domingo, 9 de julio de 2023

344. Mujeres V



Las brujas
   Jorge Luis Borges (Argentina)

   Nunca resolveremos si la creencia de que unas pobres viejas tienen pacto secreto con el diablo y pueden operar maravillas, es una expresión del rencor que suelen inspirar las ancianas menesterosas y feas, o es una cortesía desesperada hacia quienes carecen de todo, ya sea en el orden material, ya en el intelectual.
(Revista Multicolor, 1933)


Los pájaros dejan el rastro de su olor
   Ileana Mulet Batista (Cuba)

   
Joven de verde - Tamara de Lempicka
Una mujer toca tres veces por semana a la puerta de un hombre, que le abre en ropas ligeras y la hace pasar con agrado; ella muestra su timidez, venida de un interior menudo y casi sacro. Esta vez, como de costumbre, la conduce hasta la cama en el centro de una habitación y le hace el amor una y otra vez, hasta que su toro queda rendido… Luego se levanta y le indica que ha llegado la hora de la despedida. Ella nunca siente pena por un trabajo tan especial, ni por el dinero que obtiene; su mente repasa una y otra vez las ternuras recibidas y el brillo de un rumiante humano sobre su piel sudorosa.
   Un día bochornoso de lluvia, cuando las aves dejan el rastro de su olor por las calles de árboles frondosos, después de realizar su habitual trabajo, de regreso a su casa, el vestido se le pega al cuerpo. Un hombre rudo la intercepta y nadie puede ayudarla, los pájaros revolotean a su alrededor, acercándola cada vez más a los brazos codiciosos del desconocido; se entregó al acto de tortura como si fuera una monja a la que le arrancaran los hábitos en medio de la tormenta.
   Deambula como un retrete, sucia y pestilente, sin rumbo, ensimismada en su infortunio, tanto, que no va nunca más al trabajo. Comienza a creer que es una princesa raptada por un ogro y vive encerrada en una torre, esperando a que un príncipe hermoso la rescate, pero hay pendencieros que afirman que tres veces por semana un hombre toca a su puerta y ella le abre en ropas ligeras.
(Sobre la tierra húmeda, 2017)


Las muchachas nacen silvestres
   Pedro Arturo Estrada Z. (Colombia)

   Una muchacha puede nacer y crecer instantáneamente en cualquier lugar y hora. Producto natural de la tierra, brota de repente en un parque público, una esquina de barrio, una puerta humilde, una estación de metro, un hospital a las dos de la madrugada, un cementerio bajo la lluvia. Hay poderosas fuerzas espacio-temporales que se concitan alrededor de estas apariciones de muchachas que, según los especialistas, suelen clasificarse en grupos o variedades casi infinitas. No es lo mismo —digamos— una muchacha de parque metropolitano que una de jardín pueblerino. La primera, es obvio, tendrá mayor tamaño y aspecto; pero su color, su brillo, serán de menor duración, dada la impureza del ambiente; mientras la segunda, más fina, más fresca, mantendrá un encanto íntimo, perdurable. Así mismo, se acentúan los matices entre muchachas surgidas de la noche y las que afloran por la mañana o se reproducen como muñecas de acrílico en los centros comerciales. 
   Pero es un misterio indudable cómo se dan silvestres las muchachas y también, cómo desaparecen de golpe, dejando en el aire la fragancia a veces dulce, a veces áspera o venenosa de su paso fugaz en nuestras vidas.
(Deshistorias y otros textos, 2006)


Sentencia
   Claudia Andrade (Chile)

 
Autorretrato en el Bugatti verde
Tamara de Lempicka
 —Me voy a morir —declaró con vehemencia aquella tarde, acarreando las tazas hacia la cocina. Abrí los ojos sorprendida sin conseguir articular palabra. El aire se fragmentó y la casa comenzó a temblar.
   —Me voy a morir, te digo —repitió, mientras mis manos de niña intentaban sostener el techo que se nos venía encima.
   —No digas eso —conseguí pedirle, tratando de regresar las rosas del papel mural a su sitio.
   —Que me muero, te digo, llama a las vecinas —insistió ella, viéndome correr de un lado a otro en una desesperada lucha por unir los cimientos.
   —No lo hagas —supliqué, aferrando un par de grietas amenazantes entre los dedos. Las paredes oscilaban, el piso crujía, la casa se volvía niebla.
   Que sí, que no, discutimos en medio del cataclismo. Ella fue a tenderse al cuarto y cerró los ojos con fuerza. Entonces, la casa comenzó a venirse abajo en serio. De nada valieron mis súplicas, los lamentos, ni mis torpes intentos por impedir los destrozos y evitar las rupturas: todo se derrumbó de manera escandalosa. ¿Y ella? Ella se murió igual, de puro porfiada.
(Micronemia, 2014)


Las últimas palabras de mamá
   Marco Tulio Aguilera Garramuño (Colombia)

   Mi mamá me dijo no te dejes tocar por los muchachos, y después murió. Ahora, con setenta años encima, sentada en mi mecedora, mientras pienso en lo absurdo y triste que es el mundo, me pregunto qué quiso decir.


Celos
   Tim Keppel (USA-Colombia)

   El marino siempre llevaba con él una muñeca inflable. Sus compañeros la descubrieron y le pidieron que la compartiera. Decidió acceder, pero por un precio. Aunque eso no duró, porque se puso celoso.
(Legado, 2022)


Ensayo
   Guillermo Cabrera Infante (Cuba)

   Conocí mujeres y aún muchachas que se pasaban la vida ensayando un papel que nunca llegarían a representar. La vida era una escena en tiempo de ensayos. Pero no era que fueran falsas: eran actrices sin papel que ensayaban el personaje de su vida.
(La ninfa inconstante, †2008)