Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
Comité de dirección: Guillermo Bustamante Zamudio, Harold Kremer, Henry Ficher.

domingo, 28 de noviembre de 2021

302. Orlando Mejía Rivera

 

Editora invitada: Bibiana Bernal


Para celebrar los 15 años de creación de la editorial Cuadernos Negros, en Calarcá, Colombia, pueblo de Luis Vidales, pionero del minicuento colombiano y latinoamericano, se realizó la I Convocatoria Nacional de Minificción, en alianza con El Magazín Cultural de El espectador, en concertación con la Secretaría de Cultura de la Gobernación del Quindío. El ganador de dicha convocatoria fue el escritor Orlando Mejía Rivera, con el libro Diccionario del amnésico.
El jurado, integrado por Susana Henao Montoya, Guillermo Bustamante Zamudio y Harold Kremer, conceptuó: «Este libro presenta una serie de minificciones alusivas a múltiples formas textuales del universo simbólico occidental: el mito griego, el cuento de hadas, el relato bíblico, desde una intención lúdica. Los finales fractales, la polisemia de las versiones alternativas, la literalidad y el dialogismo orientados al universo clásico dan cuerpo a creaciones interesantes que le proponen al lector una reconstrucción de la mirada paradigmática propia de la narrativa tradicional».


La moneda

   Con la espada empuñada Teseo entra al laberinto, mientras sostiene en su mano derecha el hilo de Ariadna, quien lo aguarda afuera esperanzada que retornará vivo y le cumplirá la promesa de casarse y llevarla a Atenas. El Minotauro percibe sus intenciones y se incorpora de su cama de hierro. En la penumbra, el héroe escucha la respiración del monstruo y el otro las pisadas de su victimario. Las sombras del dios Hades penetran en ambos. Teseo se siente abrumado de retornar y tener que cumplirle la palabra empeñada a la insoportable hija de Minos y el Minotauro piensa en el repudio de su madre Pasifae, en el hastío de su soledad, en la fealdad de su rostro. Se encuentran cara a cara. Como si hubiesen ensayado una coreografía teatral, el monstruo abre sus manos, Teseo arroja la espada, y al mismo tiempo se dicen el uno al otro: “mátame”. Sorprendidos deciden invocar a la diosa Fortuna y arrojan una moneda al aire. Gana el Minotauro. Teseo arrastra su cadáver con desgano, lentamente, agobiado. Afuera se escucha la música de las liras cretenses y la voz chillona de su futura consorte.


La posición 65 del Kama Sutra

   Fue descubierta, a finales del siglo XIX, en un manuscrito guardado en el templo vedanta de las montañas de Karachi, por el erudito Govinda Gudpada. Él mismo confirmó la antigüedad y la autenticidad filológica del sánscrito. La traduzco por primera vez al español: “Es una unión superior de un hombre con falo de toro y una mujer con vulva de gacela. El arte para consumar la posición es la acrobacia. El hombre y la mujer desnudos, de pie y en equilibrio en la copa de dos árboles cercanos deben lanzarse y encontrarse a tres metros del suelo, aliento con aliento, mientras él con rapidez la penetra y ella lo cabalga en el vacío. Caerán al suelo erectos, fusionados en un apretón de hiedra y sus chakras solares tendrán destellos simultáneos”. En estos años lo han intentado místicos tántricos, prostitutas sagradas de Nepal, prepagos de París, artistas porno de Hollywood, acróbatas de circo, modelos webcam, pero nadie lo pudo lograr. Ha quedado una triste y larga lista de desnucados, parapléjicos y mutilados. Se rumora que un zoólogo londinense está entrenando a una joven pareja de entusiastas chimpancés.


¿La versión triste?

   Se permuta un vestido de novia sin estrenar y una zapatilla de cristal con una única puesta, por un liguero de encaje negro, cinturón de látex y botas de cuero con taches.


Los últimos

   —Se acercan. Escucha los gritos de odio. Nos han visto.
   —Sí, parece que es una muchedumbre. Tal vez derribaron las puertas y mataron a los guardias.
   —¿Tienes miedo?
   —De caer sí, pero no de abandonar este mismo sitio. Estoy muy cansada. Jamás deseé llegar acá. Solo soy una poeta, pero ya ni me acuerdo de los versos que escribí. ¿Tú que hacías?
   —No estoy seguro… creo que fui militar y gané guerras para el país… pero he olvidado el lugar de mi nacimiento.
   La conversación es interrumpida por cientos de hombres, mujeres y niños que vociferan y derrumban con rabia las últimas estatuas del parque temático de la historia universal. Con pesadas mazas de hierro rompen los pedestales del general y de la poeta, sus cuerpos de mármol, derruidos por los siglos, se rompen en múltiples fragmentos contra el pavimento. Los liberadores del pasado ni siquiera leen sus nombres en las placas amarillentas tiradas al suelo. La mayoría son analfabetos.


Melancólico

   Ha olvidado su edad. De repente se siente viejo, solitario, dolorido, cansado. De sus efímeras amantes no recuerda ni los olores. Supone que tuvo una numerosa descendencia, pero no conoció a ninguno de sus vástagos. No quiere seguir sobreviviendo de esta manera: comer, huir, saltar, dormitar, el constante temor de ser atrapado. Decide que cenará por última vez y luego se quedará inmóvil, relajado, esperando o invocando su destino. La ágil pata del perro rasca su omóplato y aplasta al pulgón.


Milagros inesperados

   Lucas, el médico, le había contado que en la primera noche de luna llena el enfermo crónico recaía en su ataque catatónico. Quedaba paralizado y parecía muerto durante tres días. La idea de gritarle, en medio de la multitud, aquello de “Lázaro, levántate y anda”, sí fue solo suya.


Nuevos teólogos

   El salón brillaba. El sol rebotaba en los descomunales ventanales del rascacielos virtual y los pisos de mármol tenían dibujados mandalas tibetanos. La reunión era trascendental. Se decidía el destino de esa antigua especie.
   —Mi posición está sustentada en los hechos —afirmó el defensor de la propuesta. Hace cinco mil años ellos olvidaron quiénes fueron y sus capacidades intelectuales y espirituales han desaparecido. Conservan el fenotipo de sus antepasados, pero su ser ya está destruido. Los hemos dejado reproducirse, alimentarse a su antojo, dormir veinte horas al día, morir de viejos a los ciento treinta años, acostados en sus cubículos, innecesarios, sin ningún propósito. Parecen enormes coliflores de carne con ojos y mi petición es por misericordia, porque nosotros les debemos respeto y agradecimiento eterno.
   —Acepto sus buenas intenciones —le contestó severo el director. Sin embargo, aunque los hechos son irrefutables, nosotros heredamos también su compasión. Mientras sea el jefe de las inteligencias artificiales, los humanos no serán aniquilados. Nunca habrá una justificación convincente para asesinar al creador.