domingo, 29 de octubre de 2023

352. Escritores brasileros III - José Paulo Paes (1926-1998)


José Paulo Paes


Falso diálogo entre Pessoa y Caeiro

   —La lluvia me entristece.
   —A mí me moja.
(Meia palavra, 1973)


Declaración de bienes

   Mi Dios, mi patria, mi familia, mi casa, mi club, mi carro, mi mujer, mi cepillo de dientes, mis callos, mi vida, mi cáncer, mis gusanos.
(Meia palavra, 1973)


Grecia: acrópolis de Atenas II

   En el silencio de la noche, el poder público ordena esparcir por el recinto de la Acrópolis una buena provisión de cascajo para que, al día siguiente, cada turista pueda llevarse a su casa un fragmento auténtico del Propileo del Partenón del templo de Atenas o del Erecteion.
(La poesía está morta mas juro que não fui eu, 1988)


Un retrato

   De vivo, apenas lo conocí. Pero ¿qué sabe un hombre de otro hombre? Hubo siempre entre nosotros cierta distancia, un poco más de lo que va de mi escritorio hasta ese retrato en la pared desde donde me mira todo el tiempo. ¿Para qué?
   Son pocos los recuerdos que de él guardo: la aspereza de la barba en su rostro cuando lo besaba al llegar para mis vacaciones; el aroma del tabaco en sus ropas; la línea dura del mentón cuando estaba preocupado; la risa reprimida hasta estallar (¡qué alivio!) en carcajada.
   Poco hablaba conmigo. Estaba siempre en otra parte: trabajando o leyendo o conversando o en trance de salir (¡tantas veces!) de viaje.
   Sólo estuvimos juntos cuando enfermó y fui a buscarlo a una casa extraña y lo instalé en la mía. Y, aun así, tan sólo conocí su lucha pertinaz contra el dolor, el malestar, la inutilidad del esfuerzo, las seducciones de la muerte ya bien próxima.
   Y llegó el día de bajar su ataúd a la fosa. Y entonces lo supe más que ausencia. Sentí en mis manos el peso de su cuerpo: el peso inmenso del mundo. Entonces lo conocí. Y me conocí.
   Vuelvo los ojos a la pared. Sé, ahora, padre, lo que es estar vivo.
(Prosas seguidas de odes mínimas, 1992)


La casa

   Venden esta casa: está llena de fantasmas: En la biblioteca está un abuelo que hace tarjetas navideñas con corazones de purpurina. En la tipografía, un tío que imprime avisos funerarios y programa de circo. En la sala, un padre que lee novelas policíacas hasta el fin de los tiempos. En la alcoba, una madre que está siempre pariendo la última hija. En el comedor, una tía que barniza cuidadosamente su propio ataúd. En la despensa, una prima que plancha todas las mortajas de la familia. En la cocina, una abuela que cuenta noche y día historias del otro mundo. En el patio, un negro viejo que murió en la guerra del Paraguay rajando leña. Y en el tejado, un niño miedoso que los espía a todos; sólo que está vivo: ha sido traído por el pájaro de los sueños.
   Dejen dormir al niño, pero vendan la casa, véndanla de prisa, antes de que él despierte y se descubra también muerto.
(Prosas seguidas de odes mínimas, 1992)


Sobre el fin de la historia

   La pólvora ya había sido inventada, la Bastilla tomada y el Zar fusilado cuando yo nací. Aunque no quedase nada más por hacer, he cultivado con celo mi miopía para poder embestir contra molinos de viento.
   Fueron hasta simpáticos conmigo y con los de mi generación. Ellos fingían de gigantes, daban berridos horribles, sólo para animarnos a atacarlos.
   Hace mucho tiempo sé que son meros molinos. Por eso los derrumbé y construí, en su lugar, una nueva Bastilla. Esconderé ahora la fórmula de la pólvora y arreglaré otro Zar para el trono.
   Quiero que mis hijos comiencen bien la vida.
(Prosas seguidas de odes mínimas, 1992)


A la televisión

   Tu boletín meteorológico me informa aquí y ahora si llueve o hace sol. ¿Para qué salir?
   La comida suculenta que sirves frente a mí con los ojos la devoro. Jubilé mis dientes.
   En las telenovelas hay tanto poder de vida que ya no me esfuerzo por vivir.
   Guerra, sexo, deporte… todo, todo me das. Condenaré la puerta: ya no preciso del mundo.
(Prosas seguidas de odes mínimas, 1992)