domingo, 24 de noviembre de 2013

92. Bertolt Brecht I


Leyenda

   Había una vez un príncipe, muy lejos, en un país de leyenda.
   Como no era más que un soñador, le gustaba tenderse en una pradera próxima al palacio y soñar, con los ojos clavados en el cielo azul. Porque en aquellas praderas, las flores eran más grandes y más bellas que en cualquier otra parte. Y el príncipe soñaba con castillos blancos, muy blancos, con enormes espejos y solanas luminosas.
   Pero un día el viejo rey murió y el príncipe fue su sucesor. Y el nuevo rey frecuentaba las solanas de castillos blancos, muy blancos, con enormes espejos. Y soñaba con una pequeña pradera, en donde las flores eran más grandes y más bellas que en cualquier otra parte.
Narrativa 1913-1927


Los chinos corteses

   Con su habitual cortesía, los chinos rindieron a su gran sabio Lao-Tse el mayor homenaje que ha tributado pueblo alguno a sus maestros, inventando la siguiente historia: Desde su juventud había instruido Lao-Tse a los chinos en el arte de vivir, y de viejo abandonó el país porque la insensatez cada vez mayor de la gente le hacía difícil la vida. Puesto ante la alternativa de soportar la irracionalidad colectiva o de hacer algo contra ella, abandonó el país. Al llegar a la frontera le salió al paso un funcionario de aduanas y le pidió que escribiera sus doctrinas para él, el aduanero; y Lao-Tse, por miedo a parecer descortés, complació su deseo. Anotó las experiencias de su vida en un breve libro destinado al aduanero, y sólo cuando lo hubo concluido abandonó su tierra natal. Con esta leyenda explican los chinos el surgimiento del libro Tao-te-king, cuyas doctrinas rigen hasta hoy sus vidas.
Narrativa 1913-1927


El señor Keuner y el dibujo de su sobrina

   Contemplaba un día el señor Keuner un dibujo de su sobrinita que representaba un pollo sobrevolando un corral.
   —¿Por qué tiene tu pollo tres patas? —le preguntó el señor Keuner.
   —Los pollos no pueden volar —dijo la pequeña artista—, por eso le he puesto una tercera pata, para darle impulso.
   —Me alegro de habértelo preguntado —dijo el señor Keuner.
Historias del señor Keuner


Medida contra la violencia

   En los tiempos de la ilegalidad, un día llegó a casa del señor Egge un agente que le mostró un documento expedido en nombre de quienes dominaban la ciudad y en el cual se decía que toda vivienda en la que él pusiera el pie pasaría a pertenecerle; también le pertenecería cualquier comida que pidiera, y todo hombre que se cruzara en su camino debería asimismo servirle.
   Y el agente se sentó en una silla, pidió comida, se lavó, se acostó y, con la cara vuelta hacia la pared, poco antes de dormirse preguntó:
   —¿Estás dispuesto a servirme?
   El señor Egge lo cubrió con una manta, ahuyentó las moscas, veló su sueño y, al igual que aquel día, lo siguió obedeciendo por espacio de siete años. No obstante, hiciera lo que hiciera por él, hubo una cosa de la que siempre se abstuvo: decir aunque sólo fuera una palabra. Transcurridos los siete años murió el agente, que había engordado de tanto comer, dormir y dar órdenes. El señor Egge lo envolvió entonces en la manta ya podrida, lo arrastró fuera de la casa, lavó el camastro, enjalbegó las paredes, lanzó un suspiro de alivio y respondió:
   —No.
Historias del señor Keuner


Contaba Mi-en-leh

   Dos hombres vivían en la misma casa y ocupaban habitaciones diferentes. El mayor dormía en una cama mullida, el menor, sobre un colchón de cuero. Muy de mañana, el mayor arrancaba al joven de su mejor sueño, cuando aún no le apetecía levantarse. En las comidas, el mayor solía arrebatarle al menor lo que éste habría preferido. Si el menor quería beber, el mayor sólo le daba agua o leche, y cuando el joven se agenciaba a escondidas un poco de licor de arroz, el mayor lo increpaba duramente, en presencia de todo el mundo. Si el otro respondía airado, luego tenía que pedirle perdón públicamente. Por las mañanas, yo veía al mayor arreando al joven desde un caballo. Un día le pregunté al mayor por su esclavo. “Pero si no es ni esclavo”, dijo sorprendido. “Es un campeón y lo estoy entrenando para su combate más importante. Me ha contratado para que lo ponga en forma. El esclavo soy yo”.
Me-ti. Libro de los cambios


La condena de un hombre bueno

   Escucha: sabemos que eres nuestro enemigo. Por eso ahora queremos mandarte al paredón. Pero en vista de tus méritos y buenas prendas, será un buen paredón, y te fusilaremos con buenas balas disparadas por buenos fusiles y te enterraremos con una buena pala y en tierra buena.
Me-ti. Libro de los cambios

La gran comida

   En la isla Thurö vivían un hombre y una mujer en medio de una austeridad absoluta. Durante toda su vida el hombre sólo llevó camisas hechas de costales. En invierno, y por no calentar la casa, los dos se sentaban ante la puerta del establo abierta, y aprovechaban el calor del ganado. Cuando murieron, uno poco después del otro, fueron enterrados juntos, y, con los bienes que dejaron o mediante una colecta, se organizó una cena fúnebre en la que participó todo el pueblo, como manda la costumbre. Fue la única comida abundante que ofreció la pareja.
Narrativa 1927-1949






Eugen Berthold (Bertolt) Friedrich Brecht, o simplemente Bertolt Brecht (Augsburgo, 10 de febrero de 1898 – Berlín Este, 14 de agosto de 1956), fue un dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del teatro épico, también llamado teatro dialéctico.