domingo, 29 de enero de 2017

176. La guirnalda de Afrodita


  

La Antología palatina es una colección de poemas, sobre todo epigramas, escritos durante los periodos clásico al bizantino de la literatura griega. Son poemas breves, de dos a ocho versos en general, rara vez más extensos, escritos para ser grabados en inscripciones de tipo sepulcral o votivo, aunque el epigrama erótico acabó siendo muy cultivado. La guirnalda de Afrodita es un florilegio de epigramas eróticos tomado de esa antología. 









Rhodante

   Rhodante, la divina niña, no osaba besarme los labios. ¡Era tan tímida aún! Desató su cinturón y me arrojó una punta, que cogí. Rhodante cubría de tiernos besos el cinturón y mis labios jadeantes los devolvían de lejos. Me consolaba un poco ese juego y el suave cinturón era como un arroyo en que reía una onda amorosa.


El viento

   ¿Por qué no seré el viento? Cuando vagas por la ribera, acariciaría tus senos.


Mirto

   Frecuentemente, al alba, viene Mirto a la fuente. Yo la acecho... ¡Disfruto tanto en contemplar su gracia ágil y su dulzura! Bien que quisiera hablarle, más no me atrevo.
   Hoy, sin embargo, me creí con coraje y me decidí a no seguir callando. Mirto apareció. Pero la aurora era tan pura, la onda tan clara, tan tranquila la virgen, que una vez más no dije nada.


Alondra

   A orillas del Eurotas, Leda erraba sin velos. Zeus la amaba. Para estar seguro de no ser rechazado, llegóse a ella bajo la figura de un cisne.
   Amo y me desprecian. Voy también a transformarme en ave. Pero si el rey de los dioses se muda en cisne, yo, pobre mortal, no seré sin duda sino una humilde alondra


Hedilión

   Por ti, diosa Citeres, he jurado que durante dos noches no veré a Hedilión. Creía yo tener necesidad de reposo. Imagino que te has reído: sabes de qué mal padece el pobre hombre que soy.
   No, no pasaré segunda noche lejos de ella. Que la brisa se lleve mi juramento. Prefiero ser impío, ¡oh, diosa!, que morir de piedad.
   

Lo que sobra, daña
   
   Me creía amado y me sabía hermoso. Adoptaba un aire soberbio y trataba como esclava a la dulce niña que bajaba los ojos con modestia. Pero de pronto irguió la cabeza, las cejas se fruncieron altivamente y heme ahí precipitado del trono imaginario en que me había sentado. Todo cambió y caí a los pies de mi amada, exclamando: “¡Perdóname! Soy tan joven...”.


Estenelaya

   Estenelaya no abre su puerta al primero que llegue. Para enternecerla, hay que tener la mano dorada. Y, sin embargo, sin dar un óbolo, la he tenido en mis brazos toda la noche. Hasta la dulce aurora, tiernamente, me prodigó sus encantos.
   No era sino un sueño, pero, ¡qué importa! No iré más a implorar a la cruel y no gemiré más sobre mi pobre destino. Para que seas mi dócil amante, Estenelaya, me basta con dormir y con soñar.