Mir, el hessiano
Mir, el hessiano, lamentó haber tenido que matar a su perro, lloró mientras separaba su cabeza del cuerpo, pero ¿qué más podía comer, fuera del perro? Congelándose sobre la colina, lejos de todo el mundo.
Mir, el hessiano, maldijo mientras se arrodillaba en el suelo rocoso, maldijo su mala suerte, maldijo a su compañía por estar todos muertos, maldijo a su país por estar en guerra, maldijo a sus compatriotas por pelear en ella, y maldijo a Dios por permitir que todo eso ocurriera. Luego se puso a rezar: era lo único que se podía hacer. Solo, en medio del invierno.
Mir, el hessiano, está acurrucado entre las rocas, sus manos entre las piernas, su mandíbula sobre el pecho, más allá del hambre, más allá del miedo. Abandonado por Dios.
Los lobos han esparcido los huesos de Mir, el hessiano, llevaron su cráneo hasta el borde del agua, dejaron un tarso en la loma, arrastraron un fémur hasta su guarida. Luego de los lobos vinieron los cuervos, y luego de los cuervos, los escarabajos. Y después de los escarabajos, otro soldado, solo en la colina, lejos de todo el mundo. Puesto que la guerra todavía no había terminado.
Mi esposo y yo
Mi esposo y yo somos mellizos siameses. Estamos unidos por la frente. Nuestra madre nos alimenta. Cuando sentimos el impulso de copular, unimos nuestras partes inferiores formando un rizo, como cierto árbol de ramas espirales. El tiempo pasa. Me separo de mi esposo abajo y doy a luz a dos mellizos que no están unidos por ninguna parte como nosotros. Se retuercen en el suelo. Nuestra madre los cuida. Muy a menudo están asimétricos el uno con respecto al otro, incluso mientras duermen, cuando no se mueven. Despiertos, mantienen juntos el uno del otro, como si invisibles bandas elásticas los sostuvieran, y cerca de nosotros y de nuestra madre. Por las noches el vínculo es aún más fuerte y dormimos apilados, los fuertes músculos de mi esposo rozando mis suaves músculos, los fibrosos y viejos músculos de nuestra madre, y los livianos músculos de los bebés, nuestros brazos rodeando a unos y otros como serpientes, y la música distante que retumba en los campos a nuestras espaldas.
Un hombre de su pasado
Creo que mamá está coqueteando con con un hombre de su pasado que no es papá. Me digo a mi misma: ¡mamá no debería tener relaciones indebidas con este señor Franz! Franz es un europeo. ¡Yo digo que mamá no debería ver a ese hombre de forma impropia mientras papá está lejos! Pero estoy confundiendo una realidad vieja con una nueva: papá ya no va a volver. Se va a quedar allá en Vernon Hall. En cuanto a mamá, ella tiene noventa y cuatro años de edad. ¿Cómo puede haber relaciones indebidas con una mujer de noventa y cuatro? Pero mi confusión debe ser a causa de esto: aunque su cuerpo es viejo, su capacidad para la traición todavía es joven y fuerte.
Colaboración con una mosca
Yo escribí esa palabra sobre el papel, pero ella agregó la tilde.
Soledad
Nadie me llama. No tengo por qué revisar el contestador automático porque he estado aquí todo el tiempo. Si salgo, alguien podría llamar mientras estoy afuera. Entonces podría revisar el contestador automático cuando vuelva.
Un extraño impulso
Miré hacia la calle desde mi ventana. Brillaba el sol y los comerciantes habían salido afuera de sus negocios para disfrutar el calor y ver pasar a la gente. Pero, ¿por qué los comerciantes se estaban cubriendo los oídos? ¿Y por qué los transeúntes estaban corriendo como si los persiguiera un terrible espectro? Pronto todo volvió a la normalidad: el incidente no había sido más que un momento de locura en el cual la gente no pudo aguantar más las frustraciones de la vida y se había dejado llevar por un extraño impulso.
Orden
Todo el día la vieja brega con la casa y las cosas que están en ella: las puertas no cierran; las tablas del piso se separan y la arcilla se filtra entre ellas; el revoque de las paredes se mancha de humedad; los murciélagos vuelan desde la buhardilla e invaden su ropero; los ratones hacen sus nidos en sus zapatos; sus frágiles vestidos se despedazan en jirones que caen al piso desde los ganchos; insectos se encuentran por doquier. Desesperada, ella se cansa de barrer, despolvar, retocar, calafatear, pegar, y por las noches se esconde bajo las colchas, tapándose los oídos para no escuchar cómo se desmorona la casa alrededor de ella.
***Tomado de The Collected Stories of Lydia Davis, McMillan, 2010. Traducción: Henry Ficher ***