domingo, 17 de septiembre de 2023

349. Escritores estadounidenses IV

 

Prescripción
   Edgar Allan Poe (1809- 1849)

   Una vez, cierto rico avaro concibió el proyecto de obtener gratis una consulta con un médico conocido. Con este objeto, entabló con él, en una reunión íntima, una conversación corriente, y le insinuó su caso como si se tratara de un individuo imaginario. El avaro dijo: “Supongamos que los síntomas son tales y cuáles. Ahora, doctor, ¿qué le mandaría usted que tomase?”. Y el médico repuso: “¿Tomar? Pues que tomase consejo, sin duda”.
(“La carta robada”, 1845)


Hasta el cuello
   Raymond Chandler (1888- 1959)

   Los guardianes de la ley realizan su trabajo sucio. Los abogados se llevan los laureles. Ellos redactan las leyes para que otros abogados las analicen delante de otros abogados llamados jueces, de modo que otros jueces puedan decir que los primeros jueces estaban equivocados y la Suprema Corte pueda decir que el segundo lote de jueces era el que estaba equivocado.
(Un largo adiós, 1953)


La huelga
   Dashiell Hammett (1894- 1961)

   Para derrotar a los mineros tuvo que dar carta blanca a sus mercenarios. Cuando la batalla llegó a su fin no se los pudo sacar de encima.
   Les había puesto en las manos la ciudad, y no era capaz de reconquistarla. A los pistoleros les gustó la ciudad y allí se quedaron. La consideraban como el botín que les debía el patrón por ayudarle a romper la huelga. Él tenía que ser discreto con ellos. Sabían demasiado sobre él, y era él el máximo responsable de las acciones que habían cometido mientras duró la huelga. 
   Abortó la huelga, pero se le escapó de las manos la ciudad y el estado.
(Cosecha roja, 1927)

Woody Allen

La lógica del amor
   Woody Allen (1935)

   Amar es sufrir. Para evitar el sufrimiento, uno debe no amar. Pero entonces uno sufre por no amar. Por lo tanto, amar es sufrir; no amar es sufrir; sufrir es sufrir. Ser feliz es amar. Ser feliz, entonces, es sufrir, pero el sufrimiento nos hace infelices. Por lo tanto, para ser feliz, uno debe amar o amar para sufrir o sufrir a causa de demasiada felicidad.


Destinatario

       R. había estado intentando localizar, sin éxito, cierto libro, husmeando en librerías y catálogos.          Supuestamente era una obra excepcional y tenía muchas ganas de leerla.Una tarde que paseaba por la ciudad, tomó un atajo a través de la Grand Central Station y subió la escalera que lleva a Vanderbilt Avenue. Allí, apoyada en la baranda de mármol, una joven leía el libro que él había estado intentando localizar desesperadamente.
    R. no es alguien que hable con desconocidos, pero estaba tan asombrado por la coincidencia, que no se pudo callar.
    —Lo crea o no —le dijo a la joven—, he buscado ese libro por todas partes.
    —Es estupendo —respondió la joven—. Acabo de terminar de leerlo.
    —¿Sabe dónde podría encontrar otro ejemplar? —preguntó R.—. No puedo decirle cuánto significaría para mí.
    —Éste es suyo —respondió la mujer.
    —Pero es suyo —dijo R.
    Era mío —dijo la mujer—, pero ya lo he acabado. He venido aquí para dárselo. 

(Experimentos con la verdad)


    Cuando se ponen a sumar y restar para constatar si la relación es equitativa, el resultado no es satisfactorio. De su parte, él está aportando cincuenta mil, dice ella. No, setenta mil, dice él. No importa, dice ella. Me importa a mí, dice él. El aporte de ella es un niño pequeño. ¿Eso es un activo o un pasivo? Ahora, ¿debe ella sentirse agradecida? Puede sentirse agradecida, pero no en deuda, ni que le estuviera debiendo algo. Es necesario que haya igualdad. A mí me gusta estar contigo, dice ella, a ti te gusta estar conmigo. Estoy agradecida contigo porque nos mantienes, y yo sé que a veces mi hijo te causa problemas, aunque digas que es un buen niño. Pero no sé cómo entenderlo. Si yo doy todo lo que tengo y tú das todo lo que tienes, ¿no es eso un tipo de igualdad? No, dice él.


Los gritos
   Jack Handey (1949)

   Cuando los árboles empezaron a gritar, dejamos de talarlos, pues eran como nosotros. Pero gritaban todo el tiempo, y sin motivo aparente. De manera que volvimos a talarlos.