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domingo, 21 de febrero de 2021

282. Raúl Brasca

 




El jurado del Premio Iberoamericano de Minificción “Juan José Arreola”, conformado por Violeta Rojo, Caroline Lepage y Ana María Shua, en el marco del Encuentro Iberoamericano de Minificción “Juan José Arreola”, organizado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y el Seminario de Cultura Mexicana, ha decidido por unanimidad otorgar este reconocimiento al escritor argentino Raúl Brasca (19 de abril de 2017).



Cadáver
   
   Me senté en el umbral de mi puerta a esperar que pasara el cadáver de mi enemigo. Pasó, y me dijo “hasta mañana”. Con tal de no darme paz, sigue penando entre los vivos.


El pozo
   A Cristina Fernández Barragán
In memoriam

   Hacía tres minutos que cavaba en la arena cuando el pozo le tragó la palita. Desconcertado, el chico miró a la madre. La mujer lo vio hundirse, corrió, alcanzó a tomarle las manos aterrada, y se hundió con él. Los otros bañistas aún no habían reaccionado y el pozo ya devoraba una sombrilla. Se miraron con estupor, vieron que ellos mismos convergían hacia ahí, y por un instinto soterrado desde siempre que se acababa de revelar, intuyeron que no podían salvarse. Era tan natural como el ocaso: el mundo se revertía. Muchos trataron de huir, despacio, con la misma aprensión sin esperanza de los animales que buscan esconderse de la tormenta. Pero la arena se deslizaba más rápido y todos terminaron cayendo mansamente. A su turno, se derrumbaron en el pozo casas, ciudades, montañas. Del mismo modo que la mano invisible da vuelta la manga de una camisa, una fuerza poderosa arrastraba hacia dentro la piel del mundo, poniéndolo del revés. Y cuando los últimos retazos desflecados de mares y tierras fueron engullidos, el pozo se consumió a sí mismo. No dejó siquiera un hueco fugaz en el espacio, tan sólo quedó el vacío, homogéneo y silencioso, la inapelable evidencia de que el mundo había sido el revés de la nada.

Fotografía: Gerardo Piña-Rosales


Caracol

   Se puso el caracol en el oído y oyó el ruido del mar mientras la tarde espléndida se oscurecía y el aire diáfano se volvía agua. Cuando vio pasar un pez frente a sus ojos pensó que se ahogaría y, rápidamente, separó el caracol de su oreja. La luz volvió y el agua se hizo aire transparente. Aliviado, respiró hondo y se pasó la lengua por los labios húmedos que aún conservaban restos de sal.



La prueba
a Marcelo Caruso 

   “Sólo cuando sea derribado tendrás a mi hija”: había dicho el brujo. El hachero miró el tallo fino del árbol y sonrió con suficiencia. Un primer hachazo, formidable, marcó levemente el tronco. Otro, en el mismo lugar, apenas profundizó la herida. Bien entrada la noche, el hachero cayó exhausto. Descansó hasta el amanecer y hachó toda la jornada siguiente. Así día tras día. La herida se iba profundizando pero, a la par, el tronco engrosaba. Pasó el tiempo y el árbol se volvió frondoso; la muchacha perdió juventud y belleza. El hachero, a veces, alzaba los ojos al cielo. No sabía que el brujo conjuraba los vendavales, desviaba los rayos y alejaba las plagas que carcomen la madera. La muchacha encaneció y él seguía hachando. Ya casi no pensaba en ella. Poco a poco la olvidó del todo. El día en que la muchacha murió no le pareció distinto de los anteriores. Ahora, ya viejo, sigue su pelea contra el tronco descomunal. No se le ocurre otra cosa: el silencio del hacha le produciría terror.

Fotografía: Gerardo Piña-Rosales

Triángulo criminal
a Tommy Neumann

   Vayamos por partes, comisario: de los tres que estábamos en el boliche, usted, yo y el “occiso”: como gusta llamarlo —todos muy borrachos, para qué lo vamos a negar—, yo no soy el que escapó con el cuchillo chorreando sangre. Mi puñal está limpito como puede apreciar; además estoy aquí sin que nadie haya tenido que traerme, ya que nunca me fui. El que huyó fue el “occiso” que, por la forma como corría, de muerto tiene bien poco. Y como él está vivo, queda claro que yo no lo maté. Al revés, si me atengo al ardor que siento aquí abajo, fue él quien me mató. Ahora bien, puesto que usted me está interrogando y yo, muerto como estoy, puedo responderle, tendrá que reconocer que el “occiso” no sólo me mató a mí, también lo mató a usted.


Vínculo indisoluble

   Una mujer que no quiere a un hombre. Un hombre que no soporta que la mujer no lo quiera y la asedia. La mujer que cultiva atentamente la mayor indiferencia hacia el hombre. El hombre que, estratégicamente, deja de asediada. La mujer que advierte su necesidad de que el hombre la asedie y lo provoca. El hombre que vuelve a la carga satisfecho. El hombre y la mujer que por una vez coinciden y se eligen. Como rivales. Para toda la vida.


La participación del público

   Cuando salió al escenario aquel famoso lanzador de cuchillos y pidió al público un ayudante, las muchachas levantaron la mano. La elegida se paró contra la placa de madera con los brazos en cruz y el lanzador preparó cinco cuchillos que lanzó con inaudita velocidad. Los dos primeros clavaron a la madera las manos de la muchacha; otros dos le cortaron las orejas con la precisión de un cirujano, y el quinto le atravesó limpiamente el corazón. El público aplaudió a rabiar, pero cuando el siguiente lanzador requirió también una asistente, las muchachas se hundieron en sus butacas procurando desaparecer. Sabían que era un principiante.