domingo, 10 de enero de 2021

279. Roland Barthes, 40 años


Editor invitado: Eduardo Serrano O.


   Con ocasión de la muerte de Roland Barthes (1915-1980), en su tercera entrega Ekuóreo publicó su Anexo #1, el cual reproducimos a continuación.




Asesinado Roland Barthes

   Recientemente los cables internacionales informaron acerca de la trágica muerte de Roland Barthes, el prestigioso semiólogo francés, acaecida a raíz de las múltiples fracturas que recibió al ser atropellado por un auto en una céntrica calle de París. “Lamentable accidente”, han declarado unánimemente sus numerosos lectores.
   Pero en realidad Roland Barthes fue asesinado. Y los autores intelectuales y materiales de este asesinato no son otros que los signos, confabulados contra el semiólogo a raíz de las denuncias que desde hacía varios años venía haciendo de sus funciones mistificadoras y de dominación. “El lenguaje es una legislación —había escrito Barthes—, la lengua es su código. No vemos el poder que está en la lengua, pues olvidamos que toda lengua es una clasificación, y que toda clasificación es opresiva. Jakobson ha mostrado que un idioma se define menos por lo que permite decir que por lo que obliga a decir. De esta manera, por su estructura misma, la lengua implica una relación fatal de alienación. Hablar, y con mayor razón todavía discurrir, no es comunicar, como suele repetírselo de común y corriente, es someter: toda lengua es un sometimiento generalizado. Desde el instante en que es proferida, así sea en la intimidad más profunda del sujeto, la lengua entra al servicio de un poder”. Nos encontramos, pues, ante un asesinato político que busca acallar la denuncia de los procesos sutiles de ejercicio de poder.
   Anteriormente al que cegó su vida, Barthes había sido víctima de otros atentados llevados a cabo por los signos. En una ocasión estuvo a punto de morir asfixiado mientras ingería una sopa de letras. En otra, un estante repleto de libros de segunda casi lo aplasta. La terrible profusión de mala literatura que diariamente le llegaba no tenía otra finalidad que matarlo por contaminación ambiental. Pero finalmente los signos lograron su propósito mediante un sencillo pero ingenioso plan. Barthes empezó a cruzar la calle confiado en la luz verde del semáforo peatonal y en el carácter binario de dicho código, pero no se dio cuenta de que, al mismo tiempo, el semáforo le daba luz verde al tránsito automotor. Las funestas consecuencias ya las conocemos. Finalmente, este cínico asesinato debe poner en alerta a los otros semiólogos, especial a U. Eco, J. Kristeva y T. Todorov.

   
   Unos años antes (1977), cuando murió su madre, Roland Barthes escribió una serie de notas, a mano, en hojas recortadas, de las cuales mantiene una reserva en su mesa de trabajo. De ahí hemos escogido las siguientes:


Diario de duelo I

   Ahora que mamá está muerta, estoy orillado sin salida a la muerte. Nada me separa de ella sino el tiempo.


Diario de duelo II

   Los deseos que yo tenía antes de su muerte ahora ya no pueden cumplirse. Si se cumplieran, ello significaría que es su muerte la que me permite cumplirlos, que su muerte podría ser —en un sentido— liberadora respecto de mis deseos. Pero su muerte me ha cambiado: ya no deseo lo que deseaba. Hay que esperar a que un nuevo deseo se forme, un deseo de después de su muerte.


Diario de duelo III

   Por una parte, ella mi pide todo, todo el duelo, su absoluto (pero, entonces, no es ella sino yo el que le atribuye pedirme eso). Y, por otra parte (siendo entonces verdaderamente ella misma) me recomienda la ligereza, la vida, como si me dijera todavía: “pero ve, sal, distráete…”.


Diario de duelo IV

   El día de hoy, hacia las 17 horas, todo ha sido más o menos ordenado: está ahí la soledad definitiva, mate; a partir de ahora ya no hay otro término sino mi propia muerte.
   Nudo en la garganta. Mi desgarradura se activa al hacer una taza de té, un pedazo de carta, al poner en su sitio un objeto —como si, cosa horrible, yo gozara del departamento arreglado, “para mí”, pero este goce se pega a mi desesperación.
   Todo esto define el desprendimiento de todo trabajo.


Diario de duelo V

Hacia las 18 horas: el departamento está caliente, mullido, iluminado, limpio. Lo hago así, con energía, devoción (lo gozo con amargura): a partir de ahora y para siempre soy mi propia madre.


Diario de duelo VI

   Se recomienda “ánimo”. Pero el tiempo del ánimo era cuando ella estaba enferma, cuando la cuidaba viendo sus sufrimientos, sus tristezas, cuando me tenía que esconder para llorar. A cada momento había que tomar una decisión, asumir una figura, y eso es el ánimo. Ahora ánimo querría decir querer vivir y de eso ya se tiene demasiado.


Diario de duelo VII

   Yo era reconocido por los libros. Pero ahora tengo el sentimiento oscuro de que, como ella ya no está, me es preciso hacerme reconocer de nuevo. La idea de continuar de libro en libro, de curso en curso, se me ha hecho mortífera. 

Textos tomados de Diario de duelo