Guillermo Cabrera Infante |
Retén
El hombre bajó la tapa de la maleta del auto y se volvió al sargento.
—Yo soy muy viejo para ser revolucionario —dijo sonriendo. El sargento no sonrió y nadie supo si era por exceso de sentido del deber o por falta de sentido del humor.
Junto al automóvil un soldado mantenía abierta una de las puertas para alumbrar dentro y ahora terminaba de mirar la guantera. A unos pocos pasos otro soldado sostenía un rifle, apuntando hacia la máquina y mirando a las cuatro viajeras. En la parte trasera, al medio, estaba sentada una muchacha, hermosa, la vista al frente, su perfil hacia él en una forma que creyó orgullosa y rebelde.
El hombre regresó al auto, se despidió cortésmente de la patrulla y entró. Echó a andar con cuidado. Detrás quedaban los tres soldados, mirando al carro que se iba entre una nube de polvo, alumbradas las partículas de tierra por los faros, como una aureola. Uno de los soldados —el que había mirado hacia adentro con insistencia— recordó una lección de tiro y a su memoria vino claramente la cifra del alcance del Springfield. Luego pensó que la máquina debía estar ya a unos cien metros. Levantó el arma y se la echó a la cara. Apuntó al centro del carro y contó: «Ciento veinte, ciento veinticinco...». No vio el resultado, pero pudo predecirlo. En la academia de reclutas, uno que había estudiado medicina, le explicó que el cerebro nada en un líquido a presión y que una bala de alta velocidad casi siempre lo hace estallar cuando penetra, como cuando se le dispara a un tanque lleno de agua, que revienta.
El soldado bajó el rifle y miró al sargento. El sargento miraba a la máquina detenida a lo lejos, su interior alumbrado y no volvió la cabeza. El otro soldado se echó a un lado, a la cuneta, atemorizado, pero sin saber exactamente de qué. El primer soldado sonrió y miró al rifle y miró al otro soldado y miró al sargento.
(Así en la paz como en la guerra, 1960)
Rol
—Así que eres un escritor.
—Sí lo soy —fue apenas mi respuesta.
—Literato, ¿no?
No era siquiera una clasificación.
—Es peor si fuera un hombre de letras, como la sopa.
—¿Qué sopa?
—La sopa de letras. ¿Tú no la has comido?
—Ni sé a qué sabe.
—Es como si te comieras la página de un libro.
—Debe saber a rayos.
—A rayas.
(La ninfa inconstante, †2008)
Herido grave
Escondido en la manigua toda la mañana, al mediodía siente sed y busca curujuyes, la parásita enemiga del árbol y amiga del viajero: todas están ya secas. Baja de la cima al río, cuando lo descubre un centinela errante. Dispara, lo hiere y corre hacia el arroyo. Siente un golpe en una pierna y sabe que le dieron. Se guarece entre los grandes cantos blancos. Un soldado se encima a cogerlo y él le tira a quemarropa. El soldado rueda entre las piedras; él se detiene a mirarlo, erguido: es el primer hombre que mata. Y el último: una bala le entra por el cuello, otra por el pecho, otra por el vientre. Cae al agua y navega corriente abajo y recala entre raíces.
(Vista de amanecer en el trópico, 1974)
Haitianos y jamaiquinos
Los obreros haitianos y jamaiquinos enviaron una delegación a hablar con el hacendado. Decidieron terminar la huelga si recibían el aumento. Todo pareció ir de lo mejor y el hacendado propuso hacer una foto del grupo para conmemorar el acuerdo. Los delegados haitianos y jamaiquinos se colocaron en fila enfrente de la máquina, cubierta con una tela negra. El hacendado salió del grupo para dar una orden a su mayoral. El mayoral destapó la máquina y tranquilamente fusiló con la ametralladora al grupo de delegados. No hubo más quejas de los cortadores de caña en esa zafra y en muchas más por venir.
La historia puede ser real o falsa. Pero los tiempos la hicieron creíble.
(Vista de amanecer en el trópico, 1974)
Con muy poca tropa
El general acampaba con muy poca tropa cuando fue sorprendido por el enemigo. Conminado a rendirse, decidió que era preferible el suicidio y se dio un tiro en la barba. La bala le atravesó la boca y la nariz para salir por la frente, donde con el tiempo se le haría una cicatriz en forma de estrella.
Cuando le informaron a la madre del general que éste se había rendido, ella respondió que ése no era su hijo. Cuando le explicaron que antes de ser apresado por el enemigo se había pegado un tiro, dijo: “¡Ah, ése sí es mi hijo!”.
(Vista de amanecer en el trópico, 1974)
El comandante traza un plan
El comandante traza un plano de la batalla en la tierra seca. Pone mucho cuidado en la ejecución, gran meticulosidad en el reparto de posiciones, hace un cálculo exacto de la capacidad del enemigo y de las posibilidades en favor o en contra. Pero, al final, la batalla se gana por mera casualidad o por la iniciativa renuente de dos o tres bravos que no entendieron nada de las explicaciones, que no saben nada, que no pueden diferenciar la estrategia de la táctica —que ni siquiera conocen estas palabras.
(Vista de amanecer en el trópico, 1974)
Definiciones
And/or se traduce al español por y/o. Es decir, yo. Yo se divide en y/o para enseñarnos que el yo está hecho de una conjunción copulativa y de una disyuntiva, mostrando nuestro origen de una cópula y nuestro destino disyuntivo.
Y/o es mucho más que and/or, mucho más que yo.
(Exorcismos de esti(l)o, 1976)