domingo, 26 de junio de 2022

317. Cartas III


Carta junto a una carta
   Lorena Escudero (España)

   Amor. Con esta nota intentaré paliar la sorpresa por mi marcha, explicar la razón de la carta que acompaña. Durante todo este tiempo he escrito sobre las cosas que he callado, que no queríamos oír. Pensamientos destinados al silencio que oprimían mi garganta y debían ser expulsados de algún modo. Así comencé a escribirte cartas. En algunas te explico cuánto te quiero y por qué sé que lo nuestro funcionará. En otras te odio y te culpo de que lo nuestro no funcione. Todos los matices de ambos extremos han sido volcados al papel. Y son demasiadas cartas. 
   Amenazan mi cordura apilándose en las estanterías. Su número advierte que no pueden ser ignoradas, que ha de haber un final. Así que he cogido una al azar. No sé cuándo fue escrita, ni si contiene un dulce o amargo desenlace, pero ya no importa. Te dejo que leas. Siempre.
(Los pescadores de perlas, 2019. Ginés S. Cutillas [ed.])


Estimado oficinista
   Ulises Paniagua (México)

   Para aclarar la situación, dejo este mensaje sobre la pantalla de su PC. No se presente más. Hace dos quincenas nos enteramos del accidente automovilístico, lo cual nos apesadumbró. Incluso colocamos una veladora en la copiadora general (lo que atenta contra las reglas de la empresa). Hemos hecho suficiente, así que, es una súplica, ya no venga. Comprendemos la situación delicada, la necesidad de un empleo, que piensa en el bienestar de su familia. Pero su extremada palidez, las cicatrices que le heredó el accidente y, sobre todo, la pestilencia que despide, han mermado la productividad de los compañeros, quienes se quejan de su higiene. Recapacite. Sea fuerte. Acéptelo: usted está muerto. No queremos negarle el acceso al corporativo.
   Sin otro particular, se despide de usted su jefe inmediato.
   Licenciado Ontiveros.


Te envío este mensaje por si no ves la carta
   Xavier Blancom (España)

   «Calculo que te quedan tres horas para aterrizar. Cuando regreses, encontrarás una carta sobre la mesa, junto a la botella de aguardiente. Son sólo dos hojas. Léelas, Juan. No debes alarmarte por el dinero que tienes escondido. Sigue ahí. Me llevo muy pocas cosas: cuatro vestidos, el temblor en las manos, un par de zapatos y el último bofetón. Tienes el traje y las camisas en el armario. Todas planchadas. No te preocupes. En la nevera encontrarás lentejas y croquetas. Como te gustan a ti. No me esperes para cenar. No me esperes. Tu Mari».
(Los pescadores de perlas, 2019. Ginés S. Cutillas [ed.])


La nota
   Georg Christoph Lichtenberg (Alemania)

   La otra vez le mandé decir con mi criado que no estaba en casa. Pero, después de la nota que usted me ha escrito, será para mí un honor decírselo personalmente en la escalera la próxima vez que tenga a bien honrarme con su visita.
   Quedo de Usted…
(Aforismos – L [1796-1799])


La carta
   Luis Mateo Díez (España)

   “Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y antes de empezar la tarea diaria, escribo una línea en una larga carta donde, desde hace seis años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio”.


Carta a un reportero
   Antón Chéjov (Rusia)

   Esta semana hubo seis incendios grandes y cuatro pequeños. Se suicidó un joven por el amor apasionado hacia una dama, y esa misma dama enloqueció al conocer su muerte. El reportero Guskin se ahorcó porque había consumido en exceso. El día de ayer se hundió un bote con 2 tripulantes y un niño pequeño… ¡Pobre niño! En los jardines públicos de La Arcadia, le agujerearon la espalda a cierto comerciante y casi le rompen la crisma. Atraparon a cuatro ladronzuelos bien vestidos, y un tren de mercancías naufragó. ¡Lo sé todo, estimado señor mío! ¡Qué circunstancias tan diferentes! ¡Cuánto dinero tiene usted ahora y no me da a mí ni un kopek! ¡Los buenos caballeros no hacen eso!
   Su sastre, Zmirlov


La carta
   Lilian Elphick (Chile)

   Preclarísima Reina: Finalmente llegué a las Indias. La Pinta zozobró infestada de ratas y preferí incendiar las otras naos para tomar posesión destas tierras de muchas maravillas. Aquí, en La Española, todos van desnudos, así como Dios los echó al mundo. Tienen una reina que luce una corona de flores y nos ha palpado nuestros raídos trajes y los cuerpos. Y se ha saboreado, la muy impía. Mandó a sus súbditos a preparar las “parrillas”. Nos van a homenajear, deso estoy seguro, así como seguro estoy de que la Tierra es redonda, como la teta de Beatriz de Bobadilla.
   Varias gentes atizan el fuego. Cantan y bailan; los niños juegan. El mar es color esmeralda y las arenas son blancas. El cielo no tiene nubes.
   Yo seré el Elegido, mi reina. Escríbale al Papa para apurar los papeles de mi canonización; seré el Santo de los Viajeros, mientras las parrillas arden y un perro devora esta carta y me llevan del brazo, a mí, el Almirante de la Mar Océana, entremedio de cánticos y risas, desnudándome, untándome con aceites y fragancias, y el calor aumenta, me quema, me inunda del dolor, me exalta, Dios mío, me arruina, me despelleja y ardo en el infierno deste nuevo mundo.
(Los pescadores de perlas, 2019. Ginés S. Cutillas [ed.])