domingo, 14 de noviembre de 2021

301. Fábulas VII

 El ama y las criadas
   Esopo

   Un ama de casa muy laboriosa despertaba a las criadas todos los días al cantar el gallo. Éstas determinaron matar el gallo, pensando que así podrían dormir un poco más, pero les sucedió todo lo contrario, porque el ama, ignorando la hora en que el gallo cantaba, se levantaba más temprano y las despertaba antes de tiempo.
   Es muy común en la mayor parte de los hombres el empeorar su suerte con lo mismo que creían mejorarla.
(Fábulas completas. Madrid: Edimat, 2007)


El pececito
   Guillermo Menocal

   Un pez grande se tragó a uno pequeño. “Al fin estoy a salvo, y con mucha comida”, dijo muy contento el pececito.


Fábula II
   Luis Ignacio Helguera

   Un gato se trepó al tejado y se puso a escribir un poema a su amada. Jugando con los hilos de estambre de la luna, enarbolaba versos hábilmente: “Fatal lejanía… / cuántas azoteas de por medio…”. De pronto, sonó a sus espaldas un maullido sensual. Volteando atrás, el poeta vio a su novia, a su musa, y, recobrándose del sobresalto, le dijo, ya muy tranquilo, aunque molesto: “Vete, luego nos vemos. Me has interrumpido”.
(Minificción mexicana. Lauro Zavala [ed.])


El hombre y el río del tiempo
   Nicolás Suescún

   Una vez un hombre se sentó en la ribera de un río a esperar que se secara. El río no se secó, pero el hombre no murió de sed.
   Moraleja: Los modernos no podemos hacer fábulas a la antigua.
(Los cuadernos de N. Bogotá: Planeta, 1994)


Los cuatro amigos - Winifred McKenzie Bequest 2001
Los cuatro amigos - Winifred McKenzie Bequest 2001
La tortuga y el venado 
   Cultura Desana

   La tortuga encontró al venado y lo retó:
   —Primo, apostemos a quién corre más.
   Hicieron caminos, uno para la tortuga y otro para el venado. Pero la tortuga colocó a cincuenta familiares suyos, uno a cada quince pasos. 
   Ya en la carrera, el venado llamó: 
   —¡Primo tortuga!
   Y una de las tortugas le contestó más adelante. El venado entonces apuró el paso y llamó de nuevo:
   —¡Primo tortuga!
   Y otra de las tortugas le contestó más adelante. El venado apuró aún más y llamó de nuevo. Pero siempre la tortuga respondía más adelante. Y así corrió el venado por el monte, muy rápido, unos tres o cuatro kilómetros, exigiéndose tanto para ganarle a la tortuga, que murió extenuado.
(Desana - Gerardo Dolmatoff-Reichel)


Caperucita I
   Eduardo Serrano Orejuela

   Lobo se encuentra con Caperucita en el bosque y le pregunta:
   —¿Vas para donde tu abuela?
   —No, ¿por qué?
   Lobo se siente confundido:
   —No, por nada —balbucea—. Bueno, suerte, Caperucita. Chao.
   Lobo camina al azar por el bosque. Finalmente decide ir en busca de los tres cerditos: tal vez ellos sí se comporten de acuerdo con la tradición.


El ave extraordinaria
   Leonardo da Vinci

   Hace mucho tiempo, un viajero recorrió medio mundo en busca del ave extraordinaria. Aseguraban los sabios que lucía el plumaje más blanco que se pudiera imaginar. Decían además que sus plumas parecían irradiar luz, y que era tal su luminosidad que nunca nadie había visto su sombra. ¿Dónde encontrarla? Lo ignoraban. Desconocían hasta su nombre. El viajero recorrió el bosque, la costa, la montaña.
   Un día, junto al lago, distinguió un ave inmaculadamente blanca. Se acercó con sigilo, pero ella sintió su presencia y levantó vuelo. Su sombra voladora se dibujó sobre las aguas del lago. “Es sólo un cisne”, se dijo entonces el viajero, recordando que el ave extraordinaria no tenía sombra.
   Algún tiempo después, en el jardín de un palacio, vio un ave bellísima. Estaba en una gran jaula de oro y su plumaje resplandecía en el sol. El guardián del jardín adivinó lo que pensaba y le advirtió:
   —Es sólo un faisán blanco, no es lo que buscas.
   El viajero incansable recorrió muchas tierras, países, continentes...
   Llegó hasta el Asia y allí, en un pueblo, conoció a un anciano que dijo saber dónde se encontraba el ave extraordinaria. Juntos escalaron una montaña. Cerca de la cumbre, vieron al gran pájaro incomparable. Sus plumas, esplendorosamente blancas, irradiaban una luz sin igual.
   —Se llama Lumerpa —dijo el anciano—. Cuando muere, la luz de su plumaje no se apaga. Y si alguien le quita entonces una pluma, ésta pierde al momento su blancura y su brillo.
   Allí terminó la búsqueda. El viajero volvió a su tierra, feliz, como si una parte de aquel resplandor lo iluminara por dentro. Y aseguró que el plumaje de Lumerpa era como la fama bien ganada y el buen nombre y honor... que no pueden quitarse a quien los posee y que siguen brillando aún después de la muerte.