Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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domingo, 27 de noviembre de 2011

40. Fantasmas I

Adam Fuss




Cuento de horror
   Juan José Arreola


   La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.








Los huesos sagrados
   Pär Lagerkvist


   Dos pueblos habían sostenido una gran guerra de la que ambos se sentían muy orgullosos, y que continuaba todavía con vivo ensañamiento sin tener para nada en cuenta las pequeñas necesidades humanas.
   A ambos lados de la frontera sobre la que se habían librado las batallas, y donde los soldados fueron horriblemente muertos, se erigieron grandes monumentos conmemorativos en honor de los caídos por la patria, que yacían en sus tumbas. Allí se congregaban los dos pueblos, cada cual ante su respectivo monumento, y se pronunciaban exaltados discursos sobre las legiones de valientes cuyos huesos descansaban bajo tierra, santificados por una muerte heroica y cubiertos de gloria para toda la eternidad.
   Un día circuló en ambos pueblos el impresionante rumor de que algo raro sucedía durante las noches en el antiguo campo de batalla. Se decía que se veían fantasmas, y que los muertos abandonaban sus sepulturas y cruzaban la frontera como si se hubieran reconciliado. La versión provocó una profunda inquietud. ¡Los héroes caídos, venerados por todos sus compatriotas, se reunían con los enemigos e intimaban con ellos! ¡Era demasiado! 
   Los dos pueblos resolvieron enviar sendas comisiones para investigar el caso. Los miembros de las comisiones se pusieron a espiar, escondidos detrás de algunos árboles secos que aún quedaban, y esperaron a que llegara la medianoche. ¡Qué espanto! ¡La especie resultó ser absolutamente cierta! El desolado campo se poblaba de horribles fantasmas que cruzaban la frontera llevando, al parecer, una carga consigo.
   Los miembros de las comisiones corrieron hacia ellos indignados:
   —¡Cómo, ustedes que se han sacrificado por su patria; ustedes, a quienes veneramos por encima de todo, por quienes nos reunimos para recordarlos y reverenciarlos, cuyas sepulturas nos son sagradas; ustedes fraternizan con el enemigo, se reconcilian con ellos!
   Los héroes caídos los miraron asombrados:
   —Nada de eso, seguimos odiándonos lo mismo que antes. Lo único que hacemos es cambiar los huesos. No existe ninguna ley que lo prohíba.




Final para un cuento fantástico
   I. A. Ireland


   —¡Qué extraño! —dijo la muchacha, avanzando cautelosamente—. ¡Qué puerta más pesada!
   La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
   —¡Dios mío! —dijo el hombre—. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro, ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
   —A los dos no. A uno solo —dijo la muchacha.
   Pasó a través de la puerta y desapareció.




Su viuda y su voz
   Ana María Shua


   De las cañerías provenía un ruido fuerte y triste al que ella suponía la voz de su marido muerto. Todas las cañerías hacen ruido, argumentaban sus amigos. En todas las cañerías se manifiesta su espíritu, decía ella. Todas las cañerías hacían ruido cuando él estaba entre nosotros, argumentaban sus amigos. Pero solamente ahora me hablan de amor, decía ella.



Fantasma
   Guillermo Samperio














Un Fantasma sensible
   Lieu Yi-king


   Un día, cuando se dirigía al excusado, Yuan Tche-yu fue protagonista de un hecho singular. A su lado surgió un fantasma gigantesco, de más de diez pies de altura, de tez negra y ojos inmensos, vestido con una casaca negra y cubierto con un bonete plano. Sin turbarse de modo alguno, Yuan Tche-yu conservó su sangre fría.
   —La gente suele decir que los fantasmas son feos —dijo con la mayor indiferencia, dirigiendo una sonrisa a la aparición—. ¡Y tiene toda la razón!
   El fantasma, avergonzado, se eclipsó.




La casa encantada
   Anónimo europeo


   Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a comenzar su conversación con el anciano. 
   Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a una fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el auto. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
   —Espéreme un momento —suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.
   Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.
   —Dígame —dijo ella—, ¿se vende esta casa?
   —Sí —respondió el hombre—, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!
   —Un fantasma —repitió la muchacha—. Santo Dios, ¿y quién es?
   —Usted —dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.