domingo, 23 de junio de 2013

81. El Quijote en minicuentos II



Gustave Doré
Alonso Quijano
   Pablo Montoya Campuzano


   Estas no son comarcas de castillos. Tampoco reinos donde se reclamen mi voz y mi espada. La muchacha de la aldea ya no está. Atrás no escucho la palabra fiel del escudero. Lo que hay aquí es una bicicleta, bajo una luz huérfana de fuego. Así se llama, porque un hombre nos ha dicho. Se ha metido las manos en sus ropas raras y ha repetido, ausente, esto es una bicicleta. Y ha seguido sin preguntarnos por nuestro rumbo, sin siquiera mirarnos. Es mejor así. Acaso yo no hubiera podido responderle. La luz hostiga y le digo a Rocinante que continuemos. Como una exhalación, nuestras sombras se dispersan en la noche.
 (Viajeros. Medellín: Universidad de Antioquia, 1999).


La otra ruta del Quijote
   Gabriel Pabón Villamizar

   Conocedora de la fama del Quijote y curiosa por saber de las nobles aventuras que vivían los caballeros, Aldonza Lorenzo aprendió a leer y comenzó a devorar libros de caballería con tanta aficción y gusto, que olvidó casi de todo punto el oficio de fregona; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que gastó sus ahorros para comprar libros de caballería en qué leer, y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos.
   En resolución, ella se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, a ella también se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. 
   En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loca en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse señora, e irse por el mundo a ejercitarse en todo aquello que ella había leído que las señoras se ejercitaban, y así cobrar eterno nombre y fama. Con el nombre de Dulcinea del Toboso, salió en busca de caballeros: ¡había tantas heridas que curar, tantas soledades que mitigar, tantos quebrantos que aminorar, tantas lágrimas que enjugar, tantas fiebres que atemperar, tantas tristezas que consolar, tantos deseos que aplacar!
   En su mente dislocada, confundía arrieros con duques, cuchilleros con marqueses, estafadores con príncipes, salteadores de caminos con caballeros andantes, prófugos con embajadores de alta ralea. A todos brindó con su gracia, convirtiéndose en el mejor consuelo de los afligidos y en el más dulce refugio de los pecadores...
   Un día, curada ya su locura, quiso regresar a su patria; pero en el lugar de la Mancha donde había nacido, no querían acordarse de haber visto nacer a “esa” mujer. Y hasta el sol de hoy.
   No hay libro que narre sus dulces aventuras ni fama que la persiga como no sea la de ser la puta más grande del mundo. 
(Re-versiones. Bogotá: Letra escarlata, 1999).


Quijotescas V
    Juan Romagnoli

   Ya en el lecho de muerte, el Hidalgo recobra ingeniosamente la cordura y, de inmediato, comprende que su vida no ha sido sino una mera ilusión, una agradable (aunque delirante) fantasía, producto de su locura: su pueblo natal, su escudero, su amada, sus aventuras, los presentes, su biógrafo manco, los lectores.
Antonio Saura


Historia de Don Quijote
   José María Merino

   En un lugar de la Mancha vivió un ingenioso hidalgo y caballero que estuvo a punto de derrotar la realidad.


La bibliotecaria
   Francisco Garzón Céspedes

   La bibliotecaria no se inquieta por la agitación del libro en el estante sino por el ruido al estrellarse el volumen contra el suelo. Se trata de un ejemplar de Don Quijote de la Mancha. A continuación ella no repara en lo extraño de que, a unos pasos, escuche el resoplar de Rocinante y la voz de Don Quijote que lo convoca a galopar. Tanta es la pasión de la bibliotecaria por libros y lectura, tanto su compromiso con la vida latente en las palabras, que susurrante pide silencio a caballo y hombre. E insiste con un gesto para que no sean perturbados quienes leen en las mesas. Y, sí, ella ve a los de Cervantes alejarse al galope. Y lo que le asombra es que no resuenen los cascos.


Pablo Picasso

La legítima historia de un caso de La Mancha
   Jaime García Saucedo


   Esta es la auténtica historia del procaz abatimiento inferido a un hombre iletrado del campo al que se le obliga a montar sobre un burro en tanto que su explotador va a caballo con el fin de pronunciar discursos ad infinitum sobre el triunfo del feudalismo, del amor platónico y de la absurda destrucción de molinos de viento que son fuente de trabajo y, sobre todo, para defender el derecho que tiene un cura y el barbero de la comunidad a reducir, por medio de donoso y grande escrutinio, una biblioteca entera en llamas de diabólica santificación, porque es asunto exclusivo de las clases privilegiadas.
(Tomado de Cuentos festivos. Bogotá: Panamericana, 2007).



Don Molino de La Mancha
   David Sánchez Juliao

   En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivió un molino de esos de aspa de maderos, harina antigua y lúgubre interior. Un día comentó a su molino vecino:
   —Mirad, señor, vienen allí caminando hacia nos... un par de bultos de trigo.
   —¡Que no son bultos de trigo, tontarrón –exclamó el vecino—. Que son un caballero andante y su escudero!
   —Que son dos bultos de trigo, os digo. Los estoy viendo con mis propias ventanillas.
   —A vos, señor —volvió a hablar el primer molino—, os ha empezado a afectar tanta lectura.
(Almacosario (o… cosas con alma))