sábado, 18 de agosto de 2012

59. Poesía en prosa II - Latinoamérica



Editor invitado: Fredy Yezzed

El mejor perfume
   Julián del Casal
   [Cuba, 1863- 1893]
   
   Ayer, en la alcoba azul, rameada de flores, la hermosa Blanca, reclinada perezosamente entre cojines de seda negra, bordados de ramos de oro, le preguntaba a su amante, con acento acariciador y los ojos medio cerrados:
   ¿No te agrada el perfume de esas gardenias que agonizan en el vaso japonés?
   —No; respondió él, alzando desdeñosamente los hombros.
   ¿Te gusta más el de mi abanico de sándalo, tras cuyo varillaje te he dicho, en las fiestas mundanas, tantas frases apasionadas?
   —Tampoco, replicó él, cada vez más desdeñoso.
   ¿Es que prefieres el de las pastillas turcas que arden en el pebetero de bronce, esmaltado de piedras preciosas?
   —Mucho menos.
   ¿Por qué?
   —Porque el mejor perfume es el que brota de la rosa encarnada de tu boca, cuando me acerco a pedirte, con los ojos encendidos y los labios ardorosos, un beso ardiente de amor,
   “de esos que nunca se acaban
   “de esos que nunca se olvidan”.
La Habana Elegante, 31 de marzo de 1889
[De prosas, tomo III]

Voy a hablar de la esperanza
   César Vallejo
   [Perú, 1893-1938]
G.B.Z.

   Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre, ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ni ateo, ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.
   Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si me hubieran cortado el cuello de raíz, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.
   Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Que sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!
   Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen a una estancia obscura no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.
[De Poemas en prosa, en Obra poética, 1989]

Estampa antigua
   Julio Torri
   [México, 1889-1970]

   No cantaré tus costados, pálidos y divinos que descubres con elegancia; ni ese seno que en los azares del amor se liberta de los velos tenues; ni los ojos, grises o zarcos, que entornas, púdicos; sino el enlazar tu brazo al mío, por la calle, cuando los astros en el barrio nos miran con picardía, a ti linda ramera, y a mí, viejo libertino. 
[De El ladrón de ataúdes, 1987]


El súcubo
   Oliverio Girondo
   [Argentina, 1891-1967]

   Me estrechaba entre sus brazos chatos y se adhería a mi cuerpo, con una violenta viscosidad de molusco. Una secreción pegajosa me iba envolviendo, poco a poco, hasta lograr inmovilizarme. De cada uno de sus poros surgía una especie de uña que me perforaba la epidermis. Sus senos comenzaban a hervir. Una exudación fosforescente le iluminaba el cuello, las caderas; hasta que su sexo lleno de espinas y de tentáculos se incrustaba en mi sexo, precipitándome en una serie de espasmos exasperantes.
   Era inútil que le escupiese en los párpados, en las concavidades de la nariz. Era inútil que le gritara mi odio y mi desprecio. Hasta que la última gota de esperma no se me desprendía de la nuca, para perforarme el espinazo como una gota de lacre derretido, sus encías continuaban sorbiendo mi desesperación; y antes de abandonarme me dejaba sus millones de uñas hundidas en la carne y no tenía otro remedio que pasarme la noche arrancándomelas con unas pinzas, para poder echarme una gota de yodo en cada una de las heridas…
   ¡Bonita fiesta la de ser un durmiente que usufructúa de la predilección de los súcubos!
[De Espantapájaros, 1932]


Dibujos de ciego
   Luis Cardoza y Aragón
   [Guatemala, 1917- México, 1992]

   En torno a los puestos de comida en el mercado, bajo el hocico, la cola entre las piernas, circulan husmeando los vagabundos perros famélicos. Sus desplazamientos son regulares: no ignoran su camino, a qué perros habrán de ver para divertirse en tertulia, escándalos o pleitos, dormir y soñar, yendo a su eternidad.
   El cerco de la jauría es igual al del enjambre a la reina. Ninguno se impacienta ni se aleja del grupo sometido a la órbita del acoso. Defendiéndose, da mordiscos la perrita, gruñe y avanza, regresa y avanza, sin lograr romper el asedio. Los perros, olvidados de su hambre, las inquietas colas en alto, inatentos a lo que los rodea, la siguen, giran en torno suyo por las mismas razones del girasol. 
   Horas más tarde, acezaba un bicéfalo monstruo bicolor en la esquina, húmedos los ojos de felicidad. Los dos perros, casi inmóviles, sufrían las pedradas como si fueran insensibles. La crueldad de los niños evocaba la de los centuriones tachonando la impávida noche de San Sebastián con indolentes dardos simétricos.
[De Dibujos de ciego, en  Antología del poema en prosa en México, 1993]


G.B.Z.
¿De qué paisajes hablas?
   Juan Calzadilla
   [Venezuela, 1931]

   ¿De qué paisajes pretendes decir que hemos venido a disfrutar en esta ciudad de provincia, en un cuarto de hotel donde el ronroneo del aparato de aire acondicionado se traga una a una nuestras frases, y nos deja sin habla? ¿Qué paisaje acaricias con tu mente, en este cuarto de hotel con vista a una cortina corrida (de color marrón) detrás de la cual hay otros cuartos donde otros cuerpos desnudos como los nuestros miran hacia otras cortinas un paisaje mental?
[De Tema para el próximo silbido; en Antología venezolana del poema en prosa, 1999]


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   Alejandra Pizarnik
   [Argentina, 1936-1972]

   No es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien sino yacer porque alguien no viene.
[De El deseo de la palabra, 1973]


El libro
   José Emilio Pacheco
   [México, 1939]

   Lo compré hace muchos años. Pospuse la lectura para un momento que no llegó jamás. Moriré sin haberlo leído. Y en sus páginas estaban el secreto y la clave.
[De Prosas; en Desde entonces, 1979]