sábado, 6 de agosto de 2022

320. Hermann Hesse - A 60 años de su muerte


   Hermann Karl Hesse, nació en Calw, Reino de Wurtemberg, Imperio alemán, el 2 de julio de 1877, y murió en Montagnola, cantón del Tesino, Suiza, el 9 de agosto de 1962. Fue un escritor, poeta, novelista y pintor alemán, nacionalizado suizo en 1924.

   Además de una obra de cuarenta volúmenes, entre novelas, relatos, poemarios y meditaciones, Hesse publicó títulos de autores antiguos y modernos, así como monografías, antologías y varias revistas. Editó también casi 3000 recensiones. A esta obra se suma una copiosa correspondencia: al menos 35000 respuestas a cartas de lectores, y su actividad pictórica: centenares de acuarelas de sesgo expresionista e intenso cromatismo. Según el biógrafo Volker Michels, "nos enfrentamos con una obra que, por su copiosidad, su personalidad y su vasta influencia, no tiene paralelo en la historia de la cultura del siglo XX"
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Destreza

   En presencia de espectadores y amigos, Wu Tao Tse, el más famoso pintor chino, pinta un paisaje en la pared, luego entra mágicamente en el cuadro, se pierde en una cueva pintada en él y desaparece; y con él, también el cuadro.
1921 (Obstinación)


Cuenta Jean Paul

   Tras una noche de terror en la posada, el dragón le toca el hombro al cura castrense Schmelze con el saludo: «¿Qué tal ha dormido, hermano?».
1956 (Pequeñas alegrías)


Parábola china

   Un anciano llamado Chunglang, que quiere decir «Maese La Roca», tenía una pequeña propiedad en la montaña. Sucedió cierto día que se le escapó uno de sus caballos y los vecinos se acercaron a manifestarle su condolencia. Sin embargo el anciano replicó:
   —¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!
   Y hete aquí que varios días después el caballo regresó, y traía consigo toda una manada de caballos cimarrones. De nuevo se presentaron los vecinos y lo felicitaron por su buena suerte. Pero el viejo de la montaña les dijo:
   —¡Quién sabe si eso ha sido un suceso afortunado!
   Como tenían tantos caballos, el hijo del anciano se aficionó a montarlos, pero un día se cayó y se rompió una pierna. Otra vez los vecinos fueron a darle el pésame, y nuevamente les replicó el viejo:
   —¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!
   Al año siguiente se presentaron en la montaña los comisionados de «los Varas Largas». Reclutaban jóvenes fuertes para mensajeros del Emperador y para llevar su litera. Al hijo del anciano, que todavía estaba impedido de la pierna, no se lo llevaron.
   Chunglang sonreía.


La habitación

   Durante meses, mi vivienda fue un cobijo aireado para las horas de reposo y de trabajo, un recinto con puertas y ventanas abiertas donde penetraba el viento y el aroma de los árboles y el claro de luna; yo era en esa habitación un simple huésped, sólo para descansar y leer un poco; la auténtica vida no se desarrollaba aquí si no fuera, en el bosque, en el lago, en las verdes colinas, pintando, paseando, caminando, con la ropa ligera y elemental. Pero, de pronto, despiertas de una mala noche, miras con sorpresa el día grisáceo y apagado, oyes la lluvia fría y continua que azota las hojas de los árboles ante tu ventana y sabes que aquello ha pasado: ya es otoño, está próximo el invierno. Y ahora, de pronto la habitación vuelve a ser importante, es hogar —o prisión—, es ineludible estancia.
1928 (Pequeñas alegrías)


Cumpleaños

   Ayer estuvo en casa un forastero para recordarme que el próximo año cumplía yo los cincuenta años; por eso había venido a fin de que yo le contase cosas de mi vida para un artículo de felicitación que pensaba escribir. A este señor le dije que me resultaba muy emocionante que se hubiese tomado tanto trabajo por mí, pero que yo no tenía nada que contar, y que el hecho de recordarme este jubileo resultaba tan simpático como si a un moribundo le viniera un señor a recordar la proximidad de su defunción y le pusiera en la mano el catálogo de su acreditada fábrica de ataúdes.
1926 (Pequeñas alegrías)


Pintura de Hermann Hesse
Pintura de Hermann Hesse 


La ciudad

   ¡Esto marcha! —exclamó el ingeniero cuando llegó el segundo convoy por el nuevo tramo de ferrocarril, con hombres, carbón, herramientas y víveres. Los animales salvajes vieron irrumpir el trabajo, la agitación, las manchas de carbón y ceniza, desechos de papel y hojalata. Luego se retiraron. La comarca se civilizó y en la siguiente primavera las llanuras rebosaban de mieses y frutos.
   Fue inaugurada la estación, el palacio de gobierno y la banca; a los pocos meses aparecieron ciudades en las cercanías. Al año siguiente ya había delincuentes, un gran almacén comercial, una liga de antialcoholismo, un modisto de París, una cervecería bávara, salas de cine y un club de espiritistas. No faltaban las campañas electorales y las huelgas. Una forma de saludar y de inclinar la cabeza se diferenciaban de las de otras ciudades. Una generación ya veía a la ciudad como vieja patria. Su ritmo la convirtió en una seductora maravilla visitada por políticos y científicos extranjeros.
   Tras una sangrienta revolución un lejano país prosperó rápidamente, atrayendo hacia sí los afanes y anhelos del viejo mundo. La ciudad, durante siglos había sido para el nuevo mundo un lugar venerado y querido, cantado por poetas y visitado por admiradores, pero la historia se fue desplazando hacia otros continentes; los descendientes de las antiguas familias de la ciudad murieron o emigraron. Las ciudades menores del área se convirtieron en ruinas, visitadas por pintores y turistas o habitadas por gitanos y delincuentes. Al final, allí sólo se alojaba una plebe que sucumbió a las enfermedades y a la degeneración.
   El bosque seguía creciendo desde las montañas hacia la llanura. La selva avanzó y fue conquistando y cubriendo lentamente calles, palacios, templos y museos; el zorro, la marta, el lobo y el oso poblaron la inhóspita región.
   Sobre uno de los palacios derruidos se erguía un joven pino que años atrás fuera el más avanzado mensajero y precursor de la selva invasora.
   ¡Esto marcha! —gritó un pájaro carpintero que picoteaba el tronco, y contempló jubiloso la pujanza de la selva y el maravilloso progreso renovador de la tierra.
1910 (Resumen: Revista Estampas, 1962)


Un emperador chino

   El emperador Schi fue amonestado repetidamente por sus sabios, por haber menospreciado las normas de moralidad y de buen gobierno. Pero su primer ministro, Li-Si, le defendió y llegó a aconsejarle que aboliese las prescripciones y leyes tradicionales, haciendo quemar en el país todos los libros de este género. El emperador se dejó convencer e, inmediatamente, comenzó el horrendo exterminio de todos los libros en el país, los más valiosos y nobles documentos de la antigua cultura China. Y a los sabios y a los poseedores de libros se les ordenó, bajo graves penas, quemar todas las obras en el plazo de treinta días o entregarlas a los funcionarios. Y pese a que todo el que incumpliera esta orden era arrestado y condenado, no menos de cuatrocientos sesenta sabios desobedecieron, se dejaron prender y fueron sepultados vivos.
1913 (Pequeñas alegrías)
Resumen: Historia de China de Heinrich Hermann, 1912