domingo, 20 de diciembre de 2015

147. Cartas I


Esquizofrenia
   María Teresa Balen

   Querido psiquiatra:
   Como usted me dijo que cuando tuviera un problema se lo hiciera saber, así lo hago. Se lo tengo que explicar por carta, pues cuando le conté a mamá que lo iba a llamar por teléfono para preguntarle, me lo prohibió, diciéndome que lo debía resolver yo solo y que no tenía por qué molestarlo a usted con estas cosas. Así que si lo llamo, ella se entera, ¿comprende?
   El problema es el siguiente: me han pedido en el colegio que escriba sobre un tema específico, el cual debo leer en voz alta y con gran seguridad. Las ideas deben ser claras y manifestar mi pensamiento al respecto. El tema es la Esquizofrenia. Le pregunté a papá qué quería decir, y me dijo que era un problema mental que tenían las personas que no vivían en hogares felices. Mamá me mandó directo al diccionario, busqué, pero le juro que no entendí la definición. Tato, mi hermano mayor —quien es universitario— me dijo que eso era una enfermedad producida por el mundo capitalista en que vivimos. El día de mi exposición se acerca, y aún no sé qué decir ni cómo empezar; estoy hecho un lío, cada vez entiendo menos. Espero que el jueves me explique qué debo hacer.
   Hablando de otra cosa, le cuento que he seguido fielmente sus instrucciones y creo que la cosa en mi casa está funcionando bien. La solución tardó en llegar, es personal como usted sugirió, y ha dado sus frutos. Ya no digo lo que pienso, sino lo que quieren que diga; en cuanto a hacer lo que quiero, para no molestar a nadie y poderme dar gusto, lo hago a escondidas. Creo que he dado en el clavo, pues mi casa es ahora como todas; ya no hay hijo problema. ¡Ah!, oí a mamá comentándole a una amiga por teléfono, que estaba feliz con usted pues yo ahora sí era un muchacho normal. Así que, según dijo ella, el jueves me acompañará a su consultorio para cancelarle lo que le debe, y darle las gracias en nombre de todos. Papá está feliz. Nos vemos el jueves.
   Gracias.


Estimada Greta Garbo
   William Saroyan

   Espero haya tenido la oportunidad de verme en el noticiero de los recientes tumultos de Detroit, donde me rompieron la cabeza. Nunca trabajé para Ford pero un amigo me habló de la huelga, y como no tenía nada qué hacer ese día, fui con él para ver el escenario de los disturbios y anduvimos merodeando entre pequeños grupos que criticaban diversas cosas, haciendo gala de frases bastante radicales, pero no les presté mucha atención.
   No creí que fuera a suceder nada, pero al ver los automóviles de los noticieros, me dije: “Bueno, he aquí llegada mi hora de aparecer en el cine, como siempre he deseado”. En consecuencia, me quedé por allí a la espera de mi oportunidad. Siempre estuve seguro de tener rostro fotogénico. Y me agradó mi aventura, aunque el leve accidente me retuvo en el hospital una semana.
   Sin embargo, tan pronto como lo abandoné me fui a un cine del barrio, donde vi que estaban exhibiendo el noticiero en que tomaba parte y saqué una entrada para contemplarme en la pantalla. Sin duda que era magnífico y, si usted prestó atención a la película, no pudo dejar de fijarse en mí, porque soy el joven del traje azul que pierde el sombrero al empezar la estampida. ¿Se acuerda? Volví la cabeza a propósito tres o cuatro veces a fin de que la cámara captara mi rostro y creo que me habrá visto sonreír. Quería ver cómo era mi sonrisa en la cinta, y, aunque me esté mal el decirlo, me parece bastante aceptable.
   Me llamo Félix Otría, descendiente de italianos. Me he recibido en una Escuela Superior y hablo el inglés como un nativo, a la par que el italiano. Me parezco algo a Rodolfo Valentino y a Ronald Colman y con seguridad que me gustaría saber que Cecil B. de Mille o alguno de esos personajes me ha visto y ha declarado que en mí hay buena pasta para actor de cine.
   Vi en el noticiero la parte del tumulto que no pude presenciar por haber perdido el conocimiento y debo confesar que fue bastante serio, con mangueras, bombas lacrimógenas y demás. He visto el noticiero once veces en tres días y puedo decir con seguridad que ningún otro hombre, ni civil ni policía, sobresale de la multitud como yo, y me pregunto si usted llevará el asunto ante la Empresa para la cual trabaja y ver si me toman una prueba.
   Me consta que lo haré bien y se lo agradeceré mientras viva, señorita Garbo. Tengo la voz potente y puedo representar muy bien el papel de galán, por lo que espero me hará usted este pequeño favor. Y hasta me atrevo a confiar en que, un día no lejano, pueda tener a mi cargo el papel de héroe en una película suya, ¿quién sabe?
   La saludo respetuosamente,
   Félix Otría



Carta para Suecia
   Slawomir Mrozek

   Distinguido señor Nobel:
   Solicito humildemente que me sea concedido el premio que lleva su nombre.
   Mis motivos son los siguientes:
   Trabajo como contable en una oficina estatal y, en el ejercicio de mis funciones, he escrito unos cuantos libros, a saber: el Libro de entradas y salidas, el Libro de balances y el Libro mayor. Además, en colaboración con el almacenero, escrito una novela fantástica titulada Inventario.
   Creo que le gustarían, porque son libros escritos con imaginación y tienen mucha gracia (son auténticas sátiras). Si deseara leerlos, podría prestárselos, aunque por poco tiempo, porque están muy solicitados. Quien tiene más interés es el inspector de Hacienda, ya puedo oír su voz en el despacho de al lado.
   Hablando del inspector, preveo que tendré ciertos gastos, porque me temo que los libros no van a ser de su agrado. Precisamente le escribo a usted esta carta para que el premio me permita sufragarlos. Por favor, mande el giro a mi domicilio. Dejaré una autorización a nombre de mi mujer, por si yo no estuviera ya en casa el día que venga el cartero. En tal caso, el dinero servirá para pagar al abogado o… Espere un momento, señor Nobel, acaba de entrar el inspector.
   Ya se ha marchado. ¿Sabe qué le digo, señor Nobel? Mándeme mejor dos premios. No tiene usted idea de cómo se han disparado los precios.


129
   Édgar Alan García

   Querida Matilde, le quiero dar las gracias pues, como usted sabe, yo me encontraba en un estado de depresión muy grande y gracias a su ayuda espiritual y energética, desde hace dos días me siento con otro ánimo, con el espíritu más libre y hasta le podría decir que alegre. Lo que aún no resuelvo, y en eso le ruego que me ayude, es cómo decirle a la policía lo que le hice a mi marido. 
   Atte. Laura.


Respuesta al Coronel
   Orlando Mejía Rivera

   Respetado Coronel:
   En mi calidad de funcionario del ministerio me permito responder, reconociendo cierta tardanza y pidiéndole disculpas de antemano, a su solicitud de pensión de veterano de la guerra de los Mil días. Pero antes de informarle, de manera detallada, en que van los trámites de su petición número mil ochocientos veintitrés, permítame felicitarlo en nombre de todo el Estado porque nos hemos enterado de su espíritu patriótico, digno de imitar por las nuevas generaciones, al comprender que la resignación y la paciencia son grandes virtudes ciudadanas y que, como lo ha dicho usted mismo: “El que espera lo mucho espera lo poco”.
   La célebre máxima “la justicia cojea, pero llega” es uno de los principios filosóficos de nuestro ministerio y debo mencionarle, entonces, que su pensión no ha salido todavía, porque sus documentos se traspapelaron desde el siglo pasado. Sin embargo, hemos decidido otorgarle, en compensación y mientras tanto, una hermosa medalla de reconocimiento a su valor, como el valiente combatiente que fue en las gloriosas gestas guerreras del pasado de la nación.
   Además, le quiero comunicar una última y grata sorpresa: El Estado, que siempre está pendiente de las necesidades y los intereses de su pueblo, ha tomado la determinación institucional de poner en práctica su brillante idea de manutención en tiempos difíciles. Estamos seguros de que, con esa peculiar y olorosa dieta, con la que usted ha sobrevivido todos estos años, implementada al ochenta por ciento de la población del país, lograremos mejorar los índices nutricionales y, en especial, nos constituiremos en un ejemplo natural y ecológico de “reciclaje alimenticio”, merecedor de ser replicado por el resto de gobiernos del continente.

   Atentamente,
   Pedro Pérez.
   Asistente auxiliar
   Archivo de documentos extraviados.