domingo, 3 de marzo de 2024

362. De antología II - "Mujeres minicuentistas" (1)

 
Editora invitada: Lilian Caicedo Obando




Salir de pobres
   Elisa de Armas (España)

   Cada vez que nos encontrábamos en apuros enviábamos a mi hermana Conchi a pedir un crédito al banco. Sus ojos violeta, sus hombros carnosos, su busto amplio y su cintura de avispa, unidos a una expresión entre soñadora y voluptuosa que copiaba de las actrices de los cincuenta, la hacían irresistible. A cambio de préstamos que nunca seríamos capaces de devolver, concedía una cita en el paseo del río a los sucesivos directores de la sucursal. Uno a uno los fue dejando plantados, entre los helechos, en el momento en el que se atrevían a introducirle la mano en el escote.
   La tierra era buena y sus pies no tardaban en enraizar, pero por más que los sacudíamos no desprendían más que una lluvia de caspa, balances descuadrados y listas de morosos. Fue mamá la que tuvo la idea de sembrarlos bocabajo. Los cabellos y los dedos de las manos también han arraigado con facilidad, pero ahora les brotan a pares lustrosos zapatos italianos que cosechamos a escondidas y vendemos los domingos en el mercadillo.


Mi vecina
   Luz Adriana Medina Cardona (Colombia)

   Se tongonea cuando pasa a mi lado haciendo alarde de sus pasos finos y de su bella silueta. Llega a la madrugada haciendo escándalo. Todos en el vecindario sabemos que viene de juerga y de tener riñas callejeras. He querido invitarla a comer, pero sé que si lo hago una vez ya no podré alejarla de mi puerta. Siempre me la encuentro en las escaleras, se queda quieta y me mira con sus penetrantes ojos verdes. En cada encuentro trato de acariciarla, pero la esquiva gata siempre me araña.

Rosalba Campra

Deberes
   Rosalba Campra (Argentina)

   Cuando haya terminado con los exámenes de control, pase a la primera repartición, allí le dirán su número. En la puerta siguiente le entregarán los datos correspondientes a las misiones a desempeñar, y las armas, en el caso de que estén previstas. Al fondo del corredor le darán papel, lápiz, estampillas, por si usted considerara necesario tener informada a su familia, amigos o conocidos. Los sobres ya están preparados. En la enfermería lo proveerán de las medicinas adecuadas y de auxilio espiritual, si usted así lo solicita. Antes de salir, pase por la última oficina a la derecha, donde le sacarán la fotografía para el monumento a los Caídos por la Patria.


Desilusión
   Geraudí González Olivares (Venezuela)

   ¿Qué quieres? —dijo la joven de capa roja.
   —Saciar mi apetito con una joven pura y casta como tú —respondió él.
   —¡Ah! ¡Eso! Entonces puedo seguir tranquila a la casa de mi abuelita.


Observancias
   Patricia Rivas (Chile)

   Llevábamos tiempo de estar juntos y sacó mis ojos. No comprendí las razones de protección que me dio por haberlo hecho, pero a medida que seguíamos unidos observé, según me decía, que era conveniente que dependiese completamente de él, que mujeres inteligentes como yo éramos muy pocas. Me trataba como una reina si no objetaba sus argumentos, hasta que los vecinos lo denunciaron.
   Lo declaré inocente en tribunales, sin embargo, el juez dictaminó el encarcelamiento.
   Aún no logro vislumbrar lo que realmente sucedió.


Despertar
   Raquel Froilán García (España)

   Hay días en los que una desearía no haberse levantado.
   Sobre todo hoy. No fue el despertador lo que oí esta mañana. Eran las Siete Trompetas del Apocalipsis.
   Y yo con estos pelos.


La princesa quitamaridos
   Yolanda Delgado de Tenorio (Colombia)

   La sapa Aurelia desde la orilla de la laguna eleva la cabeza, hincha la garganta y croa.
   Ella tiene su reino debajo de las piedras, en el fresco lodo y con maternal cuidado vigila noche y día a sus renacuajitos.
   Hace nueve días que espera. Sale y da saltitos, a veces largos, a veces cortos. Si nos detuviéramos y aguzáramos el oído, oiríamos su llanto.
   Hace días una muchacha que paseaba cerca del lago, se paró en la piedra debajo de la cual tiene su hogar, cogió a Horacio, su marido, su tesoro, su amor, el padre de sus hijos, le dio un beso, lo convirtió en un ser horrible, de dos patas, de ojos azules, de pescuezo largo y anchos hombros que, en vez de brincar, caminó a su lado, lo llamó príncipe, le dijo que llevaba muchos años esperándolo y se lo llevó. Se subieron a una carroza luminosa y Horacio ni siquiera sacó la mano para decirle adiós.
   Aurelia piensa que hay que alertar a la sapería. Qué tal que cada muchacha que quiera un príncipe coja un marido de los de ellas, les den un beso y se lo lleven.