domingo, 15 de julio de 2018

214. Manuel Mejía Vallejo - A 20 años de su muerte



Manuel Mejía Vallejo (1923-1998), fue un escritor y periodista colombiano, que además de novelas, cuentos y poesía, escribió minicuentos y aportó muchos textos al corpus de la ficción breve. El próximo 23 de julio conmemoraremos el vigésimo aniversario de su muerte. En homenaje, e-Kuóreo le dedica esta entrega. 



Testigo de cargo

   Es cierto, la bala entró debajo de la clavícula izquierda y no quiso buscar salida al otro lado: allí se quedó para atestiguar y vigilar su muerte.
(Las noches de la vigilia - 1975)


La pesca milagrosa

   —¿Qué vas a hacer? —preguntaron a Roberto en la plaza de Balandú, frío y sol en su sueño.
   —Voy a pescar —respondió ajustando sus aparejos.
   —¿Dónde?
   —En la fuente.
   De bronce la fuente caedora sobre el pequeño charco limpio, diez centímetros de profundidad en piedra labrada, con lama de años retenidos.
   —¿Pescar, allí?
   Lo querían, se burlaron, pero lo respetaban: Roberto inventaba la vida, le sobaba sus mejores flancos.
   —Aquí —dijo, y tiró el anzuelo.
   Se reunieron muchos para seguirle la corriente, echando risas y bromas al aire quieto. Pero Roberto no miró la extrañeza ni la burla del pueblo, y arrojó el anzuelo en sereno desparpajo. Sonreían. Él miraba el agua pequeña de la fuente.
   —¡Una trucha! —exclamaron muchas voces al tiempo, cuando vieron brincar la trucha al extremo de la caña encordada. Roberto recuperó la cuerda, despegó el pez cuidadosamente.
   —Dos libras y media, si acaso —dijo y lo devolvió con suavidad al agua. El pez y él desaparecieron: uno por el agua sin profundidad, el otro calle arriba, silencioso y lento.
(Otras historias de Balandú - 1990)


El doble

   No estaba completamente solo porque frente a él colgaba el espejo. Y aunque su imagen le daba otra sensación de lejanía, había algo de vecindad en la sonrisa moribunda que ponía frente a la superficie cristalizada.
   —Creo que crece más la del espejo —dijo, mirándose en él, pensando en la sonrisa botada.
   —La del espejo cree lo mismo.
   —Alguna de las dos está mintiendo.
   Se congeló la mirada.
   —¿La mirada de ella, o la del espejo?
(Otras historias de Balandú - 1990)


Hermano lobo

   Un día el lobo se dio cuenta de que los hombres lo creían malo.
   —Es horrible lo que piensan y escriben —exclamó.
   —No todos —dijo un ermitaño desde la entrada de su cueva, y repitió las parábolas que inspiró San Francisco. El lobo estuvo triste un momento, quiso comprender.
   —¿Dónde está ese santo?
   —En el cielo.
   —¿En el cielo hay lobos?
   El ermitaño no pudo contestar.
   —Y tú, ¿qué haces? —preguntó el lobo intrigado por la figura escuálida, los ojos ardidos, los andrajos del ermitaño en su duro aislamiento. El ermitaño explicó todo lo que el lobo deseaba.
   —Y cuando mueras, ¿irás al cielo? —preguntó el lobo conmovido, alegre de ir entendiendo el bien y el mal.
   —Hago por merecer el cielo —dijo apaciblemente el ermitaño.
   —Si fueras mártir, ¿irías al cielo?
   —En el cielo están todos los mártires.
   El lobo se le quedó mirando, húmedos los ojos, casi humanos. Recordó entonces sus mandíbulas, sus garras, sus colmillos poderosos, y de unos saltos devoró al ermitaño. Al terminar, se tendió en la entrada de la cueva, miró al cielo limpiamente y se sintió bueno por primera vez.
(Sombras contra el muro - 1993)


Delirium tremens 

   —Volvió el monstruo, señor.
   —Mándalo a pasar.
   —No cabe por la puerta.
   —Entonces que se vaya.
   —No se va mientras no entra.
   —¿Cómo, si no cabe?
   —Imposible.
   —Entonces saldrás tú, y todo arreglado.
   —Tampoco quepo, señor, para salir: soy otro monstruo suyo. 
   —¿Mío? Si me vacuné contra ellos.
   —Pero usted ha seguido bebiendo sin consideración.
(Sombras contra el muro - 1993)


El Hombre Invisible
Brujas... que las hay, las hay.
Pero no hay que creer en ellas.
De un sermón

   —¿Has visto a El Hombre Invisible?
   —No entiendo esa pregunta.
   —Que si has visto a El Hombre Invisible.
   —Estás loco.
   —¿Lo has visto?
   —¡El Hombre Invisible no existe!
   —Pero, ¿lo has visto?
   —Claro que no.
   —Si lo vieras probarías que no existe; pero si nunca lo has visto, y nadie lo ha visto ni podrá verlo, es prueba suficiente de que existe El Hombre Invisible.
(Sombras contra el muro - 1993)


El tren

   —¡Qué animal poderoso, qué animal! —dice el viejo, día tras día, sobre el cerro que domina la gran curva de la carrilera y un trecho de río bravo.
   —¡Ese río! —me ha dicho, señalando la caída abismal—, siglos y siglos dándole a la tierra, un día de éstos la parte en dos. ¡Fíjese cómo va de hondo!
   Resuenan las aguas contra el roquerío, ahora el resonar se confunde con el chaque-chac-chaque del tren, que asoma por un repecho de la cordillera.
   —¡Véale la trompa, cómo resuella y echa humo! —se solaza el viejo, a medida que el tren se deja ver entero. Y con preocupación:
   —¿No lo nota cansado? Sí, últimamente camina distinto el tren, ¡chaque-chac-chaque!
   Señala con ademán vago, más o menos circular, incómodamente.
   —A veces sueño que soy tren, siento miedo al pasar aquel puente sobre el río. A veces amanezco cansado, ¡es dura la vida de un tren, se lo digo!
   Resuella, casi habría humo y chispas en el viejo, vuelve a levantarse.
   —Véalo, precisamente debajo de nosotros, las rocas tiemblan. Pasa bravo, pasa cansado y bravo el tren. Se lo digo yo, que he sido tren estos últimos cincuenta años.
(Inédito)