Las ranas contra el sol
Fedro
Quiso casarse el sol allá en tiempos antiguos; y tanto se alborotaron las ranas al saber la noticia, que hubo de preguntarles Júpiter el motivo de tan inusitadas quejas. Adelantándose en aquel punto la más osada de entre ellas, dijo: “Al presente, el sol es uno solo, y con todo eso, abrasa y deseca nuestras lagunas, forzándonos a morir en éstas por todo extremo áridas moradas; pregunto: ¿qué nos sucedería si llegare a tener hijos?”.
Fedro
Quiso casarse el sol allá en tiempos antiguos; y tanto se alborotaron las ranas al saber la noticia, que hubo de preguntarles Júpiter el motivo de tan inusitadas quejas. Adelantándose en aquel punto la más osada de entre ellas, dijo: “Al presente, el sol es uno solo, y con todo eso, abrasa y deseca nuestras lagunas, forzándonos a morir en éstas por todo extremo áridas moradas; pregunto: ¿qué nos sucedería si llegare a tener hijos?”.
El niño que gritaba “¡Ahí viene el lobo!”
Guillermo Cabrera Infante
Un niño gritaba siempre “¡Ahí viene el lobo! ¡Ahí viene el lobo!” a su familia. Como vivían en la ciudad, no debían temer al lobo, que no habita en climas tropicales. Asombrado por el a todas luces infundado temor al lobo, pregunté qué pasaba a un fugitivo retardado que apenas podía correr con sus muletas tullidas por el reúma. Sin dejar de mirar atrás y correr adelante, el inválido me explicó que el niño no gritaba ahí viene el lobo si no hay viene Lobo, que era el dueño de la casa de inquilinato, quintopatio o conventillo donde vivían todos sin (poder o sin querer) pagar la renta. Los que huían no huían del lobo, sino del cobro —o, más bien, huían del pago.
Moraleja: El niño, de haber estado mejor educado, bien podía haber gritado “¡Ahí viene el Sr. Lobo!” y se habría ahorrado uno todas esas preguntas y respuestas y la fábula de paso.
Guillermo Cabrera Infante
Un niño gritaba siempre “¡Ahí viene el lobo! ¡Ahí viene el lobo!” a su familia. Como vivían en la ciudad, no debían temer al lobo, que no habita en climas tropicales. Asombrado por el a todas luces infundado temor al lobo, pregunté qué pasaba a un fugitivo retardado que apenas podía correr con sus muletas tullidas por el reúma. Sin dejar de mirar atrás y correr adelante, el inválido me explicó que el niño no gritaba ahí viene el lobo si no hay viene Lobo, que era el dueño de la casa de inquilinato, quintopatio o conventillo donde vivían todos sin (poder o sin querer) pagar la renta. Los que huían no huían del lobo, sino del cobro —o, más bien, huían del pago.
Moraleja: El niño, de haber estado mejor educado, bien podía haber gritado “¡Ahí viene el Sr. Lobo!” y se habría ahorrado uno todas esas preguntas y respuestas y la fábula de paso.
(Tomado de Exorcismos de esti(l)o. Barcelona: Seix Barral, 1976.)
François Chauveau |
Una fábula
Mariana Frenk
Un caracol deseaba volverse águila. Salió de su concha, trató muchas veces de lanzarse al aire y cada vez fracasó. Entonces quiso volver a su concha. Pero ya no cabía, pues habían empezado a crecerle alas.
Mariana Frenk
Un caracol deseaba volverse águila. Salió de su concha, trató muchas veces de lanzarse al aire y cada vez fracasó. Entonces quiso volver a su concha. Pero ya no cabía, pues habían empezado a crecerle alas.
(Tomado de … Y mil aventuras. México: Siglo XXI, 2001)
La buena conciencia
Augusto Monterroso
En el centro de la Selva existió hace mucho una extravagante familia de plantas carnívoras que, con el paso del tiempo, llegaron a adquirir conciencia de su extraña costumbre, principalmente por las constantes murmuraciones que el buen Céfiro les traía de todos los rumbos de la ciudad.
Sensibles a la crítica, poco a poco fueron cobrando repugnancia a la carne, hasta que llegó el momento en que no sólo la repudiaron en el sentido figurado, o sea el sexual, sino que por último se negaron a comerla, asqueadas a tal grado que su simple vista les producía náuseas.
Entonces decidieron volverse vegetarianas.
A partir de ese día, se comen únicamente unas a otras y viven tranquilas, olvidadas de su infame pasado.
El perro y el frasco
Charles Baudelaire
—Lindo perro mío, buen perro, chucho querido, acércate y ven a respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumería de la ciudad.
Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en esos mezquinos seres corresponde a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; luego, echándose atrás con súbito temor, me ladra, como si me reconviniera.
—¡Ah miserable can! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos los habrías husmeado con delicia, devorándolos tal vez. Así tú, indigno compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente elegida.
(Tomado de Le spleen de Paris.)
El oficial de policía y el malhechor
Ambrose Bierce
Un Jefe de Policía que vio a un Oficial golpeando a un Malhechor se indignó muchísimo, y le dijo que no debía volver a hacer algo así, bajo pena de destitución.
—No sea tan duro conmigo, Jefe —dijo el Oficial, sonriendo—. Lo estaba golpeando con un bastón de paño relleno.
—Así y todo —insistió el Jefe de Policía—, usted se tomó una libertad que tiene que haberle resultado muy desagradable, aunque no le haya hecho daño. Sírvase no repetirla.
—Pero —dijo el Oficial, todavía sonriente—, era un Malhechor de paño relleno.
Al tratar de expresar su complacencia, el Jefe de Policía extendió su brazo derecho con tanta violencia que la piel se le rasgó en el sobaco y un chorro de arena cayó de la herida. Era un Jefe de Policía de paño relleno.
(Tomado de Fábulas fantásticas. Buenos Aires: Errepar, 2000.)
Fábula triste
Harold Kremer
El ratón tenía la costumbre de venir a mi biblioteca. Era un ratón sabio que consumía mis libros. Una vez le coloqué una tabla que obstruía su repetitivo camino. El ratón vino y toda la noche luchó contra el obstáculo; lo oía roer y gemir de desesperación. Esa noche se quedó a la espera. La noche siguiente volvió y también esperó. Y así durante mucho tiempo. Un día, compadecido, quité la tabla; pero el ratón no volvió a la biblioteca. Venía y se quedaba en el lugar del obstáculo. Y así durante mucho tiempo.
(Tomado de El combate. Cali: Deriva, 2004.)