Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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domingo, 13 de diciembre de 2020

277. Entrega especial: Cuarenta años

 

Orlando López Valencia

La dicha de vivir
   Leopoldo Lugones (Argentina)

   Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
   —Yo soy el resucitado de Naim —dijo el hombre—. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
   —Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados —respondió el apóstol—. Es como si aquel volviera a nacer en la pureza del párvulo…
   —Así lo creía y por eso vengo.
   —¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
   —Que me devuelva mis pecados —suspiró el hombre.


La oreja
   Akira Kurosawa (Japón)

   —¿Pareces herido? —le pregunta el joven aprendiz de pintor a van Gogh.
   —Lo dices por mi oreja vendada.
   —Sí.
   —Ayer estaba tratando de terminar un autorretrato y la oreja no me salía bien, entonces me la corté y la tiré.
(Sueños, 1990)


La Roca de Caldé
   Dario Fo (Italia)

   Hace muchos años, en la cumbre de un escarpado acantilado que se elevaba sobre el lago, había una ciudad llamada Caldé. Se encontraba sobre un espigón suelto de roca que lentamente, día tras día, se deslizaba hacia el precipicio. Era una ciudad espléndida, con su campanario, una torre fortificada en el punto más alto y un racimo de casas, una junto a otra.
   “Eeh”, gritaban a sus habitantes los campesinos y pescadores que vivían en el valle, “Os estáis resbalando, os vais a caer”. Pero los habitantes del risco no les escuchaban; incluso había quien se reía:    “Os creéis muy listos tratando de asustarnos para que salgamos corriendo de nuestras casas y de nuestra tierra, y haceros con ellas. Pero no somos tan tontos”.
   De modo que siguieron cuidando sus viñedos, arando sus campos, casándose y haciendo el amor. Iban a misa. Notaban que la roca cedía bajo sus casas, pero no le daban importancia. “La roca busca su sitio… Es normal”, decían, tranquilizándose unos a otros. Y la roca estaba a punto de hundirse en el lago. “Cuidado, cuidado, ya tenéis el agua por los tobillos”, les gritaba la gente desde la orilla. “Tonterías, son los manantiales subterráneos” o “es que hay un poco de humedad”, decía la gente de la ciudad y así, sin prisa pero sin pausa, la ciudad entera fue engullida por el lago.
   Si miras al agua desde ese saliente, y si en ese mismo momento estalla una tormenta y los rayos iluminan el fondo del lago, podrás ver —¡por increíble que parezca!— la ciudad sumergida con sus calles intactas, e incluso a sus habitantes caminando de un lado a otro y repitiéndose a borbotones: “No ha pasado nada”. Los peces se pasean delante de sus narices, incluso se les meten en los oídos. Pero ellos simplemente los apartan: “No hay nada de qué preocuparse. No es más que algún tipo raro de pez que ha aprendido a nadar en el aire”. “¡Achís!”. “Salud”. “Gracias. Hay algo de humedad hoy, más que ayer... Pero, por lo demás, todo va bien”. Han llegado al mismo fondo del lago, pero en lo que a ellos respecta, nada ha ocurrido.
(Discurso de recepción del Nobel)


Grandes y pequeños
   Honoré de Balzac (Francia)

   Los grandes cometen casi tantas bajezas como los miserables, pero las cometen en la sombra y hacen gala de su valor: siguen siendo grandes. Los pequeños despliegan sus virtudes en la sombra, y exponen sus miserias a la luz pública: son despreciados.
(La ilusiones perdidas)

Orlando López Valencia


Apocalipsis en dos minutos
   Carlos Ruiz Zafón (España)

   El día que se acabó el mundo yo estaba de pie en la esquina de la 5ª y la 57ª revisando mi teléfono cuando una pelirroja con ojos plateados se volvió hacia mí y me dijo: «¿Has notado cómo los teléfonos inteligentes vuelven a la gente más tonta?». Parecía una novia de Drácula recién salida de una juerga de compras góticas en la puerta de al lado. «¿Puedo ayudarla, señorita?». Dijo que el mundo estaba llegando a su fin. Celestial Legal había emitido un aviso de mal funcionamiento y ella era un ángel caído enviado desde abajo para asegurar que las pobres almas como la mía encontraran su camino hacia el décimo círculo del infierno de manera ordenada. «Pensé que sólo había nueve círculos allí», objeté. «Tuvimos que añadir uno para todos los que han vivido su vida como si fueran a vivir para siempre». Nunca tomé mi medicación en serio, pero me bastó una mirada a aquellos ojos plateados para saber que decía la verdad. Sintiendo mi desesperación, anunció que, dado que no había trabajado en el sector financiero, se me concederían tres deseos antes de que el Big Bang se retractara y el universo volviera a implosionar en un frijol de jalea al rojo vivo. «Elija sabiamente». Lo pensé un poco. «Quiero saber el sentido de la vida, quiero saber dónde puedo encontrar el mejor helado de chocolate de todos los tiempos, y quiero enamorarme», declaré. «La respuesta a sus dos primeros deseos es la misma». En cuanto al tercero, me dio un beso que sabía a toda la verdad del mundo y me hizo querer ser un hombre decente. Fuimos a dar un paseo de despedida por el parque y luego tomamos el ascensor hasta la cima del venerable hotel de estilo gótico al otro lado de la calle para ver cómo avanzaba el mundo. «Te amo», dije. «Lo sé». Nos quedamos allí, tomados de la mano, mirando una marea furiosa de nubes carmesí que cubrían los cielos, y lloré, feliz al fin.


El hogar
   István Örkény (Hungría)

   La niña sólo tenía cuatro años. Sus recuerdos, probablemente, ya se habían desvanecido, y su madre, para hacerla consciente del cambio que las esperaría, la llevó a la cerca de alambre de espino; desde allí, de lejos, le enseñó el tren.
   —¿No estás contenta? Ese tren nos llevará a casa.
   —Y entonces ¿qué pasará?
   —Entonces ya estaremos en casa.
   —¿Qué significa estar en casa? —preguntó la niña.
   —El lugar donde vivíamos antes.
   —¿Y qué hay allí?
   —¿Te acuerdas todavía de tu osito? Quizás encontremos también tus muñecas.
   —Mamá, ¿en casa también hay centinelas?
   —No, allí no hay.
  —Entonces, de allá ¿se podrá escapar?


La tienda de la esquina
   Rodolfo Villa Valencia (Colombia)

   Un hombre va a la tienda y la encuentra cerrada. Regresa a su casa y descubre a su mujer, en su cama, haciendo el amor con el tendero, entonces, los mata. Al huir, pasa por la tienda (ya abierta) y ve al tendero despachando a una niña. Regresa a su casa y observa que su esposa hace el desayuno mientras tararea una canción. Decide suicidarse, pero recuerda que ese día es el funeral de su esposa.