Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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domingo, 21 de julio de 2013

83. Escritores cubanos - Máquina de isla II


Editor invitado: Aliex Trujillo

Mamut
   José Martí

   Desde hace un millón de años están enterrados en la nieve dura los elefantes peludos. Allí se estuvieron en los hielos duros de Siberia, hasta que un día iba un pescador por la orilla del río Lena, donde de un lado es de arena la orilla, y de otro es de capas de hielo, echadas una encima de otra como  las hojas de un pastel, y tan perfectas que parecen cosa de hombre esas leguas de capas. Y el pescador iba cantando un cantar, en su vestido de piel,  asombrado de la mucha luz, como si estuviese de fiesta en el aire un sol joven.  
   El aire chispeaba. Se oían estallidos, como en el bosque nuevo cuando se abre una flor. De las lomas corría, brillante y pura, un agua nunca vista. Era que se estaban deshaciendo los hielos. Y allí, delante del pobre Shumarkoff, salían del monte helado los colmillos, gruesos como troncos de árboles, de un animal velludo, enorme, negro. Como vivo estaba, y en el hielo transparente se le veía el cuerpo asombroso. Cinco años tardó el hielo en  derretirse alrededor de él, hasta que todo se deshizo, y el elefante cayó rodando a la orilla, con ruido de trueno. Con otros pescadores vino Shumarkoff a llevarse los colmillos, de tres varas de largo. Y los perros hambrientos le comieron la carne, que estaba fresca todavía, y blanda como carne nueva: de noche, en la oscuridad, de cien perros a la vez se oía el roer de los dientes, el gruñido de gusto, el ruido de las lenguas. Veinte hombres a la vez no podían levantar la piel crinuda, en la que era de a vara cada crin. Y nadie ha de decir que no es verdad, porque en el museo de San Petersburgo están todos los huesos, menos uno que se perdió; y un puñado de la lana amarillosa que tenía sobre el cuello. De entonces acá, los pescadores de Siberia han sacado de los hielos como dos mil colmillos de mamut.
[1889]


En el insomnio
   Virgilio Piñera

   El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas. Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormir. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que enseguida tome una taza de tila y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revólver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.



La rueda
   Ángel Arango

   Esclavizados por la forma del pájaro, los hombres de la Tierra se atrasaron y no agotaron todas las posibilidades de la rueda. Es cierto que frecuentemente aparecen en sus libros menciones de naves interplanetarias extraterrestres del tipo oval o discoidal, acompañadas de descripciones más o menos precisas. Pero ahí está la prueba de su escasa imaginación y de la rigidez de su pensamiento: a pesar de todo siguieron construyendo naves ornitoformes, bien con las alas extendidas, o con las alas plegadas completamente —como los cohetes—, o con pequeñas aletas posteriores.
   Su pensamiento, sometido siempre al fetichismo de las formas orgánicas y su escasa capacidad de abstracción —no obstante las discusiones que sostuvieron sobre el arte abstracto— les impidieron acercar proporcionalmente los puntos del planeta cuando ya era posible, en cambio, llegar a la Luna en unas horas. Un viaje a Venus o a Marte devolvía un caudal mayor en experiencia por el tiempo invertido que un periplo sin salir de la atmósfera terrestre.
   A este respecto, es lastimoso que los terrícolas no hayan sabido aprovechar debidamente el símbolo que fue depositado en la antigua Mesopotamia por los viejos marcianos. Apenas pudieron hallar en la rueda un medio para moverse sobre superficies sólidas o para impulsarse sobre el mar. La poca importancia que le concedieron la refleja el hecho de que no fuera uno de sus símbolos religiosos destacados. En lugar de ella escogieron, por ejemplo, la cruz, que no tiene ninguna aplicación práctica o científica importante y que sólo es una expresión de inmovilidad, un concepto estático. ¡Qué natural hubiese sido comprender las posibilidades aeronáuticas de la rueda como resultado de toda la especulación provocada por la presencia de platillos voladores! Esto comprueba una vez más que los hombres de la Tierra se desarrollaron tomando recursos y conocimientos que les fueron prestados por razas extraterrestres y que cuando debieron hacer algo por sí mismos se perdieron en discusiones estériles.
   Un cubo habitable inscrito en una esfera situada en el centro de un plato de plástico prensado. Y aprovechar la fuerza de rotación como motor. Nada más era necesario.
   En las peores circunstancias, los platos habrían planeado su regreso a la superficie y hubieran saltado alegremente como aros antes de detenerse en alguna parte, evitando los catastróficos desastres de la aviación y la cohetería del siglo XX.
   Lo más sorprendente es que precisamente uno de los juegos favoritos de los terrícolas en su niñez lo constituía lanzar discos de madera o aluminio a largas distancias, con un corto impulso. Fácil hubiera sido adivinar su mayor superficie de sustentación en la atmósfera terrestre en comparación con un cohete, que no es más que un gran tronco o un tótem. Un tótem fue para los terrícolas aquella forma del pájaro con las alas plegadas, especie de vampiro colgando de sus inteligencias.


El elegido
   Vladimir Hernández

   
El negro era feo y calvo pero vestía con cierto estilo. También era alto y musculoso.
   —Bienvenido al “desierto de lo real”, Leo. Te acabo de sacar de la Matrix. Eres el Elegido.
   —¿La Matrix? —pregunté yo sorprendido, pues la Ciudad de la Habana acababa de desaparecer ante mis ojos—. ¿Qué es eso?
   —El lugar donde has vivido toda tu falsa existencia hasta hoy, Leo —me dijo él—. Un engaño, una falacia virtual. La Matrix es una compleja realidad digital que ha estado conectada a tus sentidos desde tu nacimiento y... bla, bla, bla...
   Estuvo hablando como 15 minutos seguidos, pero cuando terminó de explicarme yo estaba a punto de llorar de alegría. Según aquel extraño, ahora me encontraba fuera de la absurda realidad en la que había vivido durante 25 años. Todo había sido un mal sueño, una pesadilla demasiado larga.
   —¿Quieres decir —le interrogué— que ya no tendré que tomar ese infernal bus metropolitano, siempre repleto de gente, para llegar al barrio suburbano donde vivo, ni tendré que asistir a las reuniones diarias después de cada turno de trabajo, ni tendré que hacer interminables colas de cuatro horas en los servicios públicos, ni...?
   —Para, para, para —dijo el negro aterrorizado—, que vas a traumatizarme a mí también. Tranquilo. Te he sacado de la Matrix para asignarte una misión. Toda mi vida he estado buscando a esa persona. Ahora eres nuestro nuevo Elegido.
   —¡Ah! ¿Pero ya tenían uno antes? —me interesé.
   —Sí —dijo él con gravedad—. Pero Neo siempre fue muy flojo de piernas. Se nos enfermó de los nervios a los tres meses y... tuvimos que regresarlo a la Matrix.
   —¡Que horror! —Dios mío, me estremecí con sólo pensarlo—. No te preocupes, compañero, que a mí NO se me van a aflojar las piernas. ¿Qué es lo que hay que hacer?
   Me miró con aire misterioso, tosió con embarazo, y me puso una mano en el hombro.
   —En honor a la verdad —sonrió—, la heterosexualidad no existe; es tan sólo otra mentira que inventaron las Inteligencias Artificiales para simular que la especie humana se reproduce.
   Le miré preocupado. De repente muy consciente de su enorme y cariñosa manaza sobre mi hombro.
   —Me temo que no te entiendo, amigo —dije tímidamente.
   —No te preocupes, muchachón; ya te enterarás.


El símbolo
   Bruno Henríquez

   Las naves del enemigo se acercan otra vez a nuestra Tierra, son inmensas, tripuladas por feroces guerreros, invencibles con sus corazas refulgentes y sus rayos. Destruyen nuestras ciudades y toman esclavos entre mis hermanos.
   Yo aprendí toda la historia de mi pueblo, de dónde vinimos, cómo conquistamos las montañas y los ríos, dónde y cuándo vivió cada uno de los grandes hombres; conozco cada yerba de los montes y el nombre de las piedras, aprendí también el conjuro de los dioses y las fuerzas ocultas de las cosas. Sé fingir obediencia al extranjero y me dejaré llevar por sus naves a su mundo, para allí enseñar a mis hermanos el camino de regreso o quizás uno más largo.
   Ahora parto, soy prisionero entre corazas y rayos, voy enjaulado como un animal salvaje rumbo a tierras extrañas. Frente a mí veo que el símbolo del dios del invasor tiene la misma forma de sus armas, las mismas que se clavan en la piel de mis hermanos, pero en el símbolo hay un hombre clavado de pies y manos, como para no caer cuando las olas del mar mecen las naves.


Primer día de escuela
   Carlos A. Duarte

   Cuando cumplí cinco ciclos mi precursor, V435, me llevó a la Curia de Instrucción. Algo desconcertado, me deslicé en el recinto iniciático. Un nanociclo después, una luz apocada iluminó la esfera y dejé de ser un observador externo para fundirme con la escena.
   Primero fue la génesis de un sistema solar. Luego recreé, a través de seis cámaras, el surgimiento de estructuras carbonadas y su evolución en organismos unicelulares, que a su vez mutaron y se diversificaron en seres multicelulares. Recorrí en microciclos la epopeya de millones de años.
   En la séptima cámara fui Cromagnon, domé el fuego, el palo y la piedra. Comí carne. Mi cerebro floreció. Las señas dieron paso a los sonidos articulados. Trascendí las fronteras biológicas. Fui Nabuconodosor, Buda, Heródoto, Calígula, Lady Godiva, Colón, Newton, Jack el Destripador, Gandhi; volé en el Enola Gay, fui Lennon, Reagan, Carl Sagan; Armando Fallas y Mulah el Hadid. Me sentí cada vez más poderoso y más frágil.
   Todo colapsaba. Catástrofes y guerras; degradación. Pedimos ayuda y las IA crearon IA-Tierra8. Simbionte de todas las IA del planeta, procesó el Conocimiento y concluyó que el homo sapiens no tenía sino una salida: Trascender en una especie que conjugara la individualidad con la conciencia arraigada de ser fruto y parte indisoluble del multiverso: homo virtualis.
   Terminada la sesión reorganicé mis quarks y mis leptones hasta adquirir una apariencia feliz y me escurrí fuera de la Curia. Emocionado me cuasidimensioné con V435.


Intertextualidad, textualidad y supratextualidad en el directorio telefónico de la ciudad de La Habana
   Luis Rogelio Nogueras

 
 En mi obra 14 objeciones a Quince Duncan (que apareció en edición norteamericana con una lamentable errata en la cubierta bajo el título de 15 objections to Fourteen Duncan) afirmo: Mi propia reciprocidad no es más que el objeto reiterado de mi sujeto activo; o lo que es lo mismo, mi hipersubjetividad múltiple es inversamente proporcional a la doble formulación palatal en el fonema /d/.
   A partir de esta afirmación capital y bajo la doble luz de Derrida y Lacan, voy a intentar un análisis intersupratextual del Directorio Telefónico de La Habana, obra, como seguramente lograré demostrar, llena de polisignificados artísticos.
   En la primera página del mencionado volumen (700 páginas in cuarto) se dice: 
   ABAD, ALBERTO 32 2941 Coco Solo 202 esquina a Campanario...
   Una primera y clara derivación contextual se encuentra en el apellido mismo del personaje: Abad. La doble relación Abad = Campanario sugiere inmediatamente una nítida atmósfera religiosa en el texto, subrayada por la suma del número de letras del nombre (Alberto): 7: los 7 velos de Salomé, los 7 sabios de Grecia (agudo contraste con el mundo pagano, como es obvio), las 7 colinas de Roma, los 7 pisos de la torre de Babel. Hay, por así decirlo, una interacción intertextual en la referencia (Abad) al conocido palíndromo “Dábale arroz a la zorra el abad”.
   Ya en el camino palindrómico, la inversión del nombre (Abad) nos entrega la palabra “Daba”. Fijémonos bien: Daba, es decir, entregaba, donaba, prestaba.
   Atención aquí: prestar. En italiano presto = rápido. Rápido equivale a veloz, que es lo contrario de lento, lento al revés es Otnel. ¡Aquí está!: Otnel-Ab-Rabim fue un célebre capitán turco que se destacó en la batalla de Lepanto. Lo que nos lleva de inmediato a Cervantes y éste al Quijote, que en la página 69, segunda parte, tercer capítulo, quinta línea dice: “grabado en mis entrañas llevo, Sancho...”. Retengamos la palabra “grabado”. Todos sabemos que Durero se destacó como grabador. ¿Y cuál era el nombre de Durero? ¡Claro! ¡Alberto! El mismo nombre de Abad.
   Ahora detengámonos en los números 32 2941. La suma de esos números arroja la cifra de 21. La mayoría de edad en muchos países es de 21 años. Luego entonces, el número denota “adultez”. El adulto es maduro, es decir, no verde en tanto que maduro. Verde: color de la esperanza. Esperanza se llamaba una tía de mi mujer. Mujer. Aquí está la clave: Mujer. Observen que hay una clara oposición Alberto Abad ≠ ausencia de mujer (explicitada en la palabra “solo” antecedida de la palabra “coco”, que en el argot popular significa deseo, fijación con una dama. Ejemplo: “Tengo un coco con fulana”). La soledad de Abad (¡observar la rima interna ad-ad!) se subraya genialmente en la metáfora icónica “202” del número de su casa. Si nos fijamos, el 2 se duplica a sí mismo mediante el espejo (0). El 2 se mira en el espejo. Su duplicidad es un engaño.
   Esta soledad está también explicitada en el número 3 con el que empieza el teléfono de Abad, 3 significa, en la charada, marinero. Colón era marinero. Si invertimos las cifras finales 2941 tendremos 1492, año del descubrimiento. 
   ¿Qué descubre Abad? Su soledad.
   La palabra esquina es la más enigmática. “En esta esquina...” dicen los árbitros de boxeo. ¿Qué es el boxeo sino un deporte rudo? Una reordenación de los fonemas en la palabra rudo arrojaría “duro”. Ahí está la clave: es “duro” estar (coco) solo.