domingo, 27 de octubre de 2013

90. Escritores cubanos - Máquina de isla III

Editor invitado: Aliex Trujillo 

Nota de prensa
   Hugo Luis Sánchez González (1948)

   Se informa a la ciudadanía que el horizonte ha desaparecido. Valiéndose de la noche, el enemigo ha obrado de manera pérfida, como nos tiene acostumbrados, y al amanecer nuestras fuerzas han podido constatar a todo lo largo de la Isla que ya no existe la línea del horizonte. Si aquellos que nos quieren destruir piensan que con ello van a mellar nuestra fe en el porvenir, ya deberían tener por sabido que a nosotros nada nos asusta, que el futuro nos pertenece por entero, que nuestros principios son indoblegables y que, ante todo, estamos consagrados y somos inmortales. A quienes creyeron que veíamos en el horizonte un símbolo de esperanza, también debemos recordarles que la fe va dentro de nosotros mismos, que nos acompaña como la gloria eterna, que la historia así lo ha confirmado y que ningún espejismo, por real que parezca, nos va a engañar. Y aún más, si pudieron en sólo unas horas borrar el horizonte, con ello no han hecho más que demostrar que el horizonte fue un invento, una patraña para tratar de engatusarnos y confundirnos. Lo que verdaderamente ha ocurrido es que el horizonte jamás existió, fue una quimera que nos inocularon con la finalidad de alocar nuestra brújula y hacernos adictos a las ilusiones. Nosotros permaneceremos firmes, inclaudicables detrás de las trincheras que hemos cavado en el suelo de la Patria y que, por lo tanto, son sagradas. Si ya no hay horizonte, son ellos quienes se lo pierden.


Menta
   Jorge Fernández Era (1962)
   
Jorge Fernández Era
 

   Nuestro personaje vive en un apartamento del último piso. Merienda un caramelo y arroja al vacío la envoltura tras convertirla en una diminuta esfera. La pelotita cae justo sobre el ojo del conductor de un auto que desvía el rumbo, roza un muro y se araña. El tipo llega malhumorado al hospital a cumplir su faena como cirujano, pica donde no debe a un paciente y lo manda a terapia intensiva. La madre del enfermo se ataca de los nervios y prende candela al almacén del centro hospitalario. Al almacenero se le imputa negligencia, pierde el trabajo, llega a casa y, para descargar su rabia, la emprende a golpes con su inocente mujer, hija de un representante en la ONU. Éste recibe el fax con la noticia minutos antes de arengar contra un país vecino por asuntos de disputas territoriales. En el plenario se exalta y lanza tres palabrotas a la delegación oponente. La nación ofendida, en voz de su Presidente, jura vengar la afrenta y declara la guerra de inmediato. El primer cohete impacta en la azotea del edificio donde reside adivinen quién.


El poeta y el rey
   José Antonio Michelana Gutiérrez (1947)

   En sus primeras composiciones, el poeta mencionó al rey sin alabarlo. Fue encarcelado. Pero el monarca ordenó ponerlo en libertad.
   En su siguiente trabajo, el poeta se refirió a los héroes. Los funcionarios le recordaron que había escrito de batallas sin nombrar al rey. Y eso no estaba bien. Podía volver a la cárcel. 
   El poeta le cantó al amor. Le dijeron que el amor al rey era lo primero y él lo omitió. Su libertad pendía de un hilo.
   Mientras, la fama del poeta crecía. Sus composiciones, aunque sin respaldo de la corona, se conocían en todo el reino.
   Cuando el poeta dijo que los mayores enemigos estaban en el reino, fue castigado. Pasó varios meses en la construcción de una muralla; después, cantó las hazañas de los constructores. Su poema se convirtió en himno y fue condecorado.
   En lo adelante, cada poema suyo, cualquiera que fuera su tema y tratamiento, triunfaba en todo el reino, e incluso más allá de las murallas. Comenzaron los viajes del poeta.
   Entonces compuso un poema laudatorio, el mayor que se le había hecho al soberano.
   Y fue ajusticiado.



Johan Moya Ramis

La noticia
   Johan Moya Ramis (1978)

   El emisario entró sofocado a la tienda, irrumpiendo en el Consejo. “¡La han raptado de nuevo!, ¡la han raptado de nuevo!”, gritaba en medio de los valientes. Hicimos silencio, consternados, sin saber qué decir, a punto de llorar algunos. Tan sólo hacía unos meses que habíamos regresado de Troya.




El regreso
   Amaury Reyes Vásquez (1983)

   El aire estaba como raro y todo había comenzado con el beso de despedida. Terminaba de discutir con ella y se sentía medio tenso. Sobre la acera aún, dio los primeros pasos dispuesto a cruzar la avenida principal, más congestionada que nunca.
   Los dolores comenzaron en la tarde, pero aguardaban por la dilatación ideal. Colocaron su cuerpo sobre la mesa de partos y le separaron las piernas mientras disponían los instrumentos estériles.
   Algunas frases se mezclaron con el ruido antes de perderse en la avenida, abarrotada por las luces de los autos. El momento le pareció fácil, oportuno. Llegando al separador, farolas apagadas, volteó la vista hacia la acera buscando una mirada de reconciliación. Alcanzó a ver el vestido que le daba la espalda.
   Las contracciones venían como sacudidas en la panza. Le ordenaban pujar a cada una. Ella prensaba los dientes y el ceño le tapaba la vista. El bisturí subió y se hundió en la carne. El hilo de sangre que llegaba a la ingle fue interrumpido por un pequeño bulto pálido. Aún no había llanto.
   La calle estaba ahí. El paso en la otra senda fue tan corto como su despedida. La vista le giró en redondo. Luces, vidrios. Su cuerpo continuó por encima del vehículo y un segundo después estaba bocabajo, sobre la noche.
   Oscuridad y luz. Alzó la cabeza y el llanto ya no fue hermético. Lo izaron por los pies y la tijera cortó el cordón. Las toallas lo envolvieron y escuchó risas. Sintió que lo besaban y empezó a vivir sin recordar.


Rebeca
   Ariadna Arias Martínez (1983)

   A los dieciséis, Rebeca será violada en su propia casa. Intentará suicidarse, sin conseguirlo. Tendrá que lidiar con el trauma toda su vida. No por mucho tiempo… a los veinticuatro, le diagnosticarán una leucemia que la dejará respirar sólo dos años.
   En los últimos días, Rebeca sentirá lástima de sí. Romperá sus proyectos y dejará de visitar espiritistas. Esperará a quedarse sola para vaciar una botella de alcohol sobre su cuerpo. Correrá encendida hacia la calle. Morirá.
   Ya en el ataúd, Rebeca no podrá exhibir su rostro. Se alegrará de que así sea. Escuchará a la gente conversar ante una caja de madera sin la certeza de que ella está dentro.
   Pero ahora Rebeca tiene quince años y todavía se divierte jugando a los escondidos. No se percata de la mirada de su hermano. No recuerda que pronto cumplirá dieciséis.


Persistencia
   José Raúl García Marrero (1957)

   Lo torturaron, pero por más que lo torturaron, no le hicieron hablar. Entonces lo mataron, pero por más que lo mataron, no le hicieron callar.