domingo, 25 de junio de 2023

343. Minicuentos del Huila



La verdadera libertad
   Eduardo Tovar Murcia

   Se sintió embargado por una felicidad inefable. El delito que le imputaron le otorgaba veinte años de reclusión. No le importaba. Tenía todo lo necesario para una confortable estadía. El lugar no era más amplio que un baño familiar, pero era suficiente para ser feliz. Las paredes eran grisáceas, con el hollín visible en los ángulos de las esquinas y la mugre cubriéndolo todo. Un camastro y un neceser eran los pocos enseres con que contaba la celda. Recostado contra la pared se encontraba su mayor tesoro, la razón de su felicidad en condiciones tan precarias para el común de la gente.
   El día que ingresó, su única petición fue que le llevaran sus preciados libros. No era otra su razón de vivir. Leer durante todos esos años fue el mayor regalo que el Estado le pudo conceder: veinte años de lectura incesante. Dejar de ver a su familia no fue inconveniente: hace ya bastantes años había perdido contacto con ellos. Tampoco dejar de asistir a sus clases en la universidad, donde los estudiantes dormitaban encima de los pupitres, sin poner atención a lo que él decía. Además, de cierto modo, se podía entender que él hubiese violado la norma docente, en un sentido estrictamente académico, y con el ánimo de buscar la tranquilidad intelectual. Sólo se sentía dolorido por sus colegas quienes, durante el resto de sus días, tendrían que seguir allí afuera, incrustados en sus ocupaciones, sin la oportunidad de experimentar la verdadera libertad.


La fuga
   Betuel Bonilla Rojas

   Después de múltiples ruegos, el gendarme accedió a darle un lápiz con el único requisito de dibujar en el patio y devolverlo en la noche, pues las normas del Penal eran inapelables. En realidad, un lápiz no representaba mayor riesgo para los otros penados ni para el interno mismo. Así, durante muchos meses, el hombre dibujó el Penal, a pequeña escala, y el gendarme no vio en esto otra cosa que una especie de enfermedad, de amor delirante por el encierro, algo muy frecuente entre los que enfrentaban penas mayores. El hombre, en su dibujo, levantó muros, ubicó de forma estratégica las garitas de la guardia y reprodujo, metro a metro, cada pasillo y cada reja del reclusorio. El gendarme vigilaba con una risilla los avances del interno. Al final, como salido de la mano del mejor arquitecto del mundo, el reclusorio estaba listo. El gendarme, asomado por última vez al dibujo, hasta llegó a reconocerse en uno de esos minúsculos hombrecitos que portaban el uniforme azul.
   Esa noche, al ir a recoger el lápiz, el gendarme vio el dibujo adentro, solitario, en la celda del hombre. En aquel dibujo, algo que no había visto en la primera ocasión, la puerta mayor permanecía abierta, muy distinta a como sucedía en la realidad. Asombrado, el gendarme buscó por cada uno de los rincones de la celda, cerrada por él mismo minutos antes, pero el condenado ya no estaba.
(Segundo lugar del XX Concurso Departamental de Minicuento “Rodrigo Díaz Castañeda”, 2010).


La mejor actuación
   Jorge Enrique Alvarado

   Agoniza la vieja actriz y una procesión de espectros gravita por su habitación, entre familiares y amigos. Son los personajes que, representados a lo largo de su agitada y escandalosa carrera, le atormentan en su delirio final. Hisopo en mano, como espantando murciélagos, el cura procede a sus oficios. Agazapada en un rincón, desde hace rato la muerte mide el zarpazo final. De repente, de entre los esperpentos, irrumpe otra muerte, abalanzándose decidida sobre la moribunda. La muerte agazapada ve disputada su presa, iza su guadaña y arremete, obligándola en retirada. Pronto regresa a su víctima, quien ya se encuentra de pie recibiendo los aplausos. Tarde, comprende que ha sido engañada por un artificio de página teatral. Castañeando los dientes, la emponzoñada sale de escena, arrastrando su orgullo a las patadas. Entre tanto, la joven actriz, que saboreando su éxito se deja consentir por su público, ignora lo cerca que estuvo de su última actuación.
   Pero la muerte no pierde, aunque se equivoque. En un frío pasillo de la tras escena yace tendido el cuerpo sin vida de una muerte de reparto.


Ciclista en retiro
   José Heriberto Rayo

   Un hombre viejo deja la bici todoterreno frente a su casa. No es propiamente un ciclista, pero le gusta montar cada vez que le roba tiempo a la rutina. Entra y se refresca. Mientras tanto, un muchacho observa su gran oportunidad. En segundos, máquina y joven se vuelven uno solo.
   El hombre descubre el plagio y empieza veloz persecución en su auto. Rápidamente lo alcanza, lo mira y se maravilla de la fortaleza de su pedalear. Recuerda sus buenos tiempos y se imagina que es él quien le imprime tal velocidad a la bici.
   Ahora su temperamento cambia y por gusto continúa observándolo. Hace un guiño al plagiario y con una sonrisa cómplice regresa a su casa.


Petición
   Pastor Polanía

   —Qué quieres —preguntó Dios.
   —Que me salves —contesté.
   —Estás salvado.
   Con los ojos nublados y el cuerpo en decadencia, desmadejé mis brazos sobre un camino, que resultó de hormigas. Invadieron mi boca, ya sin aliento.


Búsqueda
   Carlos Parra Rojas

   Cansado de llevar una vida vacía, su cuerpo empezó a empequeñecer. Quiso buscarse, llenar su vacío. Pero, ya sin espíritu ni materia, no pudo encontrarse. Se esfumó en la maraña de su vacuidad.



Siempre portero
   Alcides Parra Rojas

   Nació con sangre futbolística. En el vientre de su madre había dado las primeras patadas y saltos emocionantes. Desde muy niño jugó descalzo en la calle de su barrio y en el patio de su escuela. Lo marcó futbolística y emocionalmente el mundial de 1970; tenía 10 años de edad. Hizo parte de diversos equipos y participó en muchos campeonatos intercolegiales y municipales. Se desempeñaba bien debajo de los tres palos: habilidad, agilidad, reflejos y un buen saque.
   Su mayor deseo era ser portero de la selección de su país, pero nunca salió de la provincia.
   Hoy a los 37 años, es portero en el Banco de Colombia.
(Cuentos, ensueños y relatos del alma, 1997)


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Los textos son sacados del libro de la imagen: Antología de minicuento: La tarde está como para contar cuentos. Selección, prólogo y notas de Betuel Bonilla Rojas. Colectivo Renata.

Huila es uno de los treinta y dos departamentos que junto con Bogotá, Distrito Capital, conforman la República de Colombia (wikipedia).