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domingo, 23 de junio de 2024

370. Mariana Frenk II - A 20 años de su muerte




Buscando la felicidad

   Esta es una vieja historia. Muchos la han contado, cada uno a su manera. Yo la voy a contar a la mía.
Era una vez un hombre que salió de su casa para buscar. Para buscar la felicidad, decía. Pero no sabía qué era eso, la felicidad. Caminó durante largos años, y el camino no terminó. Cuando ya era viejo, vio de lejos una casa. Era la suya y entró en ella para morir. Antes de morir dijo: “Ahora sé qué es la felicidad. Es la esperanza de encontrarla”.


Situación paradójica

   Ya somos muy pocos los que leemos, pues casi todos escribimos. A nosotros nos conviene, claro, no nos podemos quejar. Somos gente solicitada, nos pagan bien. Pero la cosa, para durar, es demasiado bella. Ya unos cuantos escritores han empezado a leer. Si esta tendencia se impone —¡ni lo quiera Dios!—, pronto va a haber pocos escritores y abundarán los lectores. Entonces, la demanda de lectores bajará rápidamente, nos van a pagar cada vez menos, y un buen día tendremos que afrontar la situación paradójica de que nosotros no vamos a ganar nada y, en cambio, van a pagar a los escritores.
   Si eso sucede, yo, por mi parte, estoy decidida a ponerme a escribir.


El edificio

   Los elevadores suben, bajan. Nadie sabe cuántos pisos tiene el edificio en un momento dado. Serán 30 o 300, quizás a veces más, a veces menos.
   Hay elevadores que se paran en cada piso, otros suben de un jalón hasta arriba. Cuando ya son muchos los pisos y en las cocinas no calla nunca el tintineo de vasos y tazas, la parte superior del edificio, con toda la gente en ella, se desprende. De esas personas no vuelve a saberse nada. Pero podemos suponer que les va bien.
   Hay también escaleras, claro. Muchos prefieren las escaleras. Hay quienes suben los 500 pisos sin parar. Hay otros que suben un piso y bajan dos. Hacia abajo también hay escaleras. Hacia abajo hay también elevadores que suben y bajan. Nadie sabe cuántos pisos tiene el edificio hacia abajo. De todos modos son muchos, aunque no siempre. Porque cuando ya son muchísimos y hay peligro, y claro que la profundidad es más peligrosa que la altura, la parte de abajo se separa y se hunde con toda la gente en ella en las profundidades más profundas. Y aunque no vuelve a haber noticia de esa gente, no hay por qué preocuparse.
   El edificio no sólo tiene un arriba y un abajo. Para varias personas, una cosa es tan inaceptable como la otra. Así, hay pasillos horizontales en todos los pisos. Nadie conoce el largo de los pasillos. Pero corre el rumor de que aquellos que caminan y caminan y no quieren volver sobre sus pasos y sólo quieren seguir adelante y adelante y adelante, que éstos acaban por llegar al sitio de donde partieron.
   De todos ellos, los que más me conmueven son los que desdeñan los elevadores y suben por las escaleras y sólo anhelan llegar al primer descanso, y cada peldaño les cuesta mucho trabajo, y al fin mueren cuando están a punto de llegar al penúltimo escalón, desde el cual ya hubieran podido ver el primer descanso.


No, al revés

   En las más recientes investigaciones interdisciplinarias, a cargo de eminentes eruditos de la universidad de Lio-Yang (departamento de Ting Luon) se ha descubierto, sin lugar a dudas, que Adán fue hecho de una costilla de Eva y que el recién creado, considerando, como buen machista, que la divulgación de este hecho no le convendría de ninguna manera, se valió de influencias para hacer circular la versión en la cual nos han hecho creer durante tanto tiempo. Es seguro que esta noticia sensacional provocará, en el mundo entero, violentas polémicas y que tendrá un efecto revolucionario en las futuras relaciones entre los dos sexos.


Esas cosas, ya sabes

   —Oye, Nicolás, ayúdame, por favor. Leí el otro día una frase, o más bien un párrafo o un parrafito que me ha gustado horrores; ya casi no puedo pensar en otra cosa. Necesito saber de quién es. Tú, que has leído tanto…
   —¿Y cuál es la frase o, más bien, el parrafito?
   —Fíjate, esto es lo malo, no lo sé de memoria, no me acuerdo muy bien…
   —Bueno, entonces dime qué dice, más o menos, de qué trata.
   —Pues, verás… trata, este, de la muerte, cómo cambian las modas y la tecnología… no, más bien… del amor, en fin, de esas cosas, ya sabes…
   —Muy bien, te lo voy a buscar, así nomás no te lo puedo decir. Háblame en la tarde.


Sorpresa en cursiva

   Algunos animales invitaron a todos los animales a una asamblea. Orden del día: Primero: Caminos hacia una animalidad mejor. Segundo: Ayuda a los animales en vías de desarrollo. Tercero: Coexistencia pacífica. Y, como último punto: Sorpresas (en cursiva).
   Acudieron muchos. Se pronunciaron muchos discursos. Cada orador escuchó su discurso con gran interés y entusiasmo. Empezó la discusión. Y de pronto, nadie supo cómo ni cuándo, unos se comieron a los otros. Los peces grandes a los peces chicos, etc. Nunca se pudo saber si a esto se refería lo de Sorpresas (en cursiva). De cualquier modo, fue una sorpresa y, para muchos, no precisamente grata.
   Cuando terminó la comilona, un animal de la mesa directiva se dirigió a los allí reunidos, sobre todo a los que aún estaban en condiciones de escucharlo. Dijo: “¡Compañeros! Los resultados de la asamblea son, como lo habíamos previsto, alentadores. No tenemos que lamentar la muerte de ningún compañero fuerte, y no pocos de los débiles siguen vivos y felices entre nosotros. Además, y eso lo considero de importancia decisiva, ninguno de los compañeros fuertes abusó de su fuerza, comiéndose indiscriminadamente a cualquiera de los débiles que hubiera por ahí, sino que todos ellos se guiaron por sus necesidades y conveniencias, demostrando así un alto sentido de responsabilidad cívica”.
   Clausurada la asamblea, todos se retiraron contentos y muchos de ellos verdaderamente satisfechos.


Tal vez me expulsarían

   Somos 25 muchachas, cinco en cada banca. Con los mismos uniformes, los mismos peinados; los mismos gestos y gustos, el mismo espacio y el mismo tiempo. 25 muchachas optimistas, felices, libres. Somos las abanderadas de la libertad.
   Creemos en lo mismo, soñamos lo mismo, pensamos lo mismo.
   ¿Pensamos lo mismo? ¿Siempre? Yo, de vez en cuando, pienso cosas terribles. Por ejemplo, que quisiera peinarme un poco diferente. O pienso, a veces, qué bonito sería pensar y soñar y creer cosas muy distintas, por ejemplo, lo contrario, sí, todo lo contrario, de lo que nos permiten.
   Sé que soy culpable. ¡Pero, cómo puedo ser culpable, si no quiero pensar esas cosas! Ellas se piensan dentro de mí.
   Sé que son cosas abominables esas que pienso a veces. Si lo supieran, tal vez me expulsarían. Y me dirían —casi no me atrevo a imaginármelo—, me dirían que soy una traidora. Y aún cosas peores, si las hay. Pero no es cierto. Sé que es mentira. Soy una de las abanderadas de la libertad. Eso soy. Y lucharé con todas mis fuerzas contra lo que, a veces, me pasa. Venceré. Jamás volveré a pensar por mi propia cuenta. O, más bien: sí, voy a pensar por mi propia cuenta, pero sólo, sola y únicamente, lo que nos permiten pensar.