domingo, 30 de noviembre de 2014

119. Homenaje a Edmundo Valadés


   A finales de los años setenta, cuando éramos estudiantes universitarios, conocimos la revista El cuento, dirigida por Edmundo Valadés desde México. En ese tiempo ya habíamos empezado a publicar Ekuóreo, revista de minicuentos, y estábamos definiendo su contenido editorial. El cuento, de alguna forma, iluminó ese camino.
   
   Lo que aprendimos del maestro Valadés, con sus comentarios o la publicación de cartas de lectores, al principio de la revista, es que teníamos que leer muchos cuentos para aprender a escribir cuentos.
   Años después, en una entrevista, Edmundo Valadés aseveró que Ekuóreo había sido la primera revista especializada en minicuentos en Latinoamérica. Esto despertó la curiosidad de Carlos Paldao, editor de la Revista interamericana de bibliografía (RIB) de la OEA, que a través de un encuentro en Europa entre la española Francisca Noguerol y el colombiano Henry González Martínez pudo constatar que Ekuóreo no había sido un invento de Valadés. Paldao publicó en 1996 un número especial de la RIB (el Vol. XLVI, No. 1-4) en el que la revista Ekuóreo salió por fin de su fase mítica y se instauró en la realidad de las bibliografías.
   Nuestra deuda con el maestro Valadés es, por tanto, grande, y a los 20 años de su muerte  queremos rendirle este pequeño pero agradecido homenaje.



La incrédula

   Sin mi mujer a mi costado y con la excitación de deseos acuciosos y perentorios, arribé a un sueño obseso. En él se me apareció una, dispuesta a la complacencia. Estaba tan pródigo, que me pasé en su compañía de la hora nona a la hora sexta, cuando el canto del gallo. Abrí luego los ojos y ella misma, a mi diestra, con sonrisa benévola, me incitó a que la tomara. Le expliqué, con sorprendida y agotada excusa, que ya lo había hecho. 

   Lo sé respondió-, pero quiero estar cierta. 
   Yo no hice caso a su reclamo y volví a dormirme, profundamente, para no caer en una tentación irregular y quizás ya innecesaria.


¿Por qué?

   En el sueño, fascinado por la pesadilla, me vi alzando el puñal sobre el objeto de mi crimen.
   Un instante, el único instante que podría cambiar mi designio y con él mi destino y el de otro ser, mi libertad y su muerte, su vida o mi esclavitud, la pesadilla se frustró y estuve despierto.
   Al verme alzando el puñal sobre el objeto de mi crimen, comprendí que no era un sueño volver a decidir entre su vida o mi libertad, entre su muerte o mi esclavitud.
   Cerré los ojos y asesté el golpe.
   ¿Soy preso por mi crimen o víctima de un sueño?


La marioneta

   El marionetista, ebrio, se tambalea mal sostenido por invisibles y precarios hilos. Sus ojos, en agonía alucinada, no atinan la esperanza de un soporte.
   Empujado o atraído por un caos de círculos y esguinces, trastabilla sobre el desorden de un camerino, eslabona angustias de inestabilidad, oscila hacia el vértigo de una inevitable caída. Y en última y frustrada resistencia, se despeña al fin como muñeco absurdo.
   La marioneta –un payaso cuyo rostro de madera asoma, tras el guiño sonriente, una nostalgia infinita- ha observado el drama de quien le da transitoria y ajena locomoción. Sus ojos parecen concebir lágrimas concretas, incapaz de ceder al marionetista la trama de los hilos con los cuales él adquiere movimiento.


Final

   De pronto, como predestinado por una fuerza invisible, el automóvil respondió a otra intención, enfilado hacia imprevisible destino, sin que mis inútiles esfuerzos lograran desviar la dirección para volver al rumbo que me había propuesto.
   Caminamos así, en la noche y el misterio, en el horror y la fatalidad, sin que yo pudiera hacer nada para oponerme.
   El otro ser paró el motor, allí en un sitio desolado.
   Alguien que no estaba antes, me apuntó desde el asiento posterior con el frío implacable de un arma. Y su voz definitiva, me sentenció.
   —¡Prepárate al fin de este cuento!


Pobreza

   Los senos de aquella mujer, que sobrepasaban pródigamente a los de una Jane Mansfield, le hacían pensar en la pobreza de tener únicamente dos manos.


Sueño

   Sentada ante mí con las piernas entreabiertas, columbro la vía para cumplir mi sueño de cosmonauta: arribar a Venus.


Memoria

   Cuando alguien muere, sus recuerdos y experiencias son concentrados en una colosal computadora, instalada en un planeta invisible. Allí queda la historia íntima de cada ser humano, para propósitos que no se pueden revelar.
   Enfermo de curiosidad, el diablo ronda alrededor de ese planeta.