domingo, 27 de agosto de 2017

191. Microficciones teatrales

Editor invitado: Eduardo Gotthelf


Detalle de la portada del libro del Primer Concurso Nacional de Microficciones Teatrales -- Julia Isidori.
   La Dirección General de Cultura de la Municipalidad de Cipolletti publicó un libro con textos que surgieron del “Primer Concurso Nacional de Microficciones Teatrales Cipolletti 2015”. La idea de realizar el concurso fue de Eduardo Gotthelf, y sus jurados fueron el autor y director Eduardo Rovner, la escritora Luisa Valenzuela, y el escritor y antólogo Raúl Brasca.
   Para esta entrega, Ekuóreo ha seleccionado siete de estas novedosas microficciones teatrales.
   
   "La Microficción Teatral es un subgénero muy específico, destinado tanto a ser leído como, sobre todo, a ser representado".
Eduardo Gotthelf

* * *

La última palabra
   Liliana Savoia
 
   Sra. madura vistiendo a un cuerpo masculino inerte. En un murmullo se habla a sí misma.
   Claro, no ibas a dejar tu lugar a último momento. Era imposible que me dieras el gusto, después de todo, quien soy yo para que vos me otorgaras una oportunidad. Tenías que tener la última palabra como siempre. Treinta años cerrando toda conversación sin importar de qué se tratara, vos siempre teniendo la razón y pontificando. El broche final siempre era tuyo.
   Pero ahora, yo tenía la ocasión de resarcirme de tanta soberbia.
   Era mi momento y lo tendría que haber disfrutado. No me importaba esperar. Me sentía como si los Dioses me hubieran tocado con sus dedos.
   Vos, siempre vos, encontrando las palabras justas para dar por terminado cualquier diálogo. Cuánto esperé por este momento. Treinta años, treinta largos y callados años, en donde saboreé palabras que se me pegaban al paladar sin poder encontrar el camino de salida. Me sentía flotar disfrutando de antemano el manjar de cerrar con una frase el capítulo final. Este era mi momento. Pero no, vos siempre ganás, aunque sea lo último que hagas en tu vida. Y esa estúpida enfermera mirándome al entrar en la habitación, diciéndome cuánto lo lamentaba, que había ocurrido de improviso. Pero pobrecito, sus últimas palabras fueron para usted.
   Tus últimas palabras, siempre igual, vos dando la última palabra, y otra vez me guardo las frases que tenía preparadas, y me las trago porque vos, como siempre, cerrás todas las puertas. Pero esta vez no voy a darte el gusto, me daré la ocasión de ser la protagonista.
   Como viuda flamante en que me has convertido, me pondré ropa oscura para que contraste con la palidez de mi rostro, que tengo demacrado después de tantas semanas de no dormir bien y lloraré sin descanso, todos me saludarán para darme las condolencias y yo, en un gesto de dolor por la pérdida, diré las última palabras ¡Pobrecito, cuanto te voy a extrañar!
TELÓN


Cuando atraviese la Pampa
   Alejandro Gabriel Acuña

    Madrugada. Habitación desordenada. Semidesnudos.
   MANUEL: —No te quiero lastimar.
   ANA:          —Pero a mí me gusta...
   MANUEL: —Es estúpido esto.
   ANA:         —Podríamos seguir...
   MANUEL: —No deseo jugar.
   ANA:         —Yo sí.
   MANUEL: —Vos no sabes lo que querés.
   ANA:         —Dejá de decir no.
   MANUEL: —No puedo, soy lo opuesto a lo que querés.
   ANA:         —Para mí no, no lo es ahora y no lo fue antes.
   MANUEL: —Dijiste tres “no” en una misma oración.
   ANA:         —Pero sin negarte...
   MANUEL: —Yo no te niego...
   ANA:         —Sí lo hacés.
   MANUEL: —Prendé la luz.
   ANA:          —¿Te vas?
   MANUEL: —Quiero cambiarme.
   ANA:         —Para irte...
   MANUEL: —La prendo yo, dejá...
   ANA:         —Siempre lo mismo.
   MANUEL : —No puedo.
   ANA:          —Sí que podés, no querés.
   ...
    ANA:         —¿En qué pensás?
   ...
   ANA:          —¿En ella?
   MANUEL: —No.
   ANA:         —¿En quién?
   MANUEL: —En mí.
   ANA:         —Sos un ombligo.
   MANUEL: —Ya me conocés.
   ANA:         —¿Y por eso te vas?
   MANUEL: —Sí... y basta de preguntarme todo... me están
                          esperando.
   ANA:          —Son las cuatro de la mañana.
   MANUEL: —A las seis tengo que estar ahí.
   ANA :         —Sos un obsesivo.
   MANUEL: —Tal vez tengas razón... no me sale otra cosa... ¿las botas?
   ...
   MANUEL: —¿Dónde las pusiste?
   ...
   MANUEL: —Me dan encierro si llego tarde.
   ANA:          —(Se las tira) ¡Acá tenés tus putas botas! (Llora).
   MANUEL: —No llores.
   ANA:          —Me hubiese casado con vos...
   ...
   ANA:         —¿Vas a volver?
   MANUEL: —No lo sé... no me gustan las despedidas... evitemos todo esto.
   ANA:          —¿Te hubieses casado conmigo?
   ...
   ANA:          —Te hubiese dado hijos...
   MANUEL: —La marejada cuando es brava endurece, el tiempo pondrá
                       las cosas en otro lugar y las penas en otros
                       recuerdos... todo será distinto.
   ANA:          —Me duele...
   MANUEL: —Nudo.
   Ana le hace el nudo de la corbata.
   MANUEL: —Son seis meses.
   ANA:         —Es demasiado. Me convierto cada día en una uva pasa.
   MANUEL: —Te mandaré buscar.
   ANA:          —Escapemos.
   MANUEL: —Tienen nuestros nombres.
   ANA:         —Nos están matando a todos, Manuel.
   MANUEL: —Mejor. Tal vez así, toda está basura acabe pronto.
   ANA :         —Cogeme una vez más...
   MANUEL: —Cuando atraviese la pampa. (La besa y se retira).
TELÓN


No moran más en Venecia
   Jorge Rafael Otegui

   Entra Otelo y Desdémona duerme en su lecho.
   OTELO:             —¡Ese pañuelo en manos de Casio! Ése que te
                              regalé y que estimaba tanto.
   DESDÉMONA: —(Despertando.) Otelo, mi señor... ¿de qué hablas?
   OTELO:             —De tu próxima muerte, amada y cruel Desdémona.
   DESDÉMONA: —Descuida, aún no es la hora.
   OTELO:             —¡Te digo que sí!
   DESDÉMONA: —¡Te digo que no!
   OTELO :            —Sí lo es. Confiesa tu crimen.
   DESDÉMONA: —No he cometido ninguno.
   OTELO:             —(Desesperado.) Mi amor... Te hubiera consentido
                               hasta la tentación de quedarte con algunos fondos
                               públicos... ¡Pero traicionarme con Casio! ¿No es el
                               peor de los crímenes?
   DESDÉMONA: —(Incorporándose.) ¡Calumnias! ¡No he tocado más
                             dinero que el tuyo!
   OTELO:             —¡Silencio! Vi el pañuelo en manos de Casio.
                              ¡Prepárate a morir!
   DESDÉMONA: —(Rápidamente saca un cuchillo de debajo de su
                               almohada.) ¡Oh, Señor... Señor... Señor! ¡Ya basta!
                               (Apuñala a Otelo sin que él pueda reaccionar.)
                               ¡Cuatrocientos años soportando lo mismo! ¡Estoy
                               harta! ¡Es hora de que te enteres de los derechos de
                               la mujer! (Le clava una última puñalada.)
   OTELO:             —(Cae.) Muero, Señora.
   DESDÉMONA: —Mejor así. (Pausa). Además... nunca supiste bien
                               la letra. ¡Justo en esta escena! Me hiciste confundir
                               siempre.
TELÓN


Aniversario

   Marcelo Raúl Fagiano
 
    Comedia en un acto. Personajes: pareja de viejos.
   Escena ambientada en el siglo XVI. Sala preparada para una cena.
   Entran juntos. Ella tiene los ojos vendados, él la guía hasta el borde de
   La mesa. Le saca la venda.
   VIEJA: —¡Qué hermosa sorpresa querido mío!
   VIEJO: —Es nuestro aniversario dulce amor.
   VIEJA: —... de resurrección...
   VIEJO: —... no te muevas así quedan limpios de pecado mis
                labios, por los tuyos. (La besa.)
   VIEJA: —Entonces mis labios tienen el pecado que han tomado.
   VIEJO: —¿Pecado de mis labios? ¡Oh invasión dulcemente
               reprochada! Devuélveme mi pecado. (La vuelve a besar.)
   VIEJA: —Besas conforme a las reglas del arte. (Ríen a carcajadas.)
   VIEJO: — (Brindan.) ¡Cuántos años juntos después de aquella
                tragedia! (Cenan.) ¡Ah feliz, feliz noche!
   VIEJA: —¡Ah fortuna, fortuna!
   VIEJO: —Fortuna que construimos a costa del sufrimiento de
               muchos.
   VIEJA: —(Riendo.) Nos hicimos muy populares, ¡cómo sufrió la
               gente con nuestra muerte!
   VIEJO: —Era inevitable, si no construíamos aquella ficción,
                Capuletos y Montescos... nos separaban para siempre.
   VIEJA: —¿Volveremos alguna vez a Verona? Me gustaría
                contarles la historia a nuestros hijos y nietos.
   VIEJO: —No la creerían... ¿Te acuerdas cuándo fuimos a ver la
                obra de teatro?
   VIEJA: —¡Cómo lloraba la gente!
   VIEJO: —No lloran por nosotros: lo hacen por ellos.
   VIEJA: —Verme en escena, ¡qué rara y exquisita sensación!
   VIEJO: —No podríamos haber elegido un mejor fabulador para
                engañar a nuestras familias.
   VIEJA: —Nuestro primogénito se llama William...
   VIEJO: —... y Lorenzo el segundo. ¡Brindo por aquella tragedia!
                Ella nos permitió que la fuerza de la realidad tomara
                vida en nosotros. Ah, la semana próxima viene
                Mercucio con unos amigos a pasar unos días con
                nosotros.
   VIEJA: —¡Haremos un banquete de aniversario!
   VIEJO: —Casi cincuenta años... me gustaría contratar, para las
                bodas de oro, una compañía teatral que representara
                nuestra obra.
   VIEJA: —¿Cuál? ¿La de ficción o la nuestra?
   VIEJO: —Tontita, la nuestra es un secreto que murió con aquel
                 veneno que selló nuestros labios. (La besa).
   VIEJA: —Tus labios están calientes.
   VIEJO: —¡Ah! ¿Me vas a dejar así, tan insatisfecho?
   VIEJA: —¿Qué satisfacción puedes tener esta noche?
TELÓN


La sangre
   Diego Pereira

   Rubén sentado con un cuchillo con sangre en la mano. Mario al lado lo mira.
   RUBÉN: —Se iba a ir con otro.
   MARIO: —Estás loco.
   RUBÉN: —Ni en pedo la dejaba ir.
   MARIO: —¿Cómo sabés?
   RUBÉN: —El bolso. Lo tenía armado.
   MARIO: —Pero...
   RUBÉN: —Se fue antes del trabajo. ¿No la viste salir?
   MARIO: —Estaba afuera. Un cliente.
   RUBÉN: —La muy puta. Hace tiempo que sospechaba, ¿sabés?
                   Y me la banqué. Era un polvo más. Yo no soy un santo,
                   lo sabés. Pero irse. ¿Y que todo el pueblo lo sepa? Me
                   dirán asesino, pero cornudo nunca.
   MARIO: —¿Con quién?
   RUBÉN: —Que importa.
   MARIO: —¿Lo conocemos?
   RUBÉN: —¿Te preocupa?
   MARIO: —Estás loco Rubén. Voy a llamar a la policía.
   RUBÉN: —Quedate ahí. No me cagues. Para algo sos mi hermano.
   MARIO: —Me hubieras llamado antes, carajo.
   RUBÉN: —No me atendías.
   MARIO: —¿Qué pensás hacer?
   RUBÉN: —Quemarla. A la orilla del río.
   MARIO: —Te van a ver.
   RUBÉN: —Detrás de la bajada, nadie pesca ahí.
   MARIO: —La policía va a preguntar.
   RUBÉN: —Se fue, les diré.
   MARIO: —No te van a creer.
   RUBÉN: —Todo el pueblo debía saberlo, menos yo.
   Silencio. No se miran. Rubén limpia el cuchillo en su camisa.
   RUBÉN: —Confesó la hija de puta.
   MARIO: —...
   RUBÉN : —Antes de morir. Creyó que la podía perdonar.
   MARIO: —¿Qué dijo?
   RUBÉN: —Todo.
   MARIO: —¿Qué se iba?
   RUBÉN: —Claro.
   MARIO: —¿Y con quién?
   RUBÉN: —También.
   MARIO: —¿Y qué pensás hacer?
   Rubén se acerca. Abraza al hermano y le habla al oído.
   RUBÉN: —¿Y por qué creés que te llamé?
                   Rubén le clava el puñal en el vientre de Mario. Lo mantiene mientras
                   cae.
   RUBÉN: —No sé qué es peor. La traición de tu mujer, o la de tu
                  hermano.
   MARIO: —Pará... (Estira la mano desde el piso.)
   RUBÉN :—Todo el pueblo sabía, me dijo. Por eso se tenían que
                   ir. Hijo de puta. Asesino puede ser, cornudo nunca.
   Mario muere desangrado.
TELÓN


Reclamo
   Karen Fogelström

   Sobre el escenario, un escritorio y tras él una empleada administrativa artificialmente sonriente.
   Ingresa JUAN, hombre maduro y elegante.
    LUISA:           —(Mecánicamente.) Bienvenido a la Oficina de
                            Asignación Nacional de Felicidad, soy Luisa. ¿Qué
                            puedo hacer por usted?
   JUAN:              —La felicidad que me dieron no funciona.
   LUISA:            —¿Desea darla de baja o presentar un reclamo por una
                            falla puntual?
   JUAN:               —Me asignaron una empresa millonaria y conservar esa
                              fortuna me hace muy infeliz.
    La mujer abre un cajón y selecciona un formulario amarillo, que tiende a Juan.
   LUISA:              —No hay problema, provocamos una quiebra y usted
                               vuelve a su empleo anterior.
   JUAN:                —(Rápido.) ¡No! Necesito alguien leal que se ocupe de la
                              empresa por mí.
   Luisa toma esta vez un formulario celeste y se lo entrega.
   LUISA:         —Secretaría de Proletariado y Empleo, segunda oficina a
                         su izquierda. ¿Puedo ayudarlo en algo más?
   Juan piensa. Enumera.
   JUAN:           —Desearía poder disfrutar de mi familia.
   LUISA:         —(Alcanzándole un formulario verde.) Departamento de
                         Reeducación Emocional, segundo piso.
   JUAN:           —Necesito vacaciones.
   LUISA:         —(Le tiende un folleto.) Oficina de Turismo.
   JUAN:           —(Abatido.) No entiende... estoy deprimido.
    Luisa le tiende una caja con píldoras.
    Juan, tras pensar largamente, deja papeles y píldoras resueltamente sobre la mesa.
   JUAN:           — (Esperanzado.) Quizás si me asignaran un sueño... Eso
                         me haría feliz.
   Luisa lo observa horrorizada. Por primera vez deja de sonreír.
   JUAN:           —Puede ser un sueño sencillo, pequeño... accesible.
   Luisa se pone de pie y se aleja del escritorio lentamente, como si temiera un ataque. Cuando alcanza la pared, acciona un botón rojo.
   Suena una alarma. Irrumpen guardias de seguridad armados. La mujer señala al desconcertado Juan.
   LUISA:          —¡Subversivo!
   Pese a su resistencia, los guardias reducen al hombre y lo arrastran fuera del escenario.
   Paulatino silencio.
   Luisa se relaja y vuelve a tomar asiento. Sonríe mecánicamente.
   Los guardias regresan y se ubican junto a ella, que los mira sin comprender. Asustada, niega con
   la cabeza.
   GUARDIAS: —Es por su propia seguridad... Puede estar
                           contaminada...
   La retiran bruscamente ignorando sus gritos.
   Inmediatamente ocupa su lugar otra joven de idéntica sonrisa impersonal y ausente.
TELÓN


Un verdadero profesional
   Fabián Vique

   Consultorio de un psicoanalista, dos sillones, un perchero. Entra el psicoanalista, se sienta, consulta reloj y agenda. Pasan unos segundos.
   Suena un timbre, abre, entra el paciente, se quita el saco, lo cuelga en el perchero, se sienta. La conversación y los movimientos son exageradamente lentos.
   PACIENTE:             —Ayer tuve ganas de estrangular a un alumno.
   PSICOANALISTA: —Ajá.
   PACIENTE:            —Un impulso. Un arranque de furia. Le pasa a
                                   todo el mundo ¿no? La docencia es tarea ingrata.
                                   Normalmente...
   PSICOANALISTA: —...
   PACIENTE:             —Bueno, no sé si solamente la docencia. A veces
                                    me pasa también en los taxis con los taxistas, en
                                    la carnicería con los carniceros, en la zapatería.
                                    Nunca le di mucha importancia.
   PSICOANALISTA: —¿No?
   PACIENTE:             —No.
   PSICOANALISTA: —Pero ahora le preocupa.
   PACIENTE:             —¿Qué cosa?
   PSICOANALISTA: —Las ganas de estrangular un alumno, un taxista
                                    o lo que sea.
   PACIENTE:             —No sé.
   PSICOANALISTA: —¿No sabe?
   El paciente se levanta, se acerca al psicoanalista y lo estrangula. El psicoanalista no ofrece resistencia, la muerte es lenta. El paciente se levanta, mira el cuerpo, toma su saco, se lo pone y sale.
TELÓN