domingo, 30 de abril de 2023

339. Hermanos II

 

La pugna de dos hermanos
   Leyenda mesoamericana

   Hace mucho tiempo en Ixtlahuaca vivieron dos hermanos que se querían mucho. Eran hijos de un rey que, al morir, les heredó el trono. Cierta vez, los amigos de uno de ellos le dijeron que se preparara para la guerra, porque su hermano trataba de apoderarse de sus propiedades y gobernar solo al pueblo. Cuando el otro supo que se preparaba una guerra, alistó a su ejército. Empezaron las hostilidades. Los dioses, enojados por esa guerra entre hermanos, decretaron que todos los guerreros murieran en la lucha y que los dos hermanos se confundieran entre sí, de suerte que cada uno huyera del otro. Así sucedió: todos los beligerantes quedaron tendidos en el campo de batalla y los dos hermanos, al verse a solas, tuvieron miedo uno del otro, se separaron yendo el hermano menor al norte y el hermano mayor al sur. Desde la distancia que los separaba empezaron a echar humo que, al juntarse, lanzaba rayos, truenos y lluvias tempestuosas. En ocasiones, el hermano que fue al norte lanzaba ráfagas de viento dispersando el humo que lanzaba el del sur y viceversa. Esto ocasionaba que se perdieran las cosechas, ya sea por abundancia o escasez de lluvias.
   Esta es la explicación que se dan los campesinos de la región de Ixtlahuaca cuando el mal tiempo malogras las cosechas. Dicen que El hermano Sur es el Xinantécatl o Nevado de Toluca y el del Norte es el Cerro de Jocotitlán.


Escondida
   Harold Kremer (Colombia)

   Con mi hermanita jugábamos al escondido. Ella siempre terminaba enojada porque la descubría rápidamente. “La próxima me esconderé tanto, pero tanto, que no podrás encontrarme”, me gritó un día.
   Eso fue hace sesenta años y aún la sigo buscando.


Siamés
   Harold Tobar (Colombia)

   Usted no entiende que en la cama éramos tres, señor.
   Nos recibía en la sala, sentada en estas piernas, alborotada. Mi hermano la iba tocando y ella gime que gime hasta el cuarto. Por eso digo que en la cama éramos tres, señor. Aunque yo no mirara y me diera calentura. Pero usted no entiende que el amor es entre dos y por eso tuve que matarlo, señor juez.
(Antología del cuento corto colombiano)

Peter Paul Rubens - Caín matando a Abel

Hermanos
   Raúl Brasca (Argentina)

   Cuando la coexistencia se les hizo insostenible, dos hermanos muy competitivos llegaron a un acuerdo tácito pero inquebrantable: aquello en lo que uno de ellos triunfara quedaría vedado para el otro; eso evitaría toda comparación entre ambos. Más que un alivio, el pacto resultó una condena. En la carrera por apropiarse de los triunfos más gratificantes y las privaciones menos penosas, el que mostró primero ser más inteligente relegó al otro a la estolidez y los trabajos rudos. Consecuentemente, cuando el bruto aunque apuesto ganó con las mujeres, el intelectual tuvo que inclinarse por los hombres. Pero replicó haciéndose muy rico, con lo que obligó al hermano a equivocarse en los negocios y arruinarse. No previó que tanta miseria haría que su rival deseara morir hasta lograrlo y que con ello le escamotearía el triunfo. Achacoso y cubierto de años, soporta aún la ruina de su cuerpo mientras clama por una muerte prohibida.
(Todo tiempo futuro fue peor, 2004)


Palabra contra palabra
   Ricardo Bugarín (Argentina)

   Mi hermano dice que es un mediocre. Dice que tiene una profesión mediocre, un trabajo mediocre, una pareja mediocre, una familia mediocre, una vida mediocre. Yo no acepto nada y, para disuadirlo, lo tomó de un brazo y lo enfrento a un espejo. Mirate y convencete de que sos todo un hombre, le grito. “Soy un mediocre que ni siquiera existe”, me dice, señalándome el espejo. Me acerco por detrás, me asomo sobre su hombro derecho y sólo me veo yo en ese bruñido plano.
(Bonsái en compota)


Comportamiento de los vestidos
   Mar Horno (España)

   De las cinco hermanas Capellar, la pequeña es la más bella. Cuando camina por la calle se lleva prendidos de su falda los deseos de todo el pueblo. La fila de pretendientes que llaman a su puerta llega hasta la plaza, donde los últimos beben en la cantina para olvidar que llevan meses haciendo cola. El caso es que cuando se baña en el río no es más que un cuerpecillo de libélula adornado con un pelo de sirena y una risa de pastel. Pero cuando los domingos se pone uno de los vestidos heredado de sus hermanas —ligero en exceso por los incontables lavados— nadie puede soportar sin daño su hechizo. Y es que la tela estampada de flores, que antes ha estado sobre los cuerpos de las otras, se ha ido llevando todos sus encantos y lucen multiplicados en la menor. Hasta que, el día de su dieciséis cumpleaños, estrena su primer vestido nuevo comprado con los ahorros de todas. Cuando la ven pasar los vecinos, extrañados, se preguntan quién será esa muchacha fea. Entonces, la cuarta hermana pasa a ser de nuevo la más bella.
(Ginés S. Cutillas [ed.] Los pescadores de perlas)


Crema de tomate
   José Ignacio Izquierdo (Colombia)

   Desde el momento que tomaste la primera cucharada me di cuenta de que ya no volverías a amenazarme. Sentado frente a ti no he podido probar bocado, pretexto para que papá a mi lado haga repetidos comentarios acerca de mi falta de apetito. Nada habría pasado si no te hubieras asustado y por tu manía de no guardarte nada la abuela se enteró de lo que le hicimos a “Mariposa”. Todo hubiera seguido igual, pero se te fue la lengua y ella se enteró. No lo hicimos con la intención de que muriera, sólo tratábamos de experimentar la mezcla de polvos que preparamos en la bodega. Por eso no te perdonaré que nos delataras y menos que me echaras toda la culpa, aprovechándote de ser el mayor y de utilizar el argumento de mis continuas travesuras. Ella, con justa razón, fue quien armó todo el escándalo ya que la gata era suya. De cualquier manera, hubiese sido mejor dejarla con la idea de que se había muerto de vieja, pero tú, no sé si por ganarte sus favores o por vengarte de mí, me echaste toda la culpa. Por fortuna nadie, ni tú mismo, pudieron encontrar los polvos, pues cuando los escondí, ya tenía pensado hacer lo que he hecho.
   Cuando probaste la primera cucharada de crema pensé, por el gesto que hiciste, que no te la ibas a tomar y ahora me asombro de lo parsimonioso que eres para comer. Ahora que mamá le recuerda a papá que no olvide el asunto de las flores para la abuela pienso que fue un error contártelo, pienso también que debiste permanecer callado y no amenazarme con contárselo a papá. Sólo se trataba de que te quedaras callado y te tragaras tus remordimientos pues a fin de cuentas estaba muy vieja y ya no iba a durar mucho. Desde el día que ella me tiró de las orejas en represalia por el asunto de “Mariposa”, decidí hacerlo, pero cometí el lamentable error de contártelo. Durante mucho tiempo esperé la oportunidad hasta que se presentó cuando ella se antojó de comer fresas y tuve la fortuna de llevárselas preparadas con crema de leche y melado de azúcar. También aquel día sentí temor de que ella no se comiera las fresas, pero tan sólo hizo un ligero comentario acerca de cierto sabor amargo que luego se lo atribuyó a alguna fruta demasiado madura. Nadie se preocupó por indagar más allá de una muerte aparentemente tranquila y en su cama, pues a esa edad uno se puede morir de cualquier cosa. El viejo doctor Arnold dictaminó paro cardíaco y todo el mundo quedó satisfecho, a fin de cuentas desde siempre fue el médico de la familia.
   Sin embargo, tú me condenabas con tu mirada a pesar de que por todos los medios intenté hacerte comprender que lo único que podíamos hacer era olvidar y de nada valía andar con preocupaciones, que no había nada de qué arrepentirse. Pero no me hiciste caso y seguías con tus remordimientos, hasta tal punto te sentías culpable que de noche te asaltaban las pesadillas y soñabas que la abuela entraba por la ventana y se sentaba sobre tu cama a pedirte cuentas. En ocasiones te revolcabas en tu cama porque en tus oídos resonaban los maullidos de “Mariposa” impidiéndote dormir, entonces me levantaba y te tapaba la boca con la almohada para que no siguieras llorando y gritando antes de que papá te escuchara y se enterara del motivo de tus lamentos. Fueron muchas las ocasiones en las que a medianoche tuve que levantarme a llevarte agua y pastillas para dormir para mitigar tu desvelo. Todo eso te lo pude haber perdonado, no me importaba desvelarme contigo, pero lo que no puedo perdonarte es que me hubieras amenazado y esta mañana despertaras decidido a contárselo a papá. En realidad, no sé cómo pude convencerte de que lo dejes para la noche y hasta me atreví a prometerte que seré yo mismo quien se lo cuente.
   Ahora estamos todos sentados a la mesa y en tanto mamá va y viene desde la cocina pienso que la crema de tomate que tanto te gusta tiene la ventaja de atenuar el sabor. Por fortuna llegué con tiempo suficiente al comedor y por fin respiro tranquilo ahora que te veo tomar la última cucharada. Quizá descubriste algún asomo de sonrisa en mi rostro, has vislumbrado la realidad y de nuevo percibo en tus ojos ese destello de condena que tenías en la mañana, aunque ahora tiene el aditivo de la impotencia. Sólo al verme de veras sonreír comprendes tu imposibilidad, pero ya es demasiado tarde, no debiste amenazarme, hermano.
   Sólo me queda esperar a qué le van a atribuir un suceso tan inesperado a pesar de que sé que para papá y mamá la pérdida será irreparable. No tengo nada de qué arrepentirme, fueron ellos quienes propiciaron los acontecimientos y sería fatal que papá llegara a sospechar algo pues no quiero pensar que también él me obligue a hacerlo.
(Ekuóreo # 9, 1980)