo de detalles las biografías de sus hijos inexistentes, pero legítimos.
(Los cuadernos de N.)
Propósitos de cambio
N se propone cambiar. Lo hace con gran esfuerzo, después de mucho tiempo. Pero nadie se da cuenta de ello, y eso que hace lo imposible para exhibir su nueva personalidad. Pero nadie percibe el cambio. Por lo que es interior, se dice. Se pone, entonces, una máscara. Y nadie se da cuenta de que es N. Lo toman por M. N se desespera. ¡Soy N, soy N, soy N! Pobre M, dicen, se volvió loco. N se quita la máscara. Cuánto tiempo sin verte, le dicen en la calle, ¡eres el mismo de siempre! No has cambiado nada.
(Los cuadernos de N.)
Manumisión
Soy libre, dijo el esclavo al morir.
(Los cuadernos de N.)
La verdad
“Dime la verdad”, le insistió el discípulo pretencioso. El maestro dio un paso hacia el precipicio, meditó un momento, y le respondió: “Búscala en el fondo”. El discípulo, mirando hacia el cielo, dio un paso más y cayó al abismo. “Ha encontrado la verdad en su juventud, ¡feliz criatura!”, exclamó el sabio y se dio vuelta, imperturbable, rumbo al desierto en el que se perdería para siempre.
(Los cuadernos de N.)