Introducción
Siendo estudiantes de literatura, Harold Kremer y Guillermo Bustamante Zamudio inventaron y sostuvieron una mini-revista de minicuentos: Ekuóreo. Diez años después, el maestro Edmundo Valadés habló de ese juego como una publicación especializada en recoger minicuentos. Quince años después, los editores recibieron una llamada de la OEA, pues no podían publicar su número de la Revista interamericana de bibliografía, dedicado al microrrelato, sin una reseña de ese trabajo. «Si hubiéramos sabido que Ekuóreo iba a ser famosa, la habríamos hecho más bonita», se lamentaba Kremer.Efectivamente —como dice Raúl Brasca, en la tercera entrega de sus antologías de minicuento (Dos veces bueno 3)—, Ekuóreo es «una mítica revista literaria colombiana, la primera en Latinoamérica dedicada exclusivamente a la minificción» (Buenos Aires: IMFC, 2002. p.5). Lo de “primera en Latinoamérica” puede ser una exageración, pues tal vez es la primera en el mundo; y lo de “mítica” sí que es justo, pues con el auge del género y, en consecuencia, con el auge de los estudios sobre esa forma literaria, Ekuóreo se volvió de reiterada mención (ver...), pero por su forma de aparición, por su formato, porque siendo jóvenes ellos no sabían que eran precoces, no tenía registro ISSN; al principio ni siquiera tenía fecha. Por ser “literatura volante” —como diría Juancarlos Moyano en un artículo en el periódico El excelsior de México (de próxima aparición aquí)— no ha anidado en las maneras tradicionales de reseñar las publicaciones periódicas, ni incluso en las maneras habituales de guardarlas en las bibliotecas.
Más de veinte años después, entonces, se hace la historia de la primera época de la revista (ver...): se relata el proceso, se reseñan las fuentes de los textos y de las ilustraciones —en la medida de lo posible—, se reproducen todos los relatos publicados y facsímiles de todas las entregas, se revelan secretos y se hunde en el misterio cosas que parecían claras, se introduce un índice alfabético de los autores publicados (ver...) y una bibliografía de minicuentos (ver...), sobre el minicuento y otros asuntos...
Llamadas y cartas
En 1996 se registró la siguiente llamada telefónica entre Carlos Paldao y Guillermo Bustamante Zamudio:
—Le habla Carlos Paldao, desde Washington.
—Ajá...
—Los estoy buscando, a Harold Kremer y a usted, desde hace año y medio.
—Cualquier cosa que haya sido, nosotros no tenemos la culpa. ¿De qué se trata?
—Soy el editor de la Revista interamericana de bibliografía [RIB] de la OEA. Vamos a emitir un número especial sobre el microrrelato y resulta que Edmundo Valadés declaró en una entrevista hace unos años que ustedes habían hecho la primera revista especializada en minicuentos. Ya pensábamos que todo era un “cuento”, porque el nombre de esa revista no aparece en el registro ISSN, ni en biblioteca o universidad alguna.
—¿Cómo me consiguió?
—Estuve rastreándolos en Cali, pero en esas direcciones y teléfonos nadie da cuenta de ustedes.
—A lo peor usted tenía datos antiguos...
—Seguramente... ¿Puede usted enviarme la revista?, ¿datos? Ya vamos a cerrar edición y si es verdad que Ekuóreo existe, el número no se puede ir sin ustedes.
Según relató Paldao, la española Francisca Noguerol encontró en un evento académico en Europa a Henry González Martínez, profesor de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia, especialista en minificción. Ella conocía el proyecto de la RIB, así como la infructuosa búsqueda de Paldao; lo comentó con Henry —en tanto colombiano— y él le dijo que los personajes en mención no eran ficticios, que él podía dar fe, pues figuraba en la misma nómina que uno de ellos (Henry no ha oído hablar de las nóminas paralelas). Ella le dio a Paldao los datos suministrados por Henry.
Luego de hablar con Paldao, Bustamante se comunicó con Harold e hizo fotocopias de los 30 números editados de la primera época de la revista Ekuóreo. Las mandó, junto con un ejemplar de la Antología del cuento corto colombiano, preparada por Kremer y Bustamante, y publicada en 1994 por la Universidad del Valle. Como no quería que estos impresos se fueran solos, se decidió a comentarle desordenadamente un par de cosas. Improvisó entonces una carta, fechada en Bogotá, julio 9 de 1996. Hubo que titularla “carta”, porque en estos días hay que tener mucho cuidado con lo géneros discursivos: pasaron los dichosos días en los que era fácil saber a qué género pertenecía un texto. Ganas no faltan de que fuera implantable un sistema como el del cuento “El proceso”, de Sławomir Mrošek.
En la comunicación se le pedía a Paldao hacer un juicio de pertinencia en función de las necesidades del número de su revista, tras lo cual podía amputar mentalmente lo que no le sonara, y señalar aquello que valdría la pena ampliar u organizar. En tal sentido, le pidieron (involucrando a Kremer) el favor de enviar un mensaje en el que se describiera el propósito y los detalles del trabajo que estaban haciendo sobre el microrrelato, así como de todas las acciones que ellos podrían hacer al respecto en Colombia.
Bustamante le comentaba que tenían algunos recuerdos que valdría la pena documentar, aunque en ese instante, debido a circunstancias particulares, estaban en “impotencia documental”, impedidos de acceder a ciertos archivos. Mientras tanto, una segunda carta —llamada News— fue enviada.
El número especial de la RIB salió en el Vol. XLVI, No. 1-4 de 1996. En la pág. 4 dice: «Razones de tiempo y espacio nos impidieron incluir la indexación bibliográfica de la casi utópica “revista” colombiana Ekuóreo que, al cierre de esta edición, re-descubrió para la RIB el entusiasmo de Francisca Noguerol y de la que generosamente sus editores nos hicieron llegar un juego completo».
Eso era en la introducción; más adelante, en la pág. 347, agrega: «Al principio de este volumen especial, aludimos la labor pionera desarrollada por la revista Ekuóreo de Colombia. Luego de la referencia que sobre ella hiciera el desaparecido maestro mexicano Edmundo Valadés, en una difundida entrevista («Ronda por el cuento brevísimo», Puro cuento, 21 (1990):28-30, Buenos Aires, Argentina) sobre el papel pionero que la misma cumplió, numerosos investigadores trataron de encontrarla, sin resultado. Gracias a un contacto logrado por la infatigable Francisca Noguerol, la RIB pudo dialogar con quienes fueron los editores de la ya desaparecida publicación: Guillermo Bustamante Zamudio y Harold Kremer. Ambos hicieron llegar a nuestra mesa de redacción un ejemplar de Antología del cuento corto colombiano (Cali, Colombia: Universidad de Valle, 1994, 179 p.) que es una selección de trabajos publicados originalmente por Ekuóreo. Sin desmedro de un futuro artículo bibliográfico que publicaremos, hemos estimado indispensable rescatar el texto introductorio de ese libro y una pequeña muestra al azar de algunos de los microrrelatos que lo integran, a cuenta de una segunda edición que está en preparación».
Así, en ese número de la RIB, bajo la rúbrica de “rescate bibliográfico”, se publicó la introducción a la antología y una selección de doce de los minicuentos colombianos antologados allí.
Les encantó eso de que «numerosos investigadores trataron de encontrarla, sin resultado», que hubieran pensado que todo era ficción; se trataba del viejo tema literario de interpolar algo a la realidad. Algo de “La carta robada” de Poe también resonaba en el acontecimiento: la mejor manera de esconderse es estar visible.
Ahora bien, el famoso comentario de Edmundo Valadés que desató todo este lío es el siguiente: «Desestimado en mucho como creación menor, la del miniaturista, el cuento breve o brevísimo no ha merecido ni recuento, ni historia, ni nombre específico universal, como lo demanda Marco Antonio Campos, salvo lo que desde la revista El Cuento le dimos de minicuento o minificción, y que ha ido generalizándose. Pero su interés, su circulación, su creciente ejercicio y su valor como género literario han ido en ascenso: es ahora una elaboración que prolifera en las letras contemporáneas, y se ensaña o se colma muy extensamente en nuestros países, sea en el estudio del escritor o en el taller de los que se inician en la narrativa: de allá su reproducción constante en revistas y suplementos y la multiplicación de libros forjados con minicuentos.
»Su mayor difusión, impulso y estímulo se lo ha dado la revista El Cuento, desde hace más de 25 años en que empezó a publicarlos profusamente, y que organizó el primer concurso de dichos textos, y es ya constante, diría que insoslayable, su inclusión en revistas y suplementos literarios. Incluso, incitó en Colombia a que se creara una publicación especializada en recogerlos: Ekuóreo. Una bibliografía de obras en tal especialidad haría evidente su múltiple presencia, quizás como reciente fenómeno creativo en la literatura latinoamericana contemporánea».