domingo, 22 de junio de 2014

107. Anécdotas II (de guerra)


Editor invitado: Jesús Hernández


Respuesta

   Filipo II, rey de Macedonia, envió un mensaje a Esparta para forzar a sus habitantes —los lacedemonios— a contraer una alianza contra Atenas: “Si aceptáis, lucharemos juntos. Si no, arrasaré vuestras cosechas, destruiré vuestras ciudades y os tomaré como esclavos”. La respuesta de los lacedemonios fue escueta: “No”. Este ejemplo de la brevedad de expresión, daría lugar al adjetivo lacónico.



Nudo gordiano

   Según el oráculo, el primero que entrase al templo de Zeus, montado sobre un carro, sería rey de la ciudad. Gordio, que era labrador, cumplió con el oráculo y, como ofrenda de agradecimiento al templo, entregó su carro, cuya lanza estaba atada con un intrincado nudo, confeccionado con corteza de cornejo.
   A su vez, el oráculo adelantó que quien fuera capaz de desatar esas cuerdas y liberar el carro, conseguiría gobernar el mundo. A lo largo de los años, muchos lo intentaron, pero era imposible descubrir ninguno de los cabos del nudo.
   Camino a Persia, Alejandro se atrevió a afrontar el desafío, pero obtuvo el mismo decepcionante resultado que sus predecesores. Entonces hizo algo que a nadie se le había ocurrido: cortó el nudo de un solo tajo con su espada. Poco más tarde, se cumpliría por completo la predicción: el macedonio conquistaría el mundo conocido hasta entonces… aunque su imperio se desharía tan rápidamente como lo había construido.


Alejandro Magno


Jerjes el orgulloso

   Con el fin de atravesar el Helesponto, Jerjes de Persia construyó un puente flotante para que pudieran pasar sus hombres, carros y caballos. Pero una repentina tormenta agitó el mar de tal manera que el puente quedó totalmente destrozado.
   Ante esta pretensión marina de obstaculizar sus ansias de grandeza, el orgulloso Jerjes ordenó que las aguas fueran azotadas con un látigo.


Diferencia

   Alejandro Magno acusaba a un pirata que había capturado de ser una persona indigna.
   —Es verdad, soy pirata, pero porque sólo tengo un barco. Si tuviera una flota entera, sería un conquistador.
   Persuadido por la respuesta, Alejandro lo dejó en libertad.


Ejército fantasma

   
Aníbal Barca 
Camino a Roma, Aníbal acabó llevando a su ejército a un terreno pantanoso, con el mar a su espalda. Así, quedó a merced del ejército romano, comandado por el General Fabio, quien ordenó poner centinelas en todos los pasos montañosos que pudieran servir para salir de los pantanos y dispuso a sus hombres para asestar el golpe definitivo.

   Pero en la noche, los centinelas observaron una larga procesión de antorchas, que iban subiendo por la ladera. ¿Eran refuerzos que habían llegado desde la playa? ¿Tropas que habían estado ocultas? Mientras seguían con atención la evolución de las extrañas luces, centenares de pequeños fuegos se extendieron por la montaña y un ruido ensordecedor cubrió todo el valle, como si se estuvieran tocando a la vez miles de trompetas.
   Los vigías romanos corrieron hacia el campamento y, a gritos, alertaron de la llegada de un aterrador ejército. La confusión fue generalizada y se decidió esperar al alba para conocer la naturaleza de esos refuerzos. Pero, al amanecer, ya no quedaba ningún cartaginés en los pantanos.
   Las miles de luces, que parecían un nutrido ejército, eran ramas atadas a los cuernos de los bueyes con los que contaban los cartagineses como bestias de carga. Y cuando las llamas llegaron a la piel de los bueyes, éstos salieron en estampida, extendiendo el fuego a los matorrales, dando mugidos de dolor que fueron amplificados por el eco de las montañas.


Viriato

   Viriato era un pastor que había escapado con vida de una matanza general de lusitanos, perpetrada por el ejército romano. Desde entonces, gracias a sus tácticas guerrilleras, él y sus hombres lograron derrotar en varias ocasiones a las tropas romanas.
   Pero, ante el continuo acoso a su pueblo, Viriato envió a tres hombres de su confianza para negociar la paz. Sin embargo, el cónsul Marco Pompilio sobornó a los tres enviados. A su regreso, los hombres degollaron a Viriato mientras dormía en su tienda y, seguidamente, se presentaron ante el cónsul para cobrar su recompensa. Marco Pompilio se indignó por el cobarde método escogido para acabar con la vida de su digno oponente, y les espetó que fueran a Roma a recibir el pago por su traición.
   Los tres acudieron a Roma, pero lo único que recibieron fue una respuesta que pasaría a la historia: Roma no paga a traidores.


El regalo

   Alarico tomó Ostia, el puerto de Roma, y conminó a la ciudad a rendirse. El jefe bárbaro sabía que el botín podía ser mayor si conseguía adueñarse de la capital del Imperio, pero que la ciudad se defendería de forma encarnizada. Entonces, recibió de las autoridades un fuerte tributo, levantó el cerco y, en prueba de amistad, les regaló trescientos esclavos. Partió hacia el norte y los romanos se convencieron de haberse librado de la amenaza de los bárbaros.
   La ciudad regresó a su vida habitual y los romanos apreciaron el carácter complaciente de los esclavos obsequiados, que los convertía en los sirvientes ideales. Pero no eran tales: se trataba de los trescientos mejores guerreros de Alarico. En una fecha preacordada, mientras los romanos tomaban la siesta, abrieron la puerta de la Salaria, matando previamente a los guardias. Las fuerzas de Alarico entraron rápidamente y se distribuyeron por todas las arterias de la ciudad.
   Ante el pasmo y la conmoción de sus habitantes, los bárbaros acababan de entrar en Roma.