domingo, 28 de abril de 2013

77. Dramas y caballeros II


Aforismo
   Óscar Wilde

   Los hombres querrían ser siempre el primer amor de una mujer. Tal es su necia vanidad. Las mujeres tienen un instinto más sutil para las cosas: les gusta ser el último amor de un hombre.


Renuncia
   Italo Calvino

   Cósimo clavó los ojos en ella. Y ella: 
   —Tú no crees que el amor sea entrega absoluta, renuncia a uno mismo…
   Podía decir algo Cósimo, cualquier cosa para ir hacia ella, podía decirle: “Dime lo que quieres que haga, estoy dispuesto...”, y habría sido de nuevo la felicidad para él, la felicidad juntos, sin sombras.  Pero dijo:
   —No puede haber amor si uno no es uno mismo con todas sus fuerzas.
   Viola tuvo un gesto de contrariedad, que era también un gesto de cansancio. Y, sin embargo, aún habría podido comprenderlo, como en realidad lo comprendía; más aún, tenía en la punta de la lengua las palabras para decirle: “Tú eres como yo te quiero”… y subir de inmediato con él… Se mordió un labio. Dijo:
   —Pues, entonces, sé tú mismo tú solo.
   “Pero, entonces, ser yo mismo ya no tiene sentido”, eso es lo que quería decir Cósimo. Pero, en cambio, dijo:
   —Si prefieres a esos dos gusanos…
   —¡No te permito despreciar a mis amigos! —gritó ella y no obstante pensaba: “A mí me importas sólo tú, y sólo por ti hago todo lo que hago”.
   —Sólo yo puedo ser despreciado…
   —¡Tu modo de pensar!
   —Soy una sola cosa con él.
   —Entonces, adiós. Parto esta misma noche, no me volverás a ver.
(Nuestros antepasados)


Arte folklórico de Guyarat


Inevitable
   Carmen Cecilia Suárez

   Él era signo de fuego, destellante, chispeante, fascinante, centelleante, rutilante, llameante, fulgurante, eclipsante, jugueteante, tintineante, deslumbrante, volátil e inasible.
   Ella era signo de agua, ondulante, inundante, zigzagueante, provocante, esquivante, titubeante, amenazante, apabullante, ahogante, suave y fresca.
   La relación fue un cortocircuito. 
(Un vestido rojo para bailar boleros. Bogotá: Pijao, 1988)


La frontera
   Henry Ficher

   Ella trabajaba en ese lugar por extrema necesidad. Desde que llegó a la gran ciudad no había conseguido empleo y tenía una bebé que alimentar. Él llegó ahí por excesiva soledad. En las calles sólo encontró seres tan perdidos como él y le daba igual que sus pasos lo llevaran ahí o a cualquier otro lugar.
   Ella lo vio entrar y con sólo verlo, se dio cuenta. Le atrajo su juventud, su mirada asustada. Pensó: "si lo hubiera encontrado en la calle, lo habría elegido".
   Él la vio y algo en su mirada le dijo que esa noche la pasaría con ella. La llamó a la mesa, le preguntó su nombre, le ofreció una cerveza. Subieron al segundo piso agarrados de la mano. Entraron al cuarto, se desnudaron y se acostaron en la cama.
   Ella, feliz, ronroneó y lo abrazó tan fuerte que le arrancó un suspiro:
   —¡Qué cariñosa eres!
   —¿Y para qué estamos acá, sino para robarle a esta ciudad desalmada un poquito de cariño?
   Él se sumergió en la suavidad de su piel. Pensó: "Si la hubiera encontrado en cualquier otro lugar, la habría elegido".


Tapiz de Punyab

Toda una vida
   Beatriz Pérez Moreno

   Lo vio pasar en un vagón de metro y supo que era el hombre de su vida. Imaginó hablar, cenar, ir al cine, yacer, vivir con él. Dejó de interesarle.
(Por favor sea breve, edición de Clara Obligado. Madrid: Páginas de espuma, 2001)


Diálogo II
   Rodrigo Parra Sandoval

   Él: ¿Por qué eres siempre tan difícil? ¿Por qué es una batalla el poder acariciarte? ¿Por qué vienes a mi apartamento si no quieres recibirme? ¿Por qué quieres hacerme sentir que te estoy violando? ¿Por qué subes conmigo hasta el último peldaño y te detienes en el momento decisivo y me dejas sin el consuelo de lo terminado?
   Ella: Vengo para que no creas que soy difícil, y soy difícil para que no creas que soy fácil. Así me conoces mejor.
(Tarzán y el filósofo desnudo. Bogotá: Arango, 1996)


A Mail in the Life
   Fernando Iwasaki

   Desde hace unos meses le mando correos electrónicos a mi mujer haciéndole creer que soy otro. Al principio se los tomó a broma, pero poco a poco empezó a entregarse, a fantasear con mis mensajes, a compartir con mi otro yo sus deseos más inconfesables. Le he puesto trampas para saber si sospecha algo y no es así. Ha caído redonda.
   No puedo negar que parece más feliz y hasta me hice de rogar cuando me pidió que la sodomizara, tal como se lo había recomendado bajo mi personalidad secreta. Pero hasta aquí hemos llegado porque he decidido escarmentarla.
   Voy a suicidarme para que nos pierda a los dos.
(Ajuar funerario. Madrid: Páginas de espuma, 2004)