domingo, 22 de octubre de 2017

195. Vampiros curados III


Editor invitado: Eduardo Serrano Orejuela


Historia de colmillos
   Jaime Echeverri

   Yo no creía en vampiros, pero un día los periódicos trajeron bastante información sobre un caso de vampirismo. Como suele suceder, todos los medios de información empezaron a difundir crónicas, noticias y reportajes sobre castillos, noches lúgubres y grandes señores dedicados a desangrar a sus semejantes, y cosas así. El tema se evaporó suavemente y nadie volvió a hablar del asunto, pero silenciosamente la cosa comenzó a extenderse. El vampirismo se ha generalizado de tal modo que el tema se oculta con titulares de muy diversa índole y cada noticia trae escondida una historia de vampiros. Mientras esto sucede en los diarios, las calles se han ido vaciando en el día y llenando en las noches y mis noches se han llenado de pánico. En cada transeúnte que veo desde mi ventana hay un victimario o una víctima. Para distinguirlos, basta buscar los puntos en su cuello. Escribí a los medios de comunicación mencionando el peligro. De 231 cartas que envié sólo publicaron una, cuando la cosa no estaba tan grave como ahora. Sospecho que los vampiros se han tomado la dirección de periódicos, revistas y estaciones de radio y televisión, y que los redactores y reporteros han sido los primeros en caer desangrados por sus patrones y por los políticos que chupan la sangre del país con multitud de argucias.
   Me he visto obligado a recurrir a dientes de ajo que coloco en puertas y ventanas. Aunque no soy creyente, llevo atado al cuello un crucifijo y en las noches uso mil trucos para evitar la intrusión de mis sedientos e insaciables vecinos.
(Versiones y perversiones. México: Casa Juan Pablos, 2000).


La última cena
   Ángel García Galiano

   El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente, yo llevaré la bebida.
(Galería de hiperbreves. Barcelona: Tusquets, 2001)

Vlad el empalador

Textículo terrífico
   Eduardo Serrano

   El conde Drácula, ahora un viejo decrépito (no porque hubiera perdido la capacidad de no envejecer, sino porque ese era el aspecto que la vida miserable le había impuesto en estos tiempos nada victorianos), atormentado por un hambre de tres días, vio por fin llegado el momento de saciarla con la sangre de una putica nueva que se paseaba buscando clientes por la calle de los mangones solitarios. Lo mejor, pensó, era acercarse a ella como quien busca otra cosa, ganarse su confianza, lo que, calculaba, no sería difícil, y, en el momento apropiado, en pleno clímax del placer tan esperado, soltarle la dentellada.
   Obnubilado por la visión de su cuello blanco, desnudo, se le acercó imitando el porte majestuoso de otros tiempos. Ella se volvió, lo examinó con mirada experta, le sonrió y le dijo:
   —Hola, macho —con una voz agradablemente ronca, pasada de olor a ajo.
(Ekuóreo 1, 1980)


Por la senda del mal
   Anne Rice

   Soñé con mi familia. En el sueño, estábamos todos abrazados unos a otros. Incluso Gabrielle se encontraba presente, con un vestido de terciopelo. El castillo estaba ennegrecido, quemado por todas partes. Los tesoros que había depositado ahí se habían fundido o convertido en ceniza. Todo vuelve siempre a convertirse en cenizas. Aunque... ¿cómo es la vieja cita?: "cenizas a las cenizas" o "polvo al polvo"?
   No importaba. Yo había regresado y los había convertido a todos en vampiros y allí estábamos, la casa de Lioncourt en pleno, todos muy pálidos y hermosos, incluso aquel bebé chupador de sangre que yacía en la cuna y aquella madre que se inclinaba sobre él para acercarle la gorda rata de larga cola que se debatía entre sus dedos, y de la que había de alimentarse el pequeño.
   Besándonos y abrazándonos entre risas, todos avanzábamos entre las cenizas: mis pálidos hermanos, sus pálidas esposas, los niños fantasmagóricos parloteando sobre sus presas y mi padre ciego que, como una figura bíblica, se había puesto en pie exclamando:
    —¡Puedo ver!
   Mi hermano mayor me pasaba el brazo por los hombros. Con unas buenas ropas, tenía un aspecto espléndido. Nunca lo había visto tan espléndido y la sangre vampírica le daba un aire muy reservado y espiritual.
   —¿Sabes? Ha sido magnífico que vinieras con todos estos Dones Oscuros —me decía con una alegre carcajada.
   —Con el Rito Oscuro, querido, con el Rito Oscuro —lo corregía su esposa.
   —Porque, si no lo hubieras hecho —continuaba mi hermano en el sueño—, ¡estaríamos todos muertos! 
(Lestat el vampiro. Crónicas vampíricas 2)


(Sin título)
   Hernando Urrutia Vásquez

   La leyenda cundió cuando el Conde Drácula parándose frente al espejo no vio su rostro.
   Lo que nunca supo es que el espejo era ciego.
(Textos cáusticos)



After shave
   Martín Gardella

   Es sabido que el conde no tiene espejos en el castillo. Así, le resulta casi imposible afeitarse el rostro sin lastimarse. Pero un vampiro barbudo perdería su natural encanto, aseguran las doncellas. Por ello, se ofrecieron gentilmente a rasurarlo, con especial dedicación. Esa habría sido una solución simple para los problemas de acicalamiento del ilustre caballero, sino hubiese sido tan difícil controlar esa afilada cuchilla y tan tentador aquel cuello blanco y suave, bañado de rojo.
(Los chicos crecen)



El nacimiento del primer vampiro
   Victoria Robbins

   De acuerdo a una antigua leyenda, el primer vampiro vino al mundo luego de un sueño que tuvo Adán antes del nacimiento de Eva. En él deseó intensamente una compañía femenina y se sintió repentinamente satisfecho. Este principio de vida que no pudo generar otra similar, se mantuvo en activo con una fuerza sobrehumana de superviviencia. En el momento que este germen de desesperación encontró un cadáver, surgió el primer vampiro.