sábado, 19 de septiembre de 2020

271. Chéjov - Minicuentos tempranos III



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   El maestro de oficios sepulcrales Chéreipov tiene listos ataúdes de todas las clases posibles. Para los moribundos al por mayor, hay descuento. Ruego a los señores moribundos protegerse contra falsificaciones.
(1881)


Amor no correspondido

   I. Un apuesto o hidalgo, bajo la ventana de una casita, tiempla las cuerdas, se estremece, se engalla y canta. La ventana sigue cerrada, pero él no decae: ¡por algo es español! Su copla encenderá el corazón de la hermosa esquiva, la ventana cederá a la presión de una manecita diminuta y de un corazón sumiso.
   II. El hidalgo lleva cantando una hora, dos horas, tres... El cielo comienza a clarear y a colorearse por Oriente. Saltan en la guitarra la quinta y la tercera. La frente del hermoso rostro se llena de sudor que cae sobre la cálida tierra..., y el hidalgo sigue cantando:
   —Plenus venter non studet libenter! Imperfectum conjunctivi pasivi!
   Lo cual significa: “¡Mátame si quieres, pero sal! ¡Si no sales, mi sangre salpicará tu ventana! ¡Me muero!”, aunque el traductor afirma que no, que la primera frase significa: “A barriga llena, poco estudio”, y la segunda: “Imperfecto de subjuntivo pasivo”.
   Tras la ventana se oyen pasos. ¡Por fin! Los postigos se abren con estrépito y aparece la señora, bella, sublime, ardiente... El hidalgo se extasía de júbilo y se ahoga de felicidad. ¡Oh, instante maravilloso! La bella se asoma a la ventana y, refulgentes los negros ojos, gruñe:
   —¿Piensa usted acabar de cantar alguna vez? ¡Da verdadero asco! ¡No me deja dormir! Si no termina usted, caballero, me veré obligada a llamar al sereno.
   III. La ventana se cierra ruidosamente. El hidalgo se mata de una puñalada. Se levanta acta.
(1883)


Suerte

   Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida.
(Anotación en su cuaderno de apuntes)


El colmo de la vigilancia

   Un redactor de un periódico de extrema derecha, después de leer varios periódicos moscovitas, sufrió un arrebato de suspicacia y efectuó un registro en su propia casa. Como no hallara nada sospechoso, se condujo a sí mismo a la comisaría del distrito, por si acaso.
(1883)


Una de dos

   Es un caluroso mediodía. En el sofá del salón está semitendida una joven de dieciocho años. Las moscas le corren por la cara; a sus pies yace un libro abierto; los labios, entornados, déjame apenas escapar el sutil aliento. La joven duerme.
   Entra en el salón un vejete de los que Gógol llamó “sementales de ratón”. Al ver a la muchacha, sonríe y se acerca a ella de puntillas.
   —¡Qué encanto! —musita, chasqueando los labios con fruición—. Es la bella… ¡je, je, je!, la bella durmiente… ¡Qué lástima no ser pintor! Esta cabecita…, esta mano…
   El viejo se inclina hacia la doncella, le acaricia el brazo con su mano acorchada y… ¡paf, un beso! La muchacha respira profundamente, abre los ojos y mira extrañada al anciano.
   —¡Ah, es usted, señor duque! —murmura, tratando de vencer su somnolencia—. Perdón, creo que me he dormido.
   —Sí, sí, está usted dormida —balbucea el duque—. Está usted dormida y soñando conmigo… Me ve usted en sueños… Duerma, duerma… Está usted soñando…
   La joven le cree y cierra los ojos.
   —¡Qué fastidio! —se lamenta, mientras procura dormirse de nuevo—. ¡Siempre sueño con bestias o con bribones!
(1883)


El signo de los tiempos

   Un muchacho, de agradable apariencia, tenía la rodilla hincada ante una joven:
   —¡Querida mía, yo no puedo vivir sin usted! ¡Se lo juro! —se acaloraba—. ¡Perdí los nervios desde el momento en que la vi! Mi querida, dígame… dígame… ¿sí o no?
   La joven abría la boca para responder cuando, en ese momento, por la puerta, asomó la cabeza de su hermano.
   —¡Un momento, Lily! —dijo el hermano.
   —¿Qué es lo que quieres? —preguntó Lily.
   —Perdóname, querida mía, que os moleste, pero soy tu hermano, y mi sagrada obligación es advertirte… debes tener mucho cuidado con este caballero. Muérdete la lengua… procura no hablar de más.
   —¡Pero me está haciendo una proposición!
   —Eso es asunto tuyo… declárate, espósate con él, pero, por amor de Dios, ten cuidado… Conozco a este sujeto… ¡Es un bribón de los grandes! Ahora mismo haría contigo cualquier cosa.
   —Merci, Max… ¡No lo sabía!
   La muchacha volvió a la sala. Le respondió al joven que “sí”, lo besó, se abrazaron, se prometieron, pero tuvo cuidado: únicamente habló de amor.


Y por el mal hay que estar agradecido

   “¡Oh, gran Zeus! ¡Oh, fuerte tonante! —rezaba un poeta a Zeus—. ¡Mándame a la musa para la inspiración! ¡Te lo ruego!”.
   Zeus no había estudiado historia antigua. Por eso se equivocó y, en lugar de Melpómene, le mandó a Terpsícore. Así, en lugar de trabajar en las revistas y cobrar por esto un horario, el poeta ingresó a una clase de baile. Bailó cien días y cien noches sin descanso, hasta que pensó: “Zeus no me escuchó. Se rio de mí. Yo le pedí inspiración y él me enseñó a sacar la rodilla”.
   Y el insolente escribió un epigrama corrosivo sobre Zeus. El tonante se enfureció y le lanzó uno de sus rayos. Así murió el poeta.
(1883)