Las sirenas
Homero
Las Sirenas hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas. Quien acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de las Sirenas, ya nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos, llenos de alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizan éstas con su sonoro canto, sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Odiseo: haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil —que sujeten a éste las amarras—, para que escuches complacido, la voz de las dos Sirenas; y si suplicas a tus compañeros o les ordenas que te desaten, que ellos te sujeten todavía con más cuerdas.
(S. VIII a. de C. - Odisea)
Orfeo y las sirenas
Apolodoro
Cuando los Argonautas pasaron en su nave por el sitio fatal, las Sirenas cantaron para atraerles; pero Orfeo cantó con más dulzura y las eclipsó con los acentos de su lira. Y, como según tenía dispuesto el destino, la vida de las Sirenas debía cesar en el momento que alguien escuchara sus cantos sin sentir el hechizo que éstos producían, se precipitaron al mar y quedaron convertidas en rocas.
(S. II a. de C. – Biblioteca mitológica)
Sirena
Ambrose Bierce
Uno de varios prodigios musicales célebres por su vana tentativa de disuadir a Odiseo de una vida oceánica. Figurativamente, dama de espléndida promesa, aviesa intención y frustrante rendimiento.
(1906 - Diccionario del diablo)
Las sirenas y el silencio
Franz Kafka
Las sirenas poseen un arma más terrible que el canto: el silencio. Es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo así, tal vez porque el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.
(1917 - La muralla china)
John William Waterhouse |
A Circe
Julio Torri
¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.
¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.
(1917 - Ensayos y poemas)
Odiseo y las sirenas
Bertolt Brecht
Como es sabido, cuando el astuto Odiseo avistó la isla de las sirenas, aquellas cantantes devoradoras de hombres, se hizo atar al mástil de su navío y a sus remeros les tapó los oídos con cera a fin de que, gracias a esta cera y a las cuerdas que lo ataban, su goce artístico quedara sin consecuencias nefastas. Mientras remaban bordeando la isla al alcance del oído, los sordos esclavos pudieron ver a nuestro héroe retorciéndose en el mástil como si anhelara liberarse, y a las seductoras mujeres hinchando sus temibles gargantas. Todo transcurrió, pues, aparentemente según lo previsto y acordado. La Antigüedad entera creyó en el éxito de la artimaña del astuto héroe. ¿Seré yo el primero en tener ciertos reparos? Pues lo cierto es que me digo: sí, todo perfecto; pero ¿quién puede decir, aparte de Odiseo, que las sirenas cantaron realmente al ver a ese hombre atado al mástil? ¿Querrían aquellas poderosas y hábiles mujeres prodigar su arte con gente que no tenía ninguna libertad de movimiento? ¿Será esto la esencia del arte? Antes me inclinaría a pensar que las gargantas hinchadas vistas por los remeros se debían a los insultos que, con todas sus fuerzas, lanzaban ellas contra aquel cauto y condenado provinciano, y que nuestro héroe se retorcía en el mástil (cosa de la que también existen testimonios) porque, en definitiva, se sentía avergonzado.
(1949 - Narrativa 1927-1949)
El contenido del canto
Isar Hasim Otazo
Las sirenas estaban rodeadas de una pila de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Ese dato, sin verificar, dio lugar a la leyenda de que su pérfido canto perdía a los hombres. Pero, en realidad, las sirenas sólo dicen la verdad. Por eso, casi todos se tapan los oídos ante ellas, no vaya a ser que la verdad les haga daño; hay otros, muchos menos, que se atreven a oír la verdad, pero aferrados al mástil de sus certezas, de las que piden no ser arrancados, no importa lo que supliquen durante la experiencia; y, finalmente, hay otros, demasiado escasos, que corren el riesgo de ir hacia las sirenas y escuchar la verdad, a sabiendas de que la partida tiene consecuencias incalculables.
(1960 - La profundidad de la cueva,)