Diógenes de Sinope (en griego Διογένης o Diogenes o Sinopeus), también llamado Diógenes el Cínico, fue un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica. Nació en Sinope, una colonia jonia del mar Negro,1 hacia el 412 AEC. y murió en Corinto en el 323 AEC. No legó a la posteridad ningún escrito; la fuente más completa de la que se dispone acerca de su vida es la extensa sección que su homónimo Diógenes Laercio le dedicó en su Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres.
Cuando Friné, una célebre ramera de Atenas, dedicó a los dioses en Delfos una Venus de oro, Diógenes le puso esta inscripción: «Esta obra se hizo gracias a la lascivia de los griegos».
Ciudad pequeña, puertas grandes
Cuando Diógenes viajó a Mindo, encontró la ciudad demasiado pequeña, pero sus puertas demasiado grandes y, en vista de ello, exclamó:
—¡Cerrad las puertas, mindios, no sea que vuestra ciudad se salga por una de ellas!
Cómo purificar una higuera
Un día en que Diógenes cogía higos se le acercó el guardián y le dijo que hacía poco que un hombre se había colgado precisamente de aquella higuera. Pero Diógenes, lejos de sentirse impresionado, replicó:
—No importa, yo la dejaré limpia.
Cambio de hábitos
Cuando alguien le echó en cara que en su juventud se hubiera dedicado a falsificar moneda, Diógenes le dijo:
—Bueno, ¿y qué? También antes me meaba encima y ya no lo hago.
Niños y carneros
Niños y carneros
En un viaje a Megara observó que era costumbre allí cubrir con pieles a las ovejas para que la lana tuviese el menor contacto posible con el sol y fuese más suave. Como, por otra parte, los niños iban desnudos por la calle, Diógenes sentenció:
—Entre los megarenses, es mejor ser carnero que niño.
Sueños inquietantes
A los que se mostraban temerosos tras haber tenido sueños inquietantes, Diógenes les decía:
—¡Por lo que veo, no os aflige lo que hacéis despiertos, pero sí lo que imagináis dormidos!
Dos clases de apetito
A veces, Diógenes se masturbaba en plena calle. Viendo lo fácil que era acallar el apetito sexual cada vez que éste se le despertaba, solía comentar:
—Ojalá bastara también con rascarse el vientre para dejar de tener hambre.