domingo, 22 de mayo de 2016

158. Umberto Eco II


La tragedia del suicida

   Nada más saltar por la ventana, entre el séptimo y el sexto piso, se arrepiente: “¡Oh, si pudiese volver atrás!”. Pero nones. Dónde se ha visto. Paf.


El lioncorno

   Quando vo por los boskes dela frasketa sobre todo si estat la Nebula de aquessa buena ke non te ves la punta de las nnefas, osea la nariç et las cosas saltan fora de un rrepente ke non las auíes visto venir; yo tengo las vyssiones como esotra veç ke vi el lioncorno et la oltra veç ke vi el Santo Baudolino ke me fablaua et me dezia hideputa andar has al infierno porke la estoria del lioncorno est aeaesçida assi ke bien se sabe ke para caçar el Lioncorno es menester poner una rapaza non desvirginata al piede del álvol et la bestia sient la olor de virgo el viene a meterle la cabeça en la su pansa et entoz yo e tomado a la Nena de Bergolio que auía venido dallá con el so padre a comprar la wakka vaka del myo padre et ele dicho ven al bosque ke caçamos el lioncorno, despues hela puesto so el Arvor porke estaua securo ke ella era virgine et ele decho estate bellida assi et alonga las piernas ke fazes lugar por dont la bestia mete la cabeça, et ella dezía alongo que et yo dezía ilic en esse puncto si si alonga bien, et la tocaua et ella ase puesto a fazer unas bozes ke paresçia una cavra ke paría et non he visto mas et en suma hame venido como una apocalypsin, e dende non era ya pura como un lilio et estonz ella a dicho Jesumariaetjoseph agora como fazemos por a fazer venir el lioncorno et en esse puncto yo he oydo una boz del Cielo ke me ha dicho ke el lioncornus qui tollit peccata mundis erat ego yo, et saltaua por los matarrales et gritaua hip hiii frr frr porke estaua mas contento ke un lioncorno verus ca a la virgine auíe puesto el corno en la pansa, por esso el Sancto Baudolino ame dicho hidepu et coetera pero dende ame perdonado et elo visto todavia oltras veçes intra el lubricán et la freska.


El rito

   Para desafiar la necedad de los blancos, un etnólogo, que durante años ha estudiado el canibalismo, va diciendo que la carne humana tiene un sabor muy delicado. Irresponsable, porque sabe que nunca tendrá ocasión de probarla. Hasta que alguien, ansiando la verdad, decide probar la suya. Y mientras el otro le devora, trozo a trozo, ya no sabrá quién tenía razón, y casi desea que el rito sea bueno, para que al menos su muerte tenga un sentido.


Fantasma de trompeta

   Había, al menos, tres tipos de trompetas; serían cositas de hojalata, pero a mí me parecían bronces de orquesta de ópera. Había una corneta militar, un trombón de vara y una pseudotrompeta, porque tenía boquilla y era de oro, pero las llaves eran de saxofón. No sabía cuál elegir y quizá tardé demasiado. Las quería todas y debió de parecer que no quería ninguna. Creo que, entretanto, los tíos habían echado una ojeada a los precios. No eran tacaños, pero tuve la impresión de que les pareció menos caro un clarín de baquelita, toda negro, con las llaves de plata. “¿Y qué tal éste?”, me preguntaron. Lo probé, balaba bastante bien. Traté de convencerme de que era bellísimo, pero, en verdad, razonaba y me decía que los tíos querían que me quedase con el clarín, porque era más barato: la trompeta debía costar una fortuna y no podía imponerles ese sacrificio. 
   Siempre me habían enseñado que, cuando te ofrecen algo que te gusta, tienes que decir, en seguida: “No, gracias”; y no sólo una vez: no decir “No, gracias” y después tender la mano, sino esperar a que el otro insista, que te diga: “Por favor”. Sólo entonces, el niño educado puede ceder. De manera que dije que quizá no quería la trompeta, que quizá también podía irme bien el clarín, si ellos lo preferían. Y no les quitaba el ojo de encima, esperando que insistieran. No insistieron, que Dios los tenga en su gloria. Estuvieron muy contentos de comprarme el clarín, puesto que, como dijeron, ese era mi deseo.


Demiurgo II

   Eres Dios. Te paseas por la ciudad, oyes que la gente habla de ti, y Dios por aquí y Dios por allá, y qué admirable universo es éste, y qué elegancia la gravitación universal, y tú sonríes entre dientes (la barba debe ser falsa, o no, tienes que andar sin barba, porque a Dios se le reconoce en seguida por la barba) y dices para tus adentros (el solipsismo de Dios es dramático): “He aquí, este soy yo y ellos lo ignoran”. Y alguien te empuja por la calle, o incluso te insulta, y tú, humildemente, pides disculpas y te marchas; total, eres Dios y, si quisieras, con chasquear los dedos, el mundo se convertiría en cenizas. Pero tú eres tan infinitamente poderoso que puedes permitirte ser bueno.


Embalsamador

   El rostro de aquel embalsamador no permitía saber si era un ser vivo o una obra maestra de su propio arte.


El parto

   —No quiero ser como los padres de las películas, que se pasean por el corredor encendiendo un cigarrillo tras otro —le dije.
   —No podrás hacer mucho —me respondió ella—. A partir de cierto momento, seré yo quien lo haga. Además, no fumas... ¿Cogerías el vicio, sólo para festejar la ocasión?
   —Y, entonces, ¿qué hago?
   —Participaste antes y participarás después: si es varón, le educarás; formarás su personalidad; le crearás un buen Edipo, como es debido; te someterás sonriendo al parricidio ritual, cuando llegue el momento, y sin protestar; y un día le mostrarás tu miserable oficina y le dirás: “Hijo mío, algún día todo esto será tuyo”.
   —¿Y si es niña? —pregunté.
   —Le dirás: “Hija mía, algún día todo esto será del inútil de tu marido”.

"El lioncorno" es tomado de Baudolino; el resto de textos es tomado de El péndulo de Foucault.