domingo, 3 de enero de 2016

148. 1001 cuentos publicados



Matrioshka
   Werner Heisenberg

   El átomo es un sistema planetario a escala reducida. En los planetas de este sistema, los electrones, viven seres muy pequeños que construyen casas, plantan huertos, hacen física atómica y al final llegan también a la tesis de que sus átomos son sistemas planetarios en pequeño, y así ad infinitum.


El maestro de Bruto
   William Shakespeare

   Porque César me apreciaba, lo lloro; porque fue afortunado, lo celebro; como valiente, lo honro; pero por ambicioso, lo maté.


Ecosistema
   José María Merino

   El día de mi cumpleaños, mi sobrina me regaló un bonsái y un libro de instrucciones para cuidarlo. Coloqué el bonsái en la galería, con los demás tiestos, y conseguí que floreciese. En otoño aparecieron entre la tierra unos diminutos insectos blancos, pero no parecían perjudicar al bonsái. En primavera, una mañana, a la hora de regar, me pareció vislumbrar algo que revoloteaba entre las hojitas. Con paciencia y una lupa, acabé descubriendo que se trataba de un pájaro minúsculo. En poco tiempo el bonsái se llenó de pájaros, que se alimentaban de los insectos. A finales de verano, escondida entre las raíces del bonsái, encontré una mujercita desnuda. Espiándola con sigilo, supe que comía los huevos de los nidos. Ahora vivo con ella, y hemos ideado el modo de cazar a los pájaros. Al parecer, nadie en casa sabe dónde estoy. Mi sobrina, muy triste por mi ausencia, cuida mis plantas como un homenaje al desaparecido. En uno de los otros tiestos, a lo lejos, hoy me ha parecido ver la figura de un mamut.


No hay moscas en Frank
   John Lennon

 No había moscas en Frank esa mañana. Después de todo, ¿por qué no?
   Era un ciudadano responsable con mujer e hijos, ¿cierto?
   Era una típica mañana para Frank y con una agilidad que escapa a la descripción saltó al baño cayendo sobre la báscula. Con disgusto descubrió que había engordado 12 pulgadas. No podía creerlo y la sangre se le subía a la cabeza haciéndolo poner colorado.
   «No puedo creer esto que le pasa a mi cuerpo que no ha engordado desde que mi madre me alumbró. Sí, aunque por el criado de tu tenebrosa cabaña quiera comer, ya no lo haré normalmente. Lo que me irrita escrupulosamente es que me ha agarrado en mi interior como una gordísima y pesada hebilla».
   Frank miró de nuevo abajo la horrorosa visión que nubló sus ojos con espantoso pesar. «Doce pulgadas más pesado, ¡Dios!, aunque no estoy más gordo que mi hermano Geoffery, cuyo padre Alec vino desde Kenneth —a través de Leslies, quien engendró a Arthur, hijo de Eric, por la casa de Ronald y April— cuidadores de James de Newcastle, quien corrió Madeline 2-1 al lado de Silver Flower, (10-2) último Wot-ro-Wot a 4/3 de Libra Esterlina».
   Viajó escaleras abajo con la cresta doblada —con un gran peso en sus petrohombros— y ni siquiera la golpeada cara de su mujer pudo sacar una sonrisa de la cabeza del pobre Frank, quien, como sabes, no tenía moscas en él. Su mujer, una antigua belleza maricona, lo miraba con extraña, pero dura mirada.
   —¿Qué os perturba Frank? —preguntó estrechando su ciruela—. Luces abatido, acaso informal —agregó.
   —No es nada sino que he ganado 12 pulgadas más en altura y en anchura de ayer a hoy. ¿No soy el más miserable de los hombres? No me sufraguantes al hablarme o puedo confiarte una injuria mortal. Debo atravesar este camino solo.
   —¡Dios!, Frank, me habéis asustado fuertemente con tan grave charla. ¿Debo ser culpada de tan enorme polispasto?
   Tristemente miró Frank a su esposa, olvidando por un momento la causa de su miseria. Caminando lentamente hacia ella, le cogió la cabeza con sus manos y con unos pocos rápidos golpes la dejó compasivamente en el suelo, muerta.
   —Ella no deberá verme más así —murmuró— no todo gordo y en su cumpleaños 32.
   Frank tuvo que hacerse el desayuno esa mañana y también las mañanas siguientes.
   Dos (¿o fueron tres?) semanas más tarde, Frank despertó de nuevo para descubrir que no seguía habiendo ninguna mosca sobre él. «No moscas en este muchacho Frank», pensó, pero, para su sorpresa, parecía que había una cantidad de moscas sobre su mujer, quien seguía extendida sobre el piso de la cocina.
   «No puedo compartir el pan y todo eso estando ella echada aquí», pensó escribiendo mientras hablaba, «debo llevarla a su casa donde la harán sentir bienvenida».
   La juntó en un pequeño saco (porque ella sólo medía metro y medio) y arrancó hacia su verdadero hogar. Frank golpeó en la puerta de la casa de su mujer. su madre abrió la puerta.
   —He traído a Mariam a casa, señora Sutherskill' (él nunca se atrevió a llamarla mami). Abrió el saco y puso a Mariam en el dintel.
   —Yo no voy a tener esas moscas en mi casa —gritó la señora Sutherskill’ (quien estaba muy orgullosa de su casa), cerrando la puerta. «Ella por lo menos me habría podido ofrecer una taza de té», pensó Frank volviendo a cargar el problema en sus petrohombros.


Cuento de horror
   Marco Denevi

   La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:
   —Thaddeus, voy a matarte.
   —Bromeas, Euphemia —se rió el infeliz.
   —¿Cuándo he bromeado yo?
   —Nunca, es verdad.
   —¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
   —¿Y cómo me matarás? —siguió riendo Thaddeus Smithson.
   —Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.
   El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sistema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.


El busto
   Jorge Amado

   En el lugar donde vivo hay un busto mío que a veces desaparece. Dicen que mis amigos lo roban cuando se van de farra como hicieron los amigos de Quincas con Quincas cuando murió. Llevan el busto para que yo participe en las fiestas. Yo soy un hombre ya de cierta edad y quizá no debería participar en estas cosas, pero si me llevan, yo no puedo impedirlo.


Wakefield
   Nathaniel Hawthorne

   Wakefield, bajo el pretexto de un viaje, se hospedó a una cuadra de su casa y ahí, sin el conocimiento de su esposa o amistades, y sin sombra de razón por semejante autodestierro, vivió por más de veinte años. Durante ese tiempo contempló su casa todos los días y con frecuencia a su desolada esposa. Y luego de tan largo hiato en su felicidad matrimonial —cuando su muerte ya era dada por cierta, su herencia resuelta, su nombre desechado de la memoria y su esposa, por tanto, tanto tiempo resignada a una viudez otoñal—  entró por la puerta una noche, en silencio, como si sólo se hubiera ausentado por un día, y fue un amante esposo hasta su muerte.