sábado, 6 de abril de 2019

233. Pedro Guillermo Jara (1951-2019)

Editora invitada: Maha Vial






El pasado 2 de enero falleció Pedro Guillermo Jara, un importante cultor del minicuento en Chile. Junto con Ricardo Mendoza, Jara dirigió desde 1981 la revista Caballo de Proa, dedicada a la difusión del minicuento, principalmente de autores del sur del país.
Ekuóreo, que también fue fundada en 1981, le hace homenaje con esta entrega.





El sueño

   El hombre sueña cada cierto tiempo que alguien lo persigue por una playa solitaria. Él huye aterrado, y vuela. Inevitablemente se acerca demasiado al sol, sus alas se derriten y cae al mar envuelto en gritos, mientras despierta bañado en sudor, cada cierto tiempo.
(Para Murales, 1988)


El accidente

   El hombre es atropellado por un vehículo que se da a la fuga. El alma del hombre se va al cielo –es muy tradicionalista– en busca de la paz definitiva, mientras escucha a sus espaldas gritos y susurros y alguien que cubre su cuerpo con periódicos.
   Al llegar al cielo descubre a muchas almas que esperan pacientemente el llamado a viva voz. El hombre se impacienta, consulta su reloj, se empina, trata de observar por entre la multitud y de pronto, hastiado por la larga espera, opta por moverse bajo los periódicos de la mañana. 
(Para Murales, 1988)


Desorientación

   Pongo en duda que esta brújula salve mi vida en esta selva: siempre marca el mismo rumbo.
(Relatos in blue, 2002)


La Copa

   Tan transparente, casi aire. A través de ella todo se refleja. Luego bebo y el mundo es mío.
(Relatos in blue, 2002)


El mago frustrado

   Frente a nadie realizo el truco de transformar el plomo en oro. Nadie me ve, nadie me cree.
 (Relatos in blue, 2002)


A distancia

   Una gitana en la plazuela Pedro de Valdivia se rasca la cabeza. Me ve a la distancia y adivina mi pensamiento: no tengo cigarros ni monedas.
(De trámite breve, 2006)


El francotirador

   El francotirador se arrastró un par de centímetros y se quedó quieto. Su cuerpo se confundía con la arena del desierto. Tomó su fusil Mosin-Nagant y apuntó al blanco ubicado a 100 metros. “Sigilo y paciencia”, murmuró. A través de la mira podía adivinar el latir del corazón del hombre que se movía constantemente en un ir y venir. “Los dioses están conmigo”, murmuró. El blanco se detuvo alzando los brazos en señal de victoria. El francotirador apuntó con cuidado al punto vulnerable. Pasó la bala a la recámara. Dejó de respirar. Su pulso se afirmó en la quietud y jaló del gatillo. La flecha salió rauda en dirección al talón de Aquiles dando en el blanco. Paris, envuelto por una densa neblina provocada por Afrodita, regresó raudo a la protección de los muros de Troya.
(Bolsillo de perro, 2013)