domingo, 4 de agosto de 2013

84. Piezas del museo de lo inútil



   Rodrigo Parra Sandoval nació en Trujillo, Valle del Cauca, Colombia, en 1938. Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, ha escrito numersoso libros y artículos relacionados con la educación en Colombia. 
   Su obra literaria incluye varias novelas y cuentos. entre los que se destacan: El álbum secreto del Sagrado Corazón (1978),  Tarzán y el filósofo desnudo (1996), El don de Juan (Premio Nacional de Novela 2002), Museo de lo inútil (mención de honor, Premio Casa de las Américas, Cuba, 2006), Faraón Angola (mención de honor, Premio Casa de las Américas, Cuba, 2011), Voto de tinieblas (2012) y Los bolsillos de Herbert Wolff (2012).





Cita

   Dos mujeres se encuentran y se abrazan efusivamente; no se han visto desde hace cinco años, se han citado para desayunar. Ambas llevan sus teléfonos móviles en la mano y, apenas se sientan, una marca un número en su teléfono y la otra toma el suyo con una reacción automática. Conversan por teléfono y desayunan. Cuando les llega la hora de regresar a sus trabajos, dan por terminadas sus conversaciones telefónicas y se despiden con otro abrazo. No sabemos si cada mujer conversó con alguien más o si la primera llamó a la segunda y hablaron entre ellas por teléfono móvil mientras desayunaban en la misma mesa.


Tanto ser feliz

   Todo lo que deseaba se me concedía: deseaba que me saliera un negocio, y me salía; que mi madre se mejorara, y se mejoraba; que me quisiera esa negra hermosa de la esquina, y me quería; que me ganara la lotería, y me la ganaba; que se le secara un brazo al grandulón que me había azotado contra el suelo, y se le secaba; que mi primita de quince años se acostara conmigo, y se acostaba; que mis manos se volvieran milagrosas en el arte de la mecánica, y se volvían… y así en todo. Hasta que, de tanto ser feliz, comencé a aburrirme porque las cosas eran demasiado fáciles. Y un día me encontré añorando mi infelicidad, mi tristeza de cuando nada se me daba. Añoré el peligro, el riesgo, la posibilidad de perder nuevamente. Añoré sobre todo la posibilidad de amar con la amenaza del abandono sobre mi cabeza, del sufrimiento, de la perdida.


Representación

   No tenían dinero suficiente para ir todos a cine esa tarde de domingo. Resolvieron, urgidos por la astucia de Juan Santana, reunir el dinero de una boleta entre todos y enviar a Juan a ver la película. Juan se comprometió a contarles la historia con todo detalle y con la más profunda emoción. A la salida de matiné, los amigos lo esperaban impacientes. Se sentaron en rueda a su alrededor, como quien se sienta alrededor de una fogata en una noche de invierno. Juan Santana se demoró tres veces más contando la historia que viendo la película: gesticuló, manoteó, subió la voz, lloró, montó el drama completo. Descubrió algo extraordinario: disfrutaba más contando la película que viéndola. Y descubrió algo todavía más extraordinario: sus amigos disfrutaban aún más escuchando la película contada por el que viéndola. Esa noche quedaron claras dos cosas en el grupo de amigos: que Juan Santana iría todos los días al cine por ellos y que Juan Santana debía dedicarse a contar historias.


La camaleona

   —Estoy cansada de que la gente critique mis continuos cambios de color. Me dicen: “fíjate que el ornitorrinco es siempre un ornitorrinco, y el escarabajo un escarabajo”. Así que he decidido ser una camaleona de carácter, de personalidad centrada y sólida, una camaleona con identidad encapsulada.
   Y dicho esto, se puso seria, hizo un gran esfuerzo, se volvió morada y no volvió cambiar de color.      Pasaron por un bosque y la camaleona no se puso verde. Pasaron por un jardín de margaritas y la camaleona no se puso amarilla. Durante todo el día, a pesar de los muchos colores que presenciaron en esa variopinta tarde de verano en un trópico evanecido de sus excesos coloristas, a pesar del rojo crepúsculo incendiario, la camaleona permaneció firme en el color morado.
   Al regresar de la tarde de charla literaria por la orilla del río, la camaleona les preguntó a sus amigos:
   —¿Cómo os pareció mi firmeza de carácter?
   El ornitorrinco y el escarabajo pelotero respondieron:
   —Has mostrado una firmeza de carácter admirable. Pero ya no eres una camaleona.


El tamaño del universo

   Sueño que amo a una niña de trenzas negras que no me ama. Ella es muy constante, muy persistente en no amarme. Y súbitamente empiezo a crecer, a volverme tan grande, tan grande, que me salgo del mundo y alcanzo el tamaño del universo. Tomo la tierra en las manos y pienso: “¿y si la aprieto, si la desmenuzo y la convierto en un polvo cenizo, mugriento?”. Pero en ese momento veo a la niña jugando con un gusanito que quería ser grande y poderoso, una boa constrictor. Digo, casi gritó: no, no, no. Y súbitamente comienzo a hacerme pequeño hasta que me encuentro otra vez en mi cama pensando en la niña de las trenzas negras que insiste en no amarme.


La mujer de Janto

   La mujer de Janto lo vio mientras se masturbaba detrás de un frondoso brevo y, prendada del largor y el anchor de su arma, le dijo: te vestiré con una manta fina si me satisfaces diez veces seguidas. Esopo se puso a la tarea y alcanzó a satisfacerla nueve veces solamente, por lo que ella no quería darle la manta. Esopo vio a Janto que pasaba y le dijo: tu mujer me ha pedido que le baje de una pedrada diez brevas de este árbol. He bajado diez, pero una cayó en el estiércol y ella no quiere darme lo que me prometió. Janto obligó a su mujer a pagarle lo prometido.


Tricotilomanía

   En la época cavernaria de la dinastía Adámica, comienza una epidemia de tricotilomanía. La tricotilomanía es la compulsión de algunas mujeres por arrancarse el cabello a tirones para seducir a los machos y así obtener lo que desean, sexo sobre todo. Como la enfermedad táctica da resultados, muchas mujeres comienzan a quedarse calvas, no sólo por la tricotilomanía, sino porque, además, los hombres piensan que esa manía es muy erótica, y cada vez con más frecuencia, cuando quieren hacer uso sexual de ellas, las arrastran por los cabellos. Una población femenina calva es extremadamente antiestética y ya los hombres no quieren hacer el amor con mujeres calvas: no hay de dónde agarrarlas ni les quedan cabelleras que arrancarse.