Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

domingo, 1 de mayo de 2011

13. Escritores venezolanos





Esta entrega incluye una selección de minicuentos venezolanos, tomados de la antología La Minificción en Venezuela, compilada por Violeta Rojo, una de las más importantes teóricas del minicuento en latinoamérica. La antología forma parte de la Colección Avellana, de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia.







Cacería
   Ednodio Quintero (1947)


   Permanece estirado, boca arriba, sobre la estrecha cama de madera. Con los ojos apenas entreabiertos busca, en las extrañas líneas del techo, el comienzo de un camino que lo aleje de su perseguidor. Durante noches enteras ha soportado el acoso, atravesando praderas de yerbas venenosas, vadeando ríos de vidrio molido, cruzando puentes frágiles como galletas. Cuando el perseguidor está a punto de alcanzarlo, cuando lo siente tan cerca que su aliento le quema la nuca, se revuelca en la cama como un gallo que recibe un espuelazo en pleno corazón. Entonces el perseguidor se detiene y descansa recostado a un árbol, aguarda con paciencia que la víctima cierre los ojos para reanudar la cacería.



Documento de muerte
   Gabriel Jiménez Emán (1950)


   Recuerdo muy bien el día de mi muerte. Todos estaban tristes por lo trágico del accidente: mi automóvil pierde los frenos y da de lleno contra un camión.
   Yo fui a verme en la urna. Era algo realmente horrendo observarse ahí dentro sin poder hacer nada para escapar. Créanme que sentí nauseas y el estómago se me anudó. Desde entonces no he podido dormir y cada día me siento peor.
   Prometo firmemente que la próxima vez que me muera no iré a verme, pues se termina por no saber nada acerca de la muerte; y si se está muerto, por lo menos tiene uno el derecho de saberlo.





Escape
   Luis Barrera Linares (1951)


   La gitana le presagió que moriría picado por un alacrán.
   De una vez el hombre decidió marcharse a un país de frío eterno.
   Un día se emborrachó con su amigo y le contó la historia.
   Sonriente porque había burlado el destino.
   Su amigo quiso saber cómo era el alacrán y el hombre se lo dibujó sobre un papel cualquiera.
   Cuando cayó muerto sobre la silla, su amigo apretó entre las manos el papel en blanco.




Opus 18
   Armando José Sequera (1953)


   Caperucita roja soñaba todas las noches que una manada de lujuriosos lobos le salía al paso, cuando atravesaba el bosque, en tanto los sueños del lobo contemplaban un alborotado bosque, donde tropeles de voluptuosas chicas cubiertas de caperuzas rojas transitaban en pos de remotas poblaciones, habitadas tan sólo por débiles y enfermizas abuelas.
   No quiso el destino enlazar tales fantasías, pues mientras una se originaba en los bosques de Viena, la otra la había en la Selva Negra.




Fábula de un animal invisible
   Wilfredo Machado (1956)


   El hecho —particular y sin importancia— de que no lo veas, no significa que no exista, o que no esté aquí, acechándote desde algún lugar de la página en blanco, preparado y ansioso de saltar sobre tu ceguera.




Cigarras y hormigas
   Alberto Barrera (1960)


   Durante ese verano, ese otoño y esa primavera, la cigarra cantó, leyó libros maravillosos, se hinchó de frutas de comarcas lejanas, fornicó y bebió hasta desfallecer, durmió sobre el humo de las tablas de sauce. Mientras, la hormiga —que sabe leer y conoce la historia— saqueó con su modestia la montaña, llenó de hojas, migajas y restos de vecinos muertos toda su cueva. Meticulosa, la hormiga pasó el año ahorrando para cuando el viento y la lluvia feroz.
   Y llegó el invierno (como suele suceder en la literatura y en el mundo) y arrasó con todos los planetas. Del reino sólo quedaron raíces y hojas de plátano, susurros atrapados bajo hielo, cadáveres simples y pequeños (cigarras y hormigas, por ejemplo).