El hijo de la lavandera
Ana María Matute (España)
Al hijo de la lavandera le tiraban piedras los niños del administrador porque iba siempre cargado con un balde lleno de ropa, detrás de la gorda que era su madre, camino de los lavaderos. Los niños del administrador silbaban cuando pasaba, y se reían mucho viendo sus piernas, que parecían dos estaquitas secas, de esas que se parten con el calor, dando un chasquido. Al niño de la lavandera daban ganas de abrirle la cabeza pelada, como un melón-cepillo, a pedradas; la cabeza alargada y gris, con costurones, la cabeza idiota, que daba tanta rabia. Al niño de la lavandera un día le bañó su madre con el barreno, y le puso jabón en la cabeza rapada, cabeza-sandía, cabeza-pedrusco, cabeza-cabezón-cabezota, que había que partírsela de una vez. Y la gorda le dio un beso en la monda lironda cabezorra, y allí donde el beso, a pedrada limpia le sacaron sangre los hijos del administrador, esperándole escondidos, detrás de las zarzamoras florecidas.
(Los niños tontos, 1956)
Prohibición
Óscar Castro García (Colombia)
Hace muchos años, en un poblado de Ecuador, el alcalde prohibió morirse a sus habitantes; y parece que este mandato se cumplió al menos por trece días, al cabo de los cuales murió un hombre de ochenta y nueve años, por el que la familia tuvo que pagar al municipio una escandalosa suma de dinero como multa por incumplir el mandato de la alcaldía. Después de aquel desgraciado incidente nunca más alguien volvió a morir en el municipio.
Una tarde el alcalde salió a averiguar por qué en su pueblo todos habían resultado tan obedientes y nadie había muerto, pero estando en esas averiguaciones, sufrió un infarto al miocardio fulminante antes de descubrir la verdad de que las familias ocultaban a sus muertos.
(Días sin nombre, 2024)
Desaparecidos
Rubén Blades (Panamá)
Anoche escuché varias explosiones, tiros de escopeta y de revólveres, carros acelerados, frenos, gritos, eco de botas en la calle, toques de puerta, quejas, por dioses, platos rotos. Estaban dando la telenovela, por eso nadie miró pa’ fuera.
(«Desapariciones» en: Buscando América, 1984)
La tarasca
Harold Kremer (Colombia)
En el pueblo dicen que la tarasca nació de la imaginación de las mujeres.
Durante años dijeron a sus hijos: No salgan tarde en la noche que la tarasca ataca, la tarasca mata por placer, la tarasca mata sin motivos.
Todos pensaban que era una broma pero los primeros muertos llegaron cuando ya nadie creía en ella. Luego aparecieron macheteados los familiares de Ancízar Marulanda y, poco después, fueron fusilados los campesinos de la vereda Altobonito. Hace un tiempo una mujer llegó corriendo al pueblo. Gritaba que sus dos hijos habían sido destrozados por una explosión que salió desde el fondo de la misma tierra. Luego aparecieron decenas y centenas de hombres y mujeres que contaban historias de muerte y de hambre.
Los hombres del pueblo dicen que fue tanta la invención de las mujeres que lograron crear la tarasca de la nada.
Ahora, todas las noches, las reúnen en el parque para obligarlas a imaginar su muerte.
(El combate, 2004)
Horizonte
Alberto Hernández (Venezuela)
«Era una ola gigante» —dijo Keiko.
«Era una bestia de agua» —afirmó Toshiro.
«Los que vieron todo ya no están» —añadió la muerte.
(Las nubes que pasan, 2014)
Calumnias
Libardo Vargas Celemín (Colombia)
Adolf Hitler lloró largamente, después de haber leído el montón de libros escabrosos que lo señalaban como responsable de las asfixias masivas, las torturas y los campos apuntalados por redes eléctricas. Lloró de rabia ante la ignominiosa calumnia, ante la sevicia de sus detractores, pero por sobre todo, ante la estúpida ineficiencia de sus antiguos hombres de confianza al haber dejado sobrevivientes para que lo contaran todo.
(Las estaciones del olvido, 1996)
Conjugación
Ángel Olgoso (España)
Yo grité. Tú torturabas. Él reía. Nosotros moriremos. Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán.
(La máquina de languidecer, 2009)