Espejo
Harold Kremer
Cuando usted sale de su casa obsesionado con la idea de comprarse un espejo, se puede decir que ha dado por vez primera un gran paso en su vida. Pero si a más de dicha decisión descubre que no desea un espejo cualquiera, sino uno especial que se adapte a su temperamento, su carácter y su figura, se podría decir que usted sabe lo que quiere de la vida. Y si después de recorrer toda la ciudad, de pronto se descubre en un viejo barrio judío discutiendo el precio de un insignificante y carcomido espejo, usted pensará que la vida y el destino han sido pródigos al brindarle esa oportunidad. Y si al llegar a su casa con el espejo se va directo al baño, lo cuelga, lo cuadra y luego se mira durante un largo instante en él, tratando de encontrar su imagen que no aparece por ningún lado, entonces usted tendrá que aceptar la realidad de su muerte.
El Espejo de Viento-y-Luna
Tsao Hsue-Kin
En un año, las dolencias de Kia Yui se agravaron. La imagen de la inaccesible señora Fénix gastaba sus días; las pesadillas y el insomnio, sus noches.
Una tarde, un mendigo taoísta pedía limosna en la calle, proclamando que podía curar las enfermedades del alma. Kia Yui y lo hizo llamar. El mendigo le dijo: “Con medicinas no se cura su mal. Tengo un tesoro que los sanará, si sigue mis órdenes”. De su manga sacó un espejo bruñido de ambos lados; el Espejo tenía la inscripción: Precioso Espejo de Viento-y-Luna. Agregó: “Este espejo viene del Palacio de el Hada del Terrible Despertar y tiene la virtud de curar los males causados por los pensamientos impuros. Pero guárdese de mirar el anverso. Sólo mire el reverso. Mañana volveré a buscar el espejo y a felicitarlo por su mejoría”. El mendigo se fue sin aceptar las monedas que le ofrecieron.
Kia Yui tomó el espejo y miró según le había indicado el mendigo. Lo arrojó con espanto: el espejo reflejaba una calavera. Maldijo al mendigo; irritado, quiso ver el anverso. Empuñó el espejo y miró: desde su fondo, la señora Fénix, espléndidamente vestida, le hacía señas. Kia Yui se sintió arrebatado por el espejo y atravesó el metal y amó a la señora Fénix. Después, Fénix lo acompañó a la salida. Cuando Kia Yui se despertó, el espejo estaba al revés y le mostraba, de nuevo, la calavera. Agotado por la delicia del lado falaz del espejo, Kia Yui no resistió, sin embargo, a la tentación de mirarlo una vez más. De nuevo la señora Fénix le hizo señas, de nuevo penetró en el espejo y se amaron. Esto ocurrió unas cuantas veces. La última, dos hombres lo apresaron al salir y lo encadenaron. “Los seguiré”, murmuró Kia Yui, “pero déjenme llevar el Espejo”. Fueron sus últimas palabras. Lo encontraron muerto, sobre la sabana, en medio de un charco de sangre.
Manu Espada (España)
La bruja de Blancanieves, arruinada por su derroche en caros tratamientos cosméticos y operaciones de estética, no se pudo resistir a la millonaria oferta que le hizo Narciso (adicto al gimnasio y ávido acaparador de piropos) para comprarle su espejito mágico, por lo que la señora tuvo que hacerse con otro artilugio agasajador. Tras una agotadora búsqueda en el mercado de segunda mano, Drácula le ofreció un ejemplar gótico de cuerpo entero por una ganga. “Lo tengo en oferta por falta de uso”, le explicó el conde, que lucía un aspecto deplorable y abandonado, con barriga desmesurada e hirsuto entrecejo. Nada más llegar al palacio, la bruja se enfundó un traje brillante de Versace y preguntó a su nueva adquisición: “¿Quién es la más guapa del reino?” Una pícara niña con minifalda de colegiala echó el aliento sobre el cristal, y mostrando su dedo corazón a la bruja, escribió en el vaho desde el otro lado del espejo: aicilA.
El espejo roto
Darío Díez
Ya estoy cansado de mirarme en este maldito espejo. Siempre lo mismo: mi pelo no cana, mi boca sigue carnosa, mi cuerpo fuerte, mis ojos lúcidos y, dentro de mí, algo que me amarra, algo que no me deja crecer. Unas cadenas que me atan. Lanzo la primera piedra y lo rompo en pedazos. Todo mi ser se refleja en ese espacio negro que deja el espejo. Recojo fragmento por fragmento para tirarlos; en uno veo a mi madre sonriendo, en otro a mi padre rabioso, en otros pedazos veo a mis hermanos, ella, irónica, la otra, cabizbaja y tímida, el mayor con su rol robado de padre y el menor brincando como un pájaro, lleno de colorido y de cantos. Sigo recogiendo, en otro pedazo está el cura distribuyendo penitencias, el médico curando, la pitonisa mintiendo, el siquiatra matando al niño, la justicia vendada con su balanza que siempre cae al lado de la injusticia, mi mujer exigiendo y todo el mundo buscando.
Voy y arrojo los pedazos a la basura. Cuando regreso a ese sitio hay una pavesa, reluciente, metida en la hendidura de dos baldosas. La recojo y me veo insignificante, la arrojo al vacío y decido que nunca más me volveré a mirar en ningún espejo.
Especulación
Guillermo Cabrera Infante
Vi frente a mí un hombre joven (cuando entré estaba a mi lado, pero me volví) de aspecto cansado, pelo revuelto y ojos opacos. Estaba mal vestido, con la camisa sucia y la corbata que no anudaba bien separada del cuello sin abrochar sin botón. Le hacía falta afeitarse y por los lados de la boca le bajaba un bigote lacio y mal cuidado. Levanté la mano para dársela, al tiempo que inclinaba un poco la cabeza y él hizo lo mismo. Vi que sonreía y sentí que yo también sonreía: los dos comprendimos al mismo tiempo: era un espejo.
Los espejos
Luis Vidales
Los espejos colgados en las salas son retratos de ausencias. Cuando el espejo se cae —por añicos que se vuelva— siempre cae parado, como los gatos. Ayer al mirarme al espejo quedé con la cabeza de para abajo.
¡Claro! ¡Naturalmente! Lo había cogido al revés.