domingo, 27 de marzo de 2011

8. El minicuento colombiano en México I



En el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, llevada a cabo en 2007, la Revista Fractal  de México publicó una antología de minicuentos colombianos. Esta es la primera de dos entregas con textos compilados para aquella ocasión.
  


Prisionero de guerra
   Orlando López Valencia


   Batallé contra seres queridos. Durante las treguas modificaba mi estrategia y reparaba mi arsenal. Ellos hacían lo mismo y lo que deseábamos fuera una emboscada, carecía de sorpresa. Harto de la guerra me rendí.
   En mi reclusión me he vuelto amable, sosegado y servicial. He cambiado tanto que, sospecho, me dieron la razón por cárcel.


Otra versión
   Manuel Mejía Vallejo

   Repetidamente sueño con un dragón espeluznante. En los últimos sueños aprendí a conocerle sus resabios y a domarlo después de una sufrida paciencia, aunque a veces me despierta el crepitar de las llamas que arroja por boca y narices, porque se ha rebelado contra la jaula de mi conciencia donde trato de retenerlo.
   Ahora me he quedado dormido de verdad y he perdido mi ascendiente sobre el dragón. Ya es muy tarde para avisar a las gentes el peligro que las acecha.



En tinta verde
   Triunfo Arciniegas


   El hombre terminó de escribir la tarjeta y sonrió ante la belleza y la precisión de las frases. Imaginó que la mujer sería muy feliz leyéndola. Saldría del baño con la toalla en la cabeza, descalza, sonaría el timbre y sin prisa se colgaría la bata para abrir la puerta: nunca tiene prisa, es bella. Sin duda reconocería a primera vista los garabatos y la tinta verde, pero postergaría la lectura con el propósito del goce perfecto. O no, se quitaría la bata y así, desnuda como es ella, bebiéndose el café, leería la tarjeta una y otra vez, se reiría, sería muy feliz. Entonces, sin perder la sonrisa, el hombre destrozó la tarjeta y acercó un fósforo a uno de los pedacitos, que se encendió como el rostro de una muchacha avergonzada, para terminar encendiendo el pedacito contiguo, y todos se hicieron ceniza. Vio con toda precisión a la mujer metiéndose en la bata, triste, llorando la tarjeta sin leer, el timbre sin sonar, el café sin tomar.




El llamado de la selva
   Jaime Alberto Vélez


   El perro encargado de cuidar el rebaño siente un irreprimible llamado de la selva. Abjura entonces del orden establecido y de la civilización, y huye hacia las altas montañas en busca de su ancestral vida primitiva. Hambriento e impulsado por su instinto salvaje, decide caer un día por asalto sobre las ovejas que, emocionadas, lo reciben entre vítores y lágrimas de alegría por su regreso.



Bolívar
   Pablo Montoya Campuzano


   El General Bolívar se aleja de sus hombres. Camina con amargura en los ojos. Observa el paisaje de Pisba y piensa: Cómo revelarle a este vestigio de ejército el secreto de esta guerra. Cómo explicarle que a pesar de los muertos tendremos la independencia. Cómo contarle a estos hombres devastados de hambre y frío el peligro que hay después de la victoria. Cómo decirles que la esperanza nunca se consumará porque nosotros, enfermos de poder, siempre seremos los culpables de su agonía.



La mujer de espadas
   Maribel García Morales


   Era joven, bonita e inteligente y sin embargo todos jugaban con ella. La cabellera rubia que caía sobre sus hombros le daba un aspecto sensual y atractivo, reforzado por su atuendo que, si bien ya no estaba de moda, era muy elegante, pero nadie lo notaba. Pasaba de mano en mano sin que algunos, siquiera, se preocuparan por mirarla a los ojos. Era cierto que en alguna ocasión un atractivo muchacho la deseó de verdad, pero por lo general la desdeñaban. “Además de mi belleza —pensó—, tengo un carácter firme y deberían darse cuenta de eso”, pero fue interrumpida por una mano olorosa a tabaco que sin delicadeza la tomó por la cintura y la arrojó sobre el paño verde. 
—Sota de espadas —dijo el hombre, y su voz áspera hirió los oídos de la pequeña dama, atajó sus pensamientos, y la retornó a su naturaleza de estampa de naipe.




Der doppelgänger
   Germán Espinosa


   Siendo muy joven, halló en una callejuela de Ciudad Bolívar una fotografía desvaída, amarillenta de vejez y vuelta minuciosos pedazos. Por los fragmentos, era fácil deducir que reproducía el rostro de un hombre. Experimentó entonces un inapelable deseo de conocer aquel rostro y dedicó largas horas a reconstruir el retrato, tal como se arma un rompecabezas. La labor, aunque hubiera debido serlo, no resultó fácil. Finalmente, tuvo el rostro ante sí. Era el de un hombre triste, muy viejo, con una inhábil cara de perro sarnoso, que nada le decía. Varias veces intentó hablarle, sin obtener respuesta. Lo archivó, pues, unidos con cinta pegante sus trocitos, en cualquier mueble. Transcurridos muchos años, al mirarse en el espejo, comprendió que la fotografía reconstruida había sido una prematura reproducción de su rostro anciano. Pero para esa época, aunque hurgó paciente o desesperadamente en el mueble, no fue posible reencontrarla.