Amor propio I
Un mendigo pedía limosna dignamente, y uno que pasaba le dijo: “¿No os da vergüenza ejercer este infame oficio pudiendo trabajar?”.
“Señor —respondió el mendigo—, os pido dinero no consejo”. A continuación volvió la espalda, conservando toda su dignidad.
Dios
Acababa yo de construir un pabellón en el extremo de mi jardín, y oí a un topo que razonaba con un abejorro: “Vaya una obra hermosa —decía el topo—; tiene que ser un topo muy poderoso el que la haya construido”. “Os burláis —dijo el abejorro—, ha sido un abejorro genial el arquitecto de esta obra”.
Desde ese día he resuelto no discutir nunca.
Fábula
Fue necesario escoger un rey entre los árboles. El olivo no quiso abandonar el cuidado de su aceite, ni la higuera el de sus higos, ni la viña el de su vino, ni los otros árboles los de sus frutos. El cardo, que no servía para nada, fue el rey, porque tenía espinas y podía hacer daño.
Milagro
Un pequeño monje estaba tan acostumbrado a hacer milagros que el prior le prohibió ejercer su talento. El pequeño monje obedeció; pero al ver que un pobre albañil se caía de lo alto de un tejado, dudó entre el deseo de salvarle la vida y la santa obediencia. Mandó al albañil que se quedara en el aire hasta nueva orden, y corrió velozmente a contar a su prior el estado de la situación. El prior le perdonó el pecado que había cometido al comenzar un milagro sin su permiso, pero le permitió acabarlo con tal de que aquello no continuara y no volviera a repetirse.
La infancia de Zoroastro
En aquellos tiempos había muchos magos, muy poderosos, que vaticinaban que llegaría un día en que Zoroastro sabría más que ellos y los hundiría. El príncipe de los magos hizo que llevaran al niño a su casa con la intención de abrirle en canal, mas al iniciar esta operación se le secó la mano. Lo arrojaron al fuego para que muriera abrasado y el fuego se transformó para él en un baño de agua de rosas. Lo dejaron entre una manada de lobos y éstos fueron a buscar dos ovejas que le amamantaron toda la noche. Finalmente, comprendiendo que no podían quitarle la vida, lo devolvieron a su madre, la más excelente de todas las mujeres.
Tortura
Extraña manera de interrogar a los hombres. Debe su origen al salteador de caminos. Los conquistadores, que fueron los sucesores de tales ladrones, comprendieron que esa finalidad era útil para su interés y la siguieron usando cuando sospechaban que fraguaban contra ellos malévolas intenciones, como, por ejemplo, la de ser libres; deseo que a sus ojos era un crimen de lesa majestad divina y humana.
La Providencia nos tortura algunas veces con el mal de piedra, la gota, el escorbuto, la lepra, la sífilis, la epilepsia y otros verdugos ejecutores de sus venganzas. Y como los primitivos déspotas fueron, según creían sus cortesanos, imágenes de la divinidad, la imitaron en todo lo que pudieron.
El grave magistrado que adquirió con dinero el derecho a hacer estos experimentos en sus prójimos se va a comer con su santa esposa y a contarle, mientras come, lo que ha visto por la mañana. La primera vez que oye ese relato su sensible esposa se encoleriza; la segunda vez ya desea conocer detalles, por aquello de que las mujeres son curiosas, y cuando se acostumbra a las nobles funciones de su marido, al verle entrar en casa pregunta: «¡Oh, querido! ¿Has puesto hoy en el potro a alguien?».