domingo, 7 de marzo de 2021

283. Ellas escriben minicuentos VIII

 
La gran helada
   Virginia Woolf  (Inglaterra)

   Los pájaros se helaban en el aire y se venían al suelo como una piedra. En Norwich una aldeana rozagante quiso cruzar la calle y, al azotarla el viento helado en la esquina, varios testigos presenciales vieron que se hizo polvo y fue aventada sobre los techos. La mortandad de rebaños y de ganados fue enorme. Se congelaban los cadáveres y no los podían arrancar de las sábanas. No era raro encontrar una piara entera de cerdos, helada en el camino. Los campos estaban llenos de pastores, labradores, juntas de caballos y muchachos reducidos a espantapájaros paralizados en un acto preciso: uno con los dedos en la nariz, otro con la botella en los labios, un tercero con una piedra levantada para arrojarla a un cuervo que estaba como disecado en un cerco. Era tan extraordinario el rigor de la helada que a veces ocurría una especie de petrificación; y era general suponer que el notable aumento de rocas en determinados puntos de Derbyshire se debía, no a una erupción (porque no la hubo), sino a la solidificación de viandantes infortunados que habían sido convertidos literalmente en piedra. La Iglesia pudo prestar poca ayuda, y aunque algunos propietarios hicieron bendecir esas reliquias, la mayoría las habilitó para mojones, postes para rascarse las ovejas o, cuando la forma de la piedra lo permitía, bebederos para las vacas, empleo que desempeñan, en general admirablemente, hasta el día de hoy.
(Orlando, 1928)

Virgina Woolf
Virgina Woolf

Frente a frente
   Carolina Rueda (Colombia)

   En alguna ocasión aquel hombre la había mirado de la misma manera; era una sensación a cuadritos, porosa. Ahora entendía que siempre la había mirado y la miraría así. Al fin y al cabo, la pintura estaba seca y los dos colgaban frente a frente en una galería.
(Cuentos a 100 manos, 2004)


Vivía diciendo
   Marina Colasanti (Brasil)

   I
   Vivía diciendo que me asemejaba a una pantera. El andar, los ojos. Tumbaba la cabeza en su hombro y maullaba bajito.

   II

   Vivía diciendo que me asemejaba a una pantera. El andar, los ojos. Y yo me apanteraba toda para complacerle. 

   III
   Vivía diciéndolo. Pero solo le creí el día en el que, saltando del armario, le clavé los dientes en su carne y lo devoré. 
(Um Espinho de Marfim & outras histórias, 1999)


Escondite
   Teresa Constanza Rodríguez Roca (Bolivia)

   Eres perfecta, Emily. Eres mi Eva, mi Beatriz, mi Dulcinea. Qué haría yo sin ti, murmura Facundo a la hembra tendida junto a él.
   Eres callada, sumisa, complaciente. Nunca me has fallado, añade el hombre y suspira profundo, antes de jalar el taponcito del ombligo femenino. La silenciosa mujer empieza a desinpffffhhh, para luego ser doblada y encerrada en un cajón de triple llave.


Museo
   Laura Chalar (Uruguay)

   Durante el otoño de la Edad Media, una virgen se enamoró de un unicornio. Allí están, en un tapiz raído, hablándose de amor frente a quien quiera mirarlos.


Inesperado banquete
   Araceli Esteves (España)

   Empezó devorándose la mano. Sucedió una tarde que se encontraba absorto en fútiles pensamientos intrusos, mientras se mordía las uñas. El mordisco avanzó imparable, sin que él hiciera nada por detenerlo y, al poco tiempo, se encontró sacándose huesecillos de la boca. Con la mano que le quedaba los fue colocando sobre la mesa y, en pocos minutos, quedó montado un mosaico óseo con aspecto de calendario azteca. Después siguió comiéndose el antebrazo hasta el codo. Llegar hasta el hombro fue fácil. Pero parar en ese momento hubiera sido un acto absurdo, carente de toda lógica. Por eso siguió comiendo, disfrutando de las obligadas contorsiones y de los pellizcos dados aquí y allá. Y, al mismo tiempo que roía huesos y tendones, se sentía más y más ligero, dotando de un especial efecto terapéutico a aquel acto devorador.
   Sin nada más qué comerse, quedó su boca tendida en el suelo, solitaria y saciada. Inútil al fin, como una vagina dentada.
(Mar de pirañas. Nuevas voces del microrrelato español. Fernando Valls, editor, 2012)


Otra Penélope
   Patricia Calvelo (Argentina)

   Esta noche, mientras todos duermen, besa al hijo en la frente, cubre a los impostores con sábanas de sangre y sale en busca del que no sabe regresar.
(Relatos de bolsillo, 2005)