Sócrates y la televisión
Anónimo
Kritón: ¿Crees tú, Sócrates, que la televisión puede contribuir a mejorar el mundo más de lo que tú puedes a través de tus diálogos con las personas?
Sócrates: Ello puede ser posible. Sin embargo, hay algo que se opone: la televisión no responde a preguntas; se parece a un hombre que habla sin parar y sin escuchar al otro, ni un momento siquiera.
Kritón: La tarea de la televisión no es la de escuchar, sino la de informar. Se parte del hecho de que, con base en las informaciones y opiniones que trasmite la televisión, los televidentes puedan adelantar, entre ellos, discusiones diversas.
Sócrates: No he visto en Atenas la primera familia que haya apagado la televisión para dar paso a una discusión. No, mi querido amigo Kritón; creo, por el contrario, que nuestro siglo está condenado a la pasividad: mujeres que pasan su vida silenciosamente frente al televisor; hombres que prefieren ver el fútbol en la pantalla, antes que practicar por sí mismos el deporte; jóvenes que bailan sin comunicarse entre sí, sin que jamás hayan dicho algo poético al oído de su pareja. Te digo, oh, Kritón, que la palabra es el verdadero regalo de los dioses, el diálogo es la única posibilidad existente de que, entre enemigos, se zanjen las disputas y se evite la guerra. Alabados sean aquellos que hablan, aun cuando hablen demasiado.
(Die Zeit)
Sala de juntas
Christian Peña (México)
Pensamos que pensamos en lo mismo, atentos a lo que se dice hasta que, de pronto, a la vista de todo el grupo, alguien saca de su portafolios un huevo cocido y comienza a pelarlo. El crujir de la cáscara rompe apenas el silencio de la sala. El hombre termina de descascarar el huevo y se lo come. Sin sal, sin pimienta.
Son las nueve de la mañana. Seguimos hablando, siguen hablando, pero sólo podemos pensar, ya todos sólo pensamos a un tiempo pensamientos profundos que reparan en el huevo, en la cáscara, en los fragmentos.
El hilo
Alberto Sánchez Argüello (Nicaragua)
Una mañana encontré el hilo que une al mundo. Estaba encima de una cama como si fuera cualquier cosa. Lo tomé y empecé a jalarlo despacio hacia mí.
Miré cómo se deshacían largas montañas cubiertas de bosques de abedules, lagos cristalinos como espejos, aves que alzaban el vuelo y junto con ellas las nubes y el sol. Seguí con las casas de madera y las personas que caminaban junto a sus perros en una pradera de flores.
Cuando el mundo se terminó de deshilar entró mi abuela al cuarto. Miró tranquila lo que había hecho y me alzó con dulzura para sentarme en la larga mecedora del abuelo. Luego tomó su colcha y volvió lentamente a bordar.
(Naufragio de botellas, 2020)
En el café
Kjell Askildsen (Noruega)
Una de las últimas veces que estuve en un café fue un domingo de verano, lo recuerdo bien, porque casi todo el mundo iba en mangas de camisa y sin corbata, y pensé: tal vez no sea domingo, como yo creía, y el hecho de que pensara exactamente eso hace que me acuerde. Me senté a una mesa en medio del local, a mi alrededor había mucha gente tomando canapés y bollos, pero casi todas las mesas estaban ocupadas por una sola persona. Daba una gran impresión de soledad, y como llevaba mucho tiempo sin hablar con nadie, no me habría importado intercambiar unas cuantas palabras con alguien. Estuve meditando un buen rato sobre cómo hacerlo, pero cuanto más estudiaba las caras a mi alrededor, más difícil me parecía, era como si nadie tuviera mirada, desde luego el mundo se ha vuelto muy deprimente. Pero ya había tenido la idea de que sería agradable que alguien me dirigiera un par de palabras, de modo que seguí pensando, pues es lo único que sirve. Al cabo de un rato supe lo que haría. Dejé caer mi cartera al suelo fingiendo que no me daba cuenta. Quedó tirada junto a mi silla, completamente visible a la gente que estaba sentada cerca, y vi que muchos la miraban de reojo. Yo había pensado que tal vez una o dos personas se levantarían a recogerla y me la darían, pues soy un anciano, o al menos me gritarían, por ejemplo: «Se le ha caído la cartera». Si uno dejara de albergar esperanzas, se ahorraría un montón de decepciones. Estuve unos cuantos minutos mirando de reojo y esperando, y al final hice como si de repente me hubiera dado cuenta de que se me había caído. No me atreví a esperar más, pues me entró miedo de que alguno de aquellos mirones se abalanzara de pronto sobre la cartera y desapareciera con ella. Nadie podía estar completamente seguro de que no contuviera un montón de dinero, pues a veces los viejos no son pobres, incluso puede que sean ricos, así es el mundo, el que roba en la juventud o en los mejores años de su vida tendrá su recompensa en su vejez.
Así se ha vuelto la gente en los cafés, eso sí que lo aprendí, se aprende mientras se vive, aunque no sé de qué sirve, así, justo antes de morir.
Incertidumbre
Alessandro Baricco (Italia)
Ambrose Bierce informó que se iba a México a echar un vistazo a la Revolución de Zapata y Villa; después se lo tragó la tierra. En serio, nunca más se supo de él. La versión más creíble lo da por muerto en un tiroteo entre revolucionarios y el ejército regular, aunque suena un poco hagiográfico. Según otra versión, que encuentro magnífica, fue el mismo Pancho Villa quien le disparó, harto de tener encima siempre a ese americano que no lo dejaba en paz ni un instante con sus sórdidos comentarios. Por si no lo sabéis, hay incluso quien sostiene que nunca murió. Un investigador, quizá para equilibrar un poco el asunto, sostuvo la tesis de que nunca existió.
(Una cierta idea del mundo, 2013)
Sobre una versión de la Comedia
H. Bustos Domecq (Argentina)
Con su perspicacia habitual, Lambkin observó ante un corro de amigos que el mapa de tamaño natural comportaba grandes dificultades, pero que análogo procedimiento no era inaplicable a otros ramos, verbigracia a la crítica. Levantar un “mapa” de la Divina Comedia fue, desde aquel momento oportuno, la razón de su vida. Al principio, se contentó con publicar, en mínimos y deficientes clichés, los esquemas de los círculos infernales, de la torre del purgatorio y de los cielos concéntricos, que adornaban la acreditada edición de Dino Provenzal. Su natural exigente no se dio, sin embargo, por satisfecho. ¡El poema dantesco se le escapaba! Una segunda iluminación, a la que pronto siguiera una laboriosa y larga paciencia, lo rescató de aquel transitorio marasmo. El día 23 de febrero de 1931 intuyó que la descripción del poema, para ser perfecta, debía coincidir palabra por palabra con el poema, de igual modo que el famoso mapa coincidía punto por punto con el Imperio. Eliminó, al cabo de maduras reflexiones, el prólogo, las notas, el índice y el nombre y domicilio del editor y entregó a la imprenta la obra de Dante. ¡Así quedó inaugurado, en nuestra metrópoli, el primer monumento descriptivista!
Ver para creer: no faltaron ratas de biblioteca que tomaron, o simularon tomar, este novísimo tour de force de la crítica, por una edición más del difundido poema de Alighieri.
(«Naturalismo al día», 1967)
Inverosímil
Julián Sánchez Caramazana (España)
Si os cuento que me fui de copas con un Unicornio, seguro que no os lo creéis. Sabéis que no tengo ni un céntimo de euro y que los Unicornios son unos rácanos.
(Venidos del miedo)