miércoles, 2 de abril de 2014

Entrevista a Guillermo Bustamante Zamudio

Por: La Internacional Microcuentista



  • Si tuvieras una fórmula mágica para escribir un microcuento, ¿cuál sería?

90% de disciplina, 90% de inspiración, 90% de deseo, 90% de imaginación, 90% de circunstancias… el resto es contingente. En todo caso, “Quienes no lean como locos sólo podrán escribir como tontos” (Diego Gil).


  • Como escritor, ¿qué consideras que debe tener el microrrelato para captar la atención del lector?

El microrrelato corre el riesgo de servir a una supuesta aceleración creciente de la vida (realizada por quienes se aceleran dando fe a esa idea). Pero la fugacidad de moda es la falta de proyecto, el desdén por el heterogéneo acervo cultural de la humanidad, el reino de la demanda en detrimento del deseo (con derechos y sin ganas de hacer nada). Mientras la publicidad busca captar la atención del lector —que ahora se llamará “cliente”—, la literatura apunta a una condición humana próxima a la pregunta, donde cada uno asuma la responsabilidad de su propia perplejidad. Quien tiene que estar a la altura es el lector. Un buen microrrelato es un evento que te pone a trabajar; no que te “llena”, sino que te roba algo; no que te dis-trae, sino que te a-trae, que se las trae.

  • ¿Qué elementos tienes en cuenta a la hora de realizar una antología de microficción?

Con Harold Kremer siempre escogimos lo que nos gustaba, en el entendido de que la literatura o es buena o es mala, de acuerdo con nuestro gusto —cuando coincide—, no con el de otro, o por el ajuste a cierto canon (la excepción a esta regla fue meter relatos nuestros… alguna mácula habrían de tener esas antologías). La literatura interpela en tantos sentidos, que tal vez por discutir sobre criterios, no alcanzamos a aquella que toca a nuestra puerta. De otro lado, si se trata de una antología de microficción, pues la extensión obliga… sin embargo, la extensión no es literaria. La economía de lenguaje —endilgada a la microficción— es propia desde el haikú hasta una novela en siete tomos que, si busca el tiempo perdido, a juicio del autor no incluirá cosas que sobren. En ocasiones es necesario emplear más palabras de las que caben en una microficción para plantear algo de manera concisa. Y a veces, como dijo Cortázar, decir más es empezar a decir menos. Quien degusta una buena microficción no desprecia una buena novela. Pero quien busca el laconismo, más allá de la calidad, tal vez declara que el tiempo le ha sido sustraído y lee microficción con el mismo desdén que ojea la ajada revista en la sala de espera.

  • Háblanos un poco de las revistas Ekuóreo y de A la topa tolondra y de sus perspectivas hacia el futuro...

Cuando Harold Kremer y yo estudiamos literatura (años 80), circulaban en la universidad las “chapolas”: una hoja mal diagramada y precariamente impresa, cuyo contenido y tono eran predecibles. Pues bien, un encuentro entre la chapola y la literatura dio origen a Ekuóreo: quisimos hacer una chapola contestataria a las chapolas contestatarias. Pero —por alguna razón— sólo terminamos diagramando cuentos muy cortos. La llamamos “Revista de minicuentos”, pues no podíamos ser acusados de usurpar el nombre de 'revista', pese a constar solamente de una hoja por ambas caras. Nos parecía que, con semejante nacimiento, su destino sólo podría ser el éxito, pues peor de lo que ya era no podría llegar a ser. Este trabajo —en el que oficiábamos de digitadores, diagramadores, correctores y vendedores— nos introdujo en la literatura de una manera particular, distinta del ritmo propio que imponían los estudios universitarios. Vivíamos a la pesca de textos cortos, pero no solamente de los hechos como tales: los buscábamos escondidos en otras palabras, en otro cuento, en una novela, en un poema, en una entrevista. En los años 90 hubo una segunda época de la revista. Y en este momento parece concretarse una tercera época.

  • ¿Cuáles crees que son las perspectivas de la minificción en un país como Colombia?

La creación es un estado parcialmente fuera de control: el autor puede escribir en un país como Colombia, en una época como ésta, puede ejercer vigilancia sobre las horas de trabajo, las amistades, las lecturas, la investigación con fines literarios... pero nada de eso explica por completo cómo una interrogación lo busca para ser formulada. Esa magia no logra ser apresada del todo por la geografía, la historia, las estéticas o los nombres de corrientes o géneros, aunque podamos razonar sobre la factura de los textos o sobre la anchura de la herida que producen. Ninguna explicación (sociológica, histórica, psicológica) nos ha mantenido cautivos por generaciones, como lo hacen las obras. Las perspectivas de la minificción están tensionadas por las épocas y los lugares, pero están enraizadas en nuestra condición de seres arrojados al mundo.

  • Aparte de la literatura, ¿qué otras cosas te apasionan?

Los esfuerzos humanos por dar sentido a nuestra indigencia constitutiva: la diversidad cultural, en todos los ámbitos.

Un autor: El que haga sonar el multicorde salterio.
Un libro: El de arena, que los contiene todos.
Una película: La que evade el realismo (como Dogville)
Un equipo de fútbol: El de barrio.
Un lugar: Allí donde puedo construir posibilidades para trabajar en lo que me gusta.
Un amor: Este cuento de Mariana Frenk: Un caracol deseaba volverse águila. Salió de su concha, trató muchas veces de lanzarse al aire y cada vez fracasó. Entonces quiso volver a su concha. Pero ya no cabía, pues habían empezado a crecerle las alas.
Un odio: El derroche de palabras en "El dinosaurio" de Monterroso.
Un deseo: Que no se extinga.
Un secreto: Aquel cuya revelación sea un enigma.