Editor invitado: Eduardo Serrano Orejuela
Poli Délano
Verse y amarse locamente fue una sola cosa. Ella tenía los colmillos largos y afilados. Él tenía la piel blanda y suave: estaban hechos el uno para el otro.
(Sin morir del todo. México: Extemporáneos, 1975)
Acto definitivo
Eduardo Serrano Orejuela
Vampiresa - Edvard Munch |
Rigoberto Rodríguez
La anécdota acontece de este lado del ilusorio fondo del espejo, en la penumbra de una recámara de aspecto antiguo y desolado. El Conde es sorprendido por la aparición de una deliciosa criatura que, con infantil serenidad, lo observa desde el cristal bañado en sombras. Conjetura y concluye que la jovencita sólo puede hallarse a sus espaldas, indefensa tras el asimétrico reflejo de su cuerpo inmortal. Sintiendo el corazón, encabritado, salta en estampida al ritmo de su deseo, se precipita a darse vuelta con la mórbida intención de hundir sus colmillos en la tersa palidez de aquel cuello, el cual marca el final de una espera que ya lleva varios siglos. Con gran asombro (y diríase que casi con tristeza) se enfrenta al vacío. Piensa por un momento que sus ojos no le son fieles. Abochornado, gira de nuevo hacia la imagen inasible de la niña. ¿Quién eres, pequeña mía?, pregunta, mientras que con precario gesto intenta disimular la dentadura. Alicia, responde la chiquilla, y de inmediato su imagen se desdibuja hasta extinguirse por completo, quedando tan sólo, colgada en el aire, la medialuna perfecta de una sonrisa de gato.
(Antifábulas y otras brevedades. Caracas: Texto Sentido, 2004)
Argumentum
Rigoberto Rodríguez
Una vez bajo las sábanas, la niña de rojo exclamó: ¡Señor Drácula, qué dientes tan grandes tiene!*
* A modo de moraleja: Este hecho mínimo pero significativo demuestra, como ya debes haberlo advertido, avezado lector, que las niñas (sobre todo las bonitas) no tienen resguardo en la literatura. Ni aun mudándose de historia.
(Antifábulas y otras brevedades. Caracas: Texto Sentido, 2004)
Ocasión tardía
Fernando Romero Loaiza
Camina con prisa, más bien corre. La presencia maligna lo ha seguido por las calles de la solitaria ciudad. Sabe que lo busca a él, que quiere atraparlo. Entre la asfixiante penumbra de esa noche sin luna, ve que la puerta de la iglesia está entreabierta, y a ella se dirige. Corre al altar, sabe lo que busca, y ahí encuentra el crucifijo. Lo toma y gira rápidamente para encontrarse con él.
—No tiene efecto, si no tienes fe. Además, esas son leyendas y cuentos de escritor —le dice sonriendo el vampiro.
Y él lo mira a los ojos, y en lo profundo de ellos ve su temible destino: vivir como él, condenado a la soledad. Y cuando el vampiro se acerca para desgarrar su cuello, piensa que debía haber sido pintor, como quería su padre, y no sacerdote, como se lo exigió su madre.
(Crónicas de vampiros. Pereira: Papiro, 1997)
Expediciones en Tierra Virgen I
Fernando Romero Loaiza
El nativo mira la copa de los árboles. Con sus aguzados ojos, acostumbrados a la oscuridad y a lo indefinible, ve la silueta de un ave que descansa en lo alto. Tensa su arco, respira profundo para calibrar la fuerza. Y George van Vanderline cae con su corazón atravesado por una caña en la que ondea una pluma roja. ¡Qué iba a pensar el gran explorador vampiro que perecería a manos de un experto cazador amazónico!
El Vampiro
Henry Zuluaga
Descubrió que era un vampiro cuando le sonrió a la luz de la luna.